redhousepainters
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Closer de Joy Division
Si el punk desnudó el rock 'n' roll para devolverlo a su esencia, Joy Division aprovecharon el retorno a ese lenguaje de velocidad, júbilo y furia para transformar -según Bernard Summer (guitarra)- el poderoso "¡que te jodan!" en el más intenso "¡estoy jodido!": de la urgencia pública a la emergencia privada en una romería por el corazón de las tinieblas alumbrada por el rítmico distanciamiento de la vanguardia europea (Kraftwerk, Can), la melódica proximidad del amigo americano (Lou Reed, Iggy Pop, Jim Morrison), y el inevitable marcaje del pop británico (David Bowie, Brian Eno, Roxy Music).
Porque su mundo siempre tuvo mucho que ver con los límites del nuestro (el amor, la soledad, Dios, el fin), no se adelantaron a nuestro tiempo, sino que lo condensaron y lo dedujeron, elevando la estatura mítica del pop y erigiéndose, tal y como afirmar Paul Morley en el libreto del antológico cuádruple CD "Heart And Soul" (1997), en su última (después de The Velvet Underground, MC5, The Stooges, The Doors, Television) y en su primera (antes de Pixies, My Bloody Valentine, Nirvana...) gran banda.
"Vi a los Sex Pistols. Eran horribles. Y me parecieron grandiosos. Yo quería ponerme en pie y ser horrible también". En aquel concierto -celebrado en el Free Trade Hall de Manchester el 4 de junio de 1976-. Bernard Summer (entonces Dickon) no estaba solo. Le acompañaba Peter Hook, desde esa misma noche bajista de un cuarteto que se completaría meses más tarde con la sustitución de Steve Brotherdale por Stephen Morris y la entrada de Ian Curtis, un taciturno veinteañero de Macclesfield que vestía una cazadora con la palabra "hate" garabateada en la espalda.
Y fue precisamente Curtis quien le dio nombre al grupo: primero Warsaw, apócope de la canción "Warzawa" que Bowie incluyera en "Low" (1977) y coincidente con el de los londinenses Warsaw Pat!; y luego Joy Division -así se denominaban las unidades de los campos de concentración nazis donde las prisioneras eran forzadas a ejercer de prostitutas-, extraido de "House Of Dolls" (1953), la novela con que Ka-Tzetinik 135633 (Yehiel Dinur), superviviente de Auschwitz, honraba la memoria de su hermana.
Curtis le dio sentido y sensibilidad: aunque su sonido surgió por accidente -Hook ensayaba a un volúmen brutal ante las metronómicas acometidas de Morris y la minimal angulosidad de la guitarra-, orientó hacia el dasasosiego post-industrial y la desesperanza una literatura inspirada en Kafka, Dostoievski, Camus o Burroughs que, en la queda tormenta de una voz suave y salmódica, anunciaba la noche oscura del alma.
Y le dio el bien más preciado, la inmortalidad. El 18 de mayo de 1980, dos días antes de embarcarse en una gira estadounidense, Ian Curtis se ahorcaba en la cocina de su casa validando automáticamente toda su obra publicada: el EP "An Ideal For Living", los singles "Transmission" y "Atmosphere", el flexi "Komakino", sus contribuciones a "Earcom 2", "A Factory Sample" y al directo "Short Circuit" y, claro, su álbum de debut "Unknown Pleasures" (1979).
Grabado dos meses antes del fatal acontecimiento, inmediatamente después del siete pulgadas "Love Will Tear Us Apart" -Factory respetó la ausencia de los temas principales en los LPs en una prueba de su irreprochable talante independiente, que no indie-, "Closer" (1980) contiene muchas de las preguntas y casi todas las respuestas al enigma Joy Division. Homenaje a la colección de relatos que, bajo el mismo título, editó su admirado J. G. Ballard en 1970, la krautónica "Atrocity Eshibition" detona en múltiples direcciones ("Por aquí, por favor/ pasen y vean") el talento de Curtis y los cuatro jinetes -el concepto de producción del también fallecido Marin Hannett era puro exorcismo en hi-fi- de su particular apocalipsis de epilepsia, barbitúricos y culpa. Sólo por sentar las bases del Nuevo Orden en su mayor aproximación al synth-pop via Suicide ("Isolation" y su conmovedor "me avergüenzo de ser como soy/ si pudieras ver la belleza/ esas cosas que nunca podría describir"), anticipar el comatoso futuro slowcore ("The Eternal" y el espejo donde quisieron verse reflejados Slint y Codeine) y prolongar importantes porvenires -el de U2 puede rastrearse en "Passover"; el de The Cure, en "Decades"; el de toda la psicodelia siniestra, en "A Means To An End"-, hubiera pasado sin reservas a la historia.
