Los culés se aferran a sus cochinos recuerdos, a todas sus desgracias, y no se les puede sacar de ahí. Con eso ocupan el alma. Se vengan de la injusticia de su presente revolviendo en su interior la mierda del porvenir. Cobardes que son todos, en el fondo. Es su naturaleza.
Son gente del vacío, fantasmas de deseos, orgiastas indecisos que siempre esperan a su Watteau, buscadores sin entusiasmo de Cíteras improbables. Pero el señor Moudrid, de origen popular y substancial, se mantiene sólidamente unido a la tierra por rudos apetitos, animales y precisos; su finalidad es cazar al puerco culé de una manera atroz.
Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando el Madrid, el más grande de este mundo, clava su vista en vuestra temblequeante faz, es porque va a convertiros en carne de cañón.
Mañana puede ser un gran día
