Slowhand
Freak
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- 17 Ene 2010
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Se abalanzó sobre la mesa de manera descarada y me soltó un “hola, ¡Cuantísimo tiempo!” en toda la cara, ante mi sorpresa. La conocí en el primer año de facultad y nuestra relación personal se basaba en apuntes y algún tibio “¿Cómo lo llevas?”, vamos, la típica conexión que se tiene con el 99% de tus compañeros de clase. Yo para ella era prácticamente un fantasma y ella para mí la popular chica rodeada de babosos, así que la situación, en un primer momento, me superó; ella encaramada a la mesa, posando su mirada en mí, mientras yo repasaba unos papeles. Cinco años de diferencia desde que la conocí en la facultad hasta hace dos semanas.
Inmóvil sobre la mesa, se me podría comparar con la estatua de baluarte Bazire; era un auténtico abate sentado y leyendo. Supongo que desde la lejanía parecería una persona pero en la distancia corta me sentía como un trozo de yeso repleto de interés por saber qué quería de mí, porque evidentemente, cuando llevas años sin tratar con una persona y de repente esa persona acude a ti ataviada con una felicidad y una sonrisa casi hirientes, es indiscutible que algo quiere. Le pregunté qué tal estaba, qué era de su vida, en fin, la conversación costumbrista que busca el momento oportuno para sacar a relucir la pregunta que te haga salir de tu duda y así resolver el enigma. Ella no paraba de hablar, de narrar lo bien que se sentía, lo mucho que había viajado, lo fantástica que era su vida, en definitiva,y yo me iba aburriendo poco a poco; sólo la tos de un señor que estaba sentado en la mesa de al lado disipó el enjambre de mi hastío. Pero ella seguía, sin darme pie a una mísera réplica, contoneaba los labios y articulaba las frases de manera atroz pero con una velocidad tremenda; a su lado, parecía un pobre diablo que abotonaba sus miserias y no anunciaba más que sufrimiento, a tenor de sus palabras.
En un momento dado, me preguntó el porqué habíamos perdido el contacto, si estudiábamos juntos y nos pasábamos apuntes. Le contesté que jamás habíamos tenido ni siquiera un conato de amistad, qué mierdas amistad, un amago de ser conocidos. Me dijo que eso tenía que cambiar, que yo le caía muy bien –tócate los cojones, ahora la caía bien, cuando en cinco años no había demostrado el más mínimo interés en relacionarse conmigo más allá de lo estrictamente necesario-. Suspiré y le dije pues que tenía razón, pero que estas cosas pasan y que aquí estábamos, que es una expresión bastante estúpida por el exceso de obviedad y el defecto de sutileza.
Siempre me había parecido una chica bastante interesante; no era tonta, físicamente era muy mona, tenía el cabello largo y peinado como malezas y unas manos delicadas; además, su actitud era bastante burlona y enfermiza, rayando lo estridente, algo que a mí, por lo menos, me atrae bastante. Mientras la escrutaba, ella me hablaba de artistas modestos, música minimalista, ejecutantes de violín y pintores de retratos, algo que no me importa nada ya que detesto las conversaciones “intelectuales”; soy más de banalidades y cosas triviales, para qué mentiros. Ella parecía tener un hambre insaciable y una sed inextinguible por recorrer todos los puñeteros temas de actualidad que poblaban el panorama mediático que nos inunda cada día con cataratas de noticias negativas y actitudes malsonantes, y yo sólo quería conocer el porqué de nuestro nada fortuito encuentro.
Le pedí el whatsapp y le dije que tenía que irme, que me esperaban. En qué momento se lo pedí…
Al día siguiente me desperté con un alud de mensajes caprichosos, fruto del excesivo tiempo libre y la paranoia más exacerbada. Entre las decenas de mensajes que había en el móvil, había algunas intenciones de quedar conmigo, de sentir un interés enorme por mí y dándome a entender que igual podríamos comenzar algo con el tiempo. Le dije que tenía novia, que traspasar la línea de la amistad sería imposible y que lo mejor sería que reflexionase sobre lo que estaba haciendo, porque acelerando de cero a cien en un tiempo criminal. Me siguió hablando, haciendo caso omiso al hecho de que tenía pareja; parecía darle exactamente lo mismo, así que comenzó con un acoso y derribo en sucesivos días; me convertí en el objeto de deseo de una desequilibrada emocional.
No tuve el arrojo ni el valor necesarios para contarle esto a mi pareja; total, eran unos simples mensajes que me iba dejando vía whatsapp, así que parecía tenerlo todo controlado. Y unos cojones de hipopótamo.
De repente, comenzó a llamarme, a presentarse en los lugares que frecuentaba –siempre deambulo por los cuatro o cinco lugares de siempre- con intenciones de lo más aviesas. Le daba lo mismo que estuviese acompañado por mi novia o por amigos, que ella hacía acto de presencia, colocaba su sonrisa de colosales proporciones de simpatía y le caía bien a todo el mundo; claro, que nadie sabía lo que me estaba haciendo en sus ratos libres, que ya digo, eran muchos. Le dije por activa y por pasiva que me dejase en paz, que lo que estaba haciendo no era sano, que estaba como una puta cabra y que como siguiese con esa actitud, tomaría medidas –farol total, ya que soy un pan sin sal incapaz de cortar de raíz el problema-; le sudó lo que viene siendo el coño y siguió en su línea.
