La toponimia ha sufrido los desmanes de la corrección política de manera especialmente desafortunada. Película mítica de aventuras, Objetivo Birmania. Bien, suena bien, dan ganas de tirarse en paracaídas si te dicen que tienes volar sobre la jungla birmana. Otra cosa es Myanmar. Allí que vaya la cabra de la Legión, conmigo que no cuenten. Lo mismo ocurre con el té de Ceilán, que era ambrosía salutífera y mítica, con mucho mejor sabor y propiedades que el té de Sri Lanka. El de Sri Lanka que se lo beban los gatos, yo sólo bebo té de Ceilán. Y con África ha pasado lo mismo, a ver si va a ser igual llamarse Zimbaue que Rodesia, que fue cambiarse el nombre y empezar a despeñarse por los abismos del subdesarrollo, o la República Democrática del Congo que Zaire.
Con las ciudades lo mismo. Mumbay en lugar de Bombay. Es como llamarse Homero y reubautizarse como Sisebuto. No es lo mismo Pekín, que Beijing. Y por supuesto si en lugar de Estambul la ciudad hubiera mantenido el nombre que le otorgó su fundador los juegos de 2020 se hubieran celebrado en Constantinopla. No hay ciudad que hubiera batido una propuesta así, Constantinopla 2020.
p.d. ¿Quien se tomaría una ginebra que se llamara Mumbay Sapphire? Imposible, meado de vieja.