Asam
Asiduo
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«Me siento obligada a convivir con mi 'inquiokupa' en un piso de 55 metros»
Estibaliz Kortazar, de 48 años, vive una pesadilla desde que alquiló una habitación en su casa del barrio de San Miguel de Basauri
«Tengo ganas de llorar cada vez que entro en mi propia casa. Es girar la llave y siento terror. Tenía alquilada una habitación y ahora convivo con un 'inquiokupa' que me da miedo y al que no puedo echar. Porque la ley le protege más que a mí». Estibaliz Kortazar, una vecina de Basauri de 48 años, se siente «obligada» a convivir con el inquilino que ha okupado su casa, de 55 metros, en el barrio de San Miguel.
Tras acudir a las autoridades y no sentirse apoyada, ha lanzado un grito de auxilio a través de la plataforma change.org en la que ya cuenta con 45.440 firmas, para pedir que se agilicen los procesos de desahucio. Porque tiene claro que rechaza cualquier tipo de violencia para echarle de su casa.
Administrativa de profesión, siempre ha reservado tiempo para las causas sociales y ha militado en el partido Equo Berdeak. Asimismo, lleva una década dando clases de español y ha ayudado en campos de trabajo. Su implicación le llevó a elegir un inquilino, un año menor, que le ha roto la vida. «Ayudo a personas inmigrantes desde una plataforma -explica-. Les acogemos en nuestra casa. Tenía dos personas más para escoger, pero él había estado en la de unos compañeros y desgraciadamente le elegí a él». Se fió.
La vida imposible
Llegó en Navidad de 2023 y el contrato se hizo desde Lanbide «como hospedaje o pupilaje para que cobrase una ayuda». La duración era de enero a diciembre del 2024 e incluso le empadronó, «porque si no, no tienen ni asistencia sanitaria». Hasta junio, la convivencia iba «más o menos bien», pero en julio su 'huésped' comenzó «a traer cosas de la calle a casa». «Le dije que no era un almacén, que le daba una semana para quitarlas», explica.
A partir de ese momento el inquilino «cambió», hasta que llegó un momento que Estibaliz le pidió que abandonase la casa. Y comenzó el infierno. El 'inquiokupa' empezó a hacerle la vida imposible. «Su cuarto está frente al mío y se pasaba las noches yendo al baño con todas las luces encendidas. Aunque tengo cerradura, sentía mucho miedo», revive. El individuo no cesó de incomodar a la casera. «Me insultaba llamándome puta o perra sucia», se duele. Amén de la falta de limpieza o situaciones embarazosas. «Una noche llegué a casa y estaba en la mesa del comedor. Me lo encontré con el portátil viendo porno», recuerda. Ni se inmutó.
La pesadilla
«Me ha insultado, robado y me ha hecho daño con mi perra, es un psicópata sin ética ni moral»
«No sabe controlar la ira, es agresivo. Creo que es un psicópata sin ética ni moral», relata. Da «portazos, me ha robado, me ha roto cosas...». Lo peor ha sido el «daño» que le provocaba con su perra, Lurra, recientemente fallecida. «Metía basura en su transportín o me apagaba la webcam para que no pudiera ver cómo estaba cuando me iba de casa -se emociona-. Como los maltratadores con los hijos».
También llegó a cambiarle el bombín de la cerradura dos veces e, incluso, le puso denuncias falsas, que no prosperaron por falta de pruebas. Ella le ha denunciado hasta en tres ocasiones y una «por coacciones» llegó a juicio. Sin éxito. «La Policía me ha dicho que no puede entrar hasta que tengan una orden de desahucio», añade. La orden ya la ha pedido en el Juzgado número 1 de Bilbao, pero no sabe «cuántos años tardará» el proceso.
«Debo volver»
Por el momento, la han acogido unos familiares. Ha estado tres semanas de baja por ansiedad y estará en tratamiento terapéutico y con antidepresivos durante seis meses. Ha adelgazado varios kilos porque dejó de desayunar y cenar «para no coincidir con él». Sin embargo, «tengo que volver -asume- porque, si no estoy, va a pensar que ha ganado la casa y ya piensa que es suya».
El contrato acabó en diciembre y se le avisó de su no renovación. Pero se quedó y en febrero dejó de pagar la renta. «Ahora estoy pagando la hipoteca y sus facturas. De luz me ha llegado al doble», cuenta con impotencia. Ella cobra «el salario mínimo» y le han dado una ayuda de emergencia. Ahora debe buscar un segundo trabajo para sostener todos los gastos. También se ha quitado de su ocio, como las cuotas de Equo o de la asociación Biziz Bizi.