Sin embargo, y convertido ya en el testamento de un suicida (Top 6 en agosto de 1980), tres canciones emocionalmente devastadoras muestran el infierno personal en que se hallaba sometido un autor hechizado por, en boca de Jon Savage, "la indescriptible belleza del horror absoluto". "Colony", la ciudad moderna como caldo de alienación, la desgarradora "Heart And Soul" y su angustia crítica y, por supuesto, "Twenty Four Hours", estremecedora radiografía de unas entrañas divididas entre su esposa, Deborah Curtis, y su amante, Annik Honore, hacen de este disco un monumento a ese sentimiento trágico que es el existir.
el trágico enigma de la desolación
Si el punk desnudó el rock 'n' roll para devolverlo a su esencia, Joy Division aprovecharon el retorno a ese lenguaje de velocidad, júbilo y furia para transformar -según Bernard Summer (guitarra)- el poderoso "¡que te jodan!" en el más intenso "¡estoy jodido!": de la urgencia pública a la emergencia privada en una romería por el corazón de las tinieblas alumbrada por el rítmico distanciamiento de la vanguardia europea (Kraftwerk, Can), la melódica proximidad del amigo americano (Lou Reed, Iggy Pop, Jim Morrison), y el inevitable marcaje del pop británico (David Bowie, Brian Eno, Roxy Music).
Porque su mundo siempre tuvo mucho que ver con los límites del nuestro (el amor, la soledad, Dios, el fin), no se adelantaron a nuestro tiempo, sino que lo condensaron y lo dedujeron, elevando la estatura mítica del pop y erigiéndose, tal y como afirmar Paul Morley en el libreto del antológico cuádruple CD "Heart And Soul" (1997), en su última (después de The Velvet Underground, MC5, The Stooges, The Doors, Television) y en su primera (antes de Pixies, My Bloody Valentine, Nirvana...) gran banda.
"Vi a los Sex Pistols. Eran horribles. Y me parecieron grandiosos. Yo quería ponerme en pie y ser horrible también". En aquel concierto -celebrado en el Free Trade Hall de Manchester el 4 de junio de 1976-. Bernard Summer (entonces Dickon) no estaba solo. Le acompañaba Peter Hook, desde esa misma noche bajista de un cuarteto que se completaría meses más tarde con la sustitución de Steve Brotherdale por Stephen Morris y la entrada de Ian Curtis, un taciturno veinteañero de Macclesfield que vestía una cazadora con la palabra "hate" garabateada en la espalda.
Y fue precisamente Curtis quien le dio nombre al grupo: primero Warsaw, apócope de la canción "Warzawa" que Bowie incluyera en "Low" (1977) y coincidente con el de los londinenses Warsaw Pat!; y luego Joy Division -así se denominaban las unidades de los campos de concentración nazis donde las prisioneras eran forzadas a ejercer de prostitutas-, extraido de "House Of Dolls" (1953), la novela con que Ka-Tzetinik 135633 (Yehiel Dinur), superviviente de Auschwitz, honraba la memoria de su hermana.
Curtis le dio sentido y sensibilidad: aunque su sonido surgió por accidente -Hook ensayaba a un volúmen brutal ante las metronómicas acometidas de Morris y la minimal angulosidad de la guitarra-, orientó hacia el dasasosiego post-industrial y la desesperanza una literatura inspirada en Kafka, Dostoievski, Camus o Burroughs que, en la queda tormenta de una voz suave y salmódica, anunciaba la noche oscura del alma.
Y le dio el bien más preciado, la inmortalidad. El 18 de mayo de 1980, dos días antes de embarcarse en una gira estadounidense, Ian Curtis se ahorcaba en la cocina de su casa validando automáticamente toda su obra publicada: el EP "An Ideal For Living", los singles "Transmission" y "Atmosphere", el flexi "Komakino", sus contribuciones a "Earcom 2", "A Factory Sample" y al directo "Short Circuit" y, claro, su álbum de debut "Unknown Pleasures" (1979).
Grabado dos meses antes del fatal acontecimiento, inmediatamente después del siete pulgadas "Love Will Tear Us Apart" -Factory respetó la ausencia de los temas principales en los LPs en una prueba de su irreprochable talante independiente, que no indie-, "Closer" (1980) contiene muchas de las preguntas y casi todas las respuestas al enigma Joy Division. Homenaje a la colección de relatos que, bajo el mismo título, editó su admirado J. G. Ballard en 1970, la krautónica "Atrocity Eshibition" detona en múltiples direcciones ("Por aquí, por favor/ pasen y vean") el talento de Curtis y los cuatro jinetes -el concepto de producción del también fallecido Marin Hannett era puro exorcismo en hi-fi- de su particular apocalipsis de epilepsia, barbitúricos y culpa. Sólo por sentar las bases del Nuevo Orden en su mayor aproximación al synth-pop via Suicide ("Isolation" y su conmovedor "me avergüenzo de ser como soy/ si pudieras ver la belleza/ esas cosas que nunca podría describir"), anticipar el comatoso futuro slowcore ("The Eternal" y el espejo donde quisieron verse reflejados Slint y Codeine) y prolongar importantes porvenires -el de U2 puede rastrearse en "Passover"; el de The Cure, en "Decades"; el de toda la psicodelia siniestra, en "A Means To An End"-, hubiera pasado sin reservas a la historia.
Sin embargo, y convertido ya en el testamento de un suicida (Top 6 en agosto de 1980), tres canciones emocionalmente devastadoras muestran el infierno personal en que se hallaba sometido un autor hechizado por, en boca de Jon Savage, "la indescriptible belleza del horror absoluto". "Colony", la ciudad moderna como caldo de alienación, la desgarradora "Heart And Soul" y su angustia crítica y, por supuesto, "Twenty Four Hours", estremecedora radiografía de unas entrañas divididas entre su esposa, Deborah Curtis, y su amante, Annik Honore, hacen de este disco un monumento a ese sentimiento trágico que es el existir.
el trágico enigma de la desolación