Se ha ido de viaje una semana a Canarias y amenaza con volver más fuerte y contumaz que nunca, y no sé qué hacer.
¿Consejos?
Inmóvil sobre la mesa, se me podría comparar con la estatua de baluarte Bazire; era un auténtico abate sentado y leyendo. Supongo que desde la lejanía parecería una persona pero en la distancia corta me sentía como un trozo de yeso repleto de interés por saber qué quería de mí, porque evidentemente, cuando llevas años sin tratar con una persona y de repente esa persona acude a ti ataviada con una felicidad y una sonrisa casi hirientes, es indiscutible que algo quiere. Le pregunté qué tal estaba, qué era de su vida, en fin, la conversación costumbrista que busca el momento oportuno para sacar a relucir la pregunta que te haga salir de tu duda y así resolver el enigma. Ella no paraba de hablar, de narrar lo bien que se sentía, lo mucho que había viajado, lo fantástica que era su vida, en definitiva,y yo me iba aburriendo poco a poco; sólo la tos de un señor que estaba sentado en la mesa de al lado disipó el enjambre de mi hastío. Pero ella seguía, sin darme pie a una mísera réplica, contoneaba los labios y articulaba las frases de manera atroz pero con una velocidad tremenda; a su lado, parecía un pobre diablo que abotonaba sus miserias y no anunciaba más que sufrimiento, a tenor de sus palabras.
En un momento dado, me preguntó el porqué habíamos perdido el contacto, si estudiábamos juntos y nos pasábamos apuntes. Le contesté que jamás habíamos tenido ni siquiera un conato de amistad, qué mierdas amistad, un amago de ser conocidos. Me dijo que eso tenía que cambiar, que yo le caía muy bien –tócate los cojones, ahora la caía bien, cuando en cinco años no había demostrado el más mínimo interés en relacionarse conmigo más allá de lo estrictamente necesario-. Suspiré y le dije pues que tenía razón, pero que estas cosas pasan y que aquí estábamos, que es una expresión bastante estúpida por el exceso de obviedad y el defecto de sutileza.
Siempre me había parecido una chica bastante interesante; no era tonta, físicamente era muy mona, tenía el cabello largo y peinado como malezas y unas manos delicadas; además, su actitud era bastante burlona y enfermiza, rayando lo estridente, algo que a mí, por lo menos, me atrae bastante. Mientras la escrutaba, ella me hablaba de artistas modestos, música minimalista, ejecutantes de violín y pintores de retratos, algo que no me importa nada ya que detesto las conversaciones “intelectuales”; soy más de banalidades y cosas triviales, para qué mentiros. Ella parecía tener un hambre insaciable y una sed inextinguible por recorrer todos los puñeteros temas de actualidad que poblaban el panorama mediático que nos inunda cada día con cataratas de noticias negativas y actitudes malsonantes, y yo sólo quería conocer el porqué de nuestro nada fortuito encuentro.
Le pedí el whatsapp y le dije que tenía que irme, que me esperaban. En qué momento se lo pedí…
Al día siguiente me desperté con un alud de mensajes caprichosos, fruto del excesivo tiempo libre y la paranoia más exacerbada. Entre las decenas de mensajes que había en el móvil, había algunas intenciones de quedar conmigo, de sentir un interés enorme por mí y dándome a entender que igual podríamos comenzar algo con el tiempo. Le dije que tenía novia, que traspasar la línea de la amistad sería imposible y que lo mejor sería que reflexionase sobre lo que estaba haciendo, porque acelerando de cero a cien en un tiempo criminal. Me siguió hablando, haciendo caso omiso al hecho de que tenía pareja; parecía darle exactamente lo mismo, así que comenzó con un acoso y derribo en sucesivos días; me convertí en el objeto de deseo de una desequilibrada emocional.
No tuve el arrojo ni el valor necesarios para contarle esto a mi pareja; total, eran unos simples mensajes que me iba dejando vía whatsapp, así que parecía tenerlo todo controlado. Y unos cojones de hipopótamo.
De repente, comenzó a llamarme, a presentarse en los lugares que frecuentaba –siempre deambulo por los cuatro o cinco lugares de siempre- con intenciones de lo más aviesas. Le daba lo mismo que estuviese acompañado por mi novia o por amigos, que ella hacía acto de presencia, colocaba su sonrisa de colosales proporciones de simpatía y le caía bien a todo el mundo; claro, que nadie sabía lo que me estaba haciendo en sus ratos libres, que ya digo, eran muchos. Le dije por activa y por pasiva que me dejase en paz, que lo que estaba haciendo no era sano, que estaba como una puta cabra y que como siguiese con esa actitud, tomaría medidas –farol total, ya que soy un pan sin sal incapaz de cortar de raíz el problema-; le sudó lo que viene siendo el coño y siguió en su línea.
Se ha ido de viaje una semana a Canarias y amenaza con volver más fuerte y contumaz que nunca, y no sé qué hacer.
¿Consejos?