Estibaliz se siente desamparada. «Es increíble que los 'inquiokupas' y los okupas tengan más derecho que tú. Yo siempre he estado al lado de los desahuciados, pero siempre mirando cada caso. Lo que van a conseguir es que no se quiera alquilar. Cuando salga este individuo, en mi vida volveré a alquilar. Lo hice por necesidad, pero prefiero comer piedras
Estibaliz Kortazar, de 48 años, vive una pesadilla desde que alquiló una habitación en su casa del barrio de San Miguel de Basauri
«Tengo ganas de llorar cada vez que entro en mi propia casa. Es girar la llave y siento terror. Tenía alquilada una habitación y ahora convivo con un 'inquiokupa' que me da miedo y al que no puedo echar. Porque la ley le protege más que a mí». Estibaliz Kortazar, una vecina de Basauri de 48 años, se siente «obligada» a convivir con el inquilino que ha okupado su casa, de 55 metros, en el barrio de San Miguel.
Tras acudir a las autoridades y no sentirse apoyada, ha lanzado un grito de auxilio a través de la plataforma change.org en la que ya cuenta con 45.440 firmas, para pedir que se agilicen los procesos de desahucio. Porque tiene claro que rechaza cualquier tipo de violencia para echarle de su casa.
Administrativa de profesión, siempre ha reservado tiempo para las causas sociales y ha militado en el partido Equo Berdeak. Asimismo, lleva una década dando clases de español y ha ayudado en campos de trabajo. Su implicación le llevó a elegir un inquilino, un año menor, que le ha roto la vida. «Ayudo a personas inmigrantes desde una plataforma -explica-. Les acogemos en nuestra casa. Tenía dos personas más para escoger, pero él había estado en la de unos compañeros y desgraciadamente le elegí a él». Se fió.
La vida imposible
Llegó en Navidad de 2023 y el contrato se hizo desde Lanbide «como hospedaje o pupilaje para que cobrase una ayuda». La duración era de enero a diciembre del 2024 e incluso le empadronó, «porque si no, no tienen ni asistencia sanitaria». Hasta junio, la convivencia iba «más o menos bien», pero en julio su 'huésped' comenzó «a traer cosas de la calle a casa». «Le dije que no era un almacén, que le daba una semana para quitarlas», explica.
A partir de ese momento el inquilino «cambió», hasta que llegó un momento que Estibaliz le pidió que abandonase la casa. Y comenzó el infierno. El 'inquiokupa' empezó a hacerle la vida imposible. «Su cuarto está frente al mío y se pasaba las noches yendo al baño con todas las luces encendidas. Aunque tengo cerradura, sentía mucho miedo», revive. El individuo no cesó de incomodar a la casera. «Me insultaba llamándome puta o perra sucia», se duele. Amén de la falta de limpieza o situaciones embarazosas. «Una noche llegué a casa y estaba en la mesa del comedor. Me lo encontré con el portátil viendo porno», recuerda. Ni se inmutó.
La pesadilla
«Me ha insultado, robado y me ha hecho daño con mi perra, es un psicópata sin ética ni moral»
«No sabe controlar la ira, es agresivo. Creo que es un psicópata sin ética ni moral», relata. Da «portazos, me ha robado, me ha roto cosas...». Lo peor ha sido el «daño» que le provocaba con su perra, Lurra, recientemente fallecida. «Metía basura en su transportín o me apagaba la webcam para que no pudiera ver cómo estaba cuando me iba de casa -se emociona-. Como los maltratadores con los hijos».
También llegó a cambiarle el bombín de la cerradura dos veces e, incluso, le puso denuncias falsas, que no prosperaron por falta de pruebas. Ella le ha denunciado hasta en tres ocasiones y una «por coacciones» llegó a juicio. Sin éxito. «La Policía me ha dicho que no puede entrar hasta que tengan una orden de desahucio», añade. La orden ya la ha pedido en el Juzgado número 1 de Bilbao, pero no sabe «cuántos años tardará» el proceso.
«Debo volver»
Por el momento, la han acogido unos familiares. Ha estado tres semanas de baja por ansiedad y estará en tratamiento terapéutico y con antidepresivos durante seis meses. Ha adelgazado varios kilos porque dejó de desayunar y cenar «para no coincidir con él». Sin embargo, «tengo que volver -asume- porque, si no estoy, va a pensar que ha ganado la casa y ya piensa que es suya».
El contrato acabó en diciembre y se le avisó de su no renovación. Pero se quedó y en febrero dejó de pagar la renta. «Ahora estoy pagando la hipoteca y sus facturas. De luz me ha llegado al doble», cuenta con impotencia. Ella cobra «el salario mínimo» y le han dado una ayuda de emergencia. Ahora debe buscar un segundo trabajo para sostener todos los gastos. También se ha quitado de su ocio, como las cuotas de Equo o de la asociación Biziz Bizi.
Estibaliz se siente desamparada. «Es increíble que los 'inquiokupas' y los okupas tengan más derecho que tú. Yo siempre he estado al lado de los desahuciados, pero siempre mirando cada caso. Lo que van a conseguir es que no se quiera alquilar. Cuando salga este individuo, en mi vida volveré a alquilar. Lo hice por necesidad, pero prefiero comer piedras
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