Acercarse hoy al Cine de Roberto Rossellini es recibir un regalo. Viaggio in Italia (1953), conocida en España como Te querré siempre (título sobre cuyo acierto hablaremos en otra ocasión) nos presenta, lejos de efectos especiales y demás fantasmagorías, una realidad impresa en la naturaleza del ser humano: el vacío del amor, si bien enmarcado dentro de un vacío existencial. Vemos a una pareja en la que parece no haber lugar para los sentimientos, ahogados, no mostrados nunca. Katherine y Alexander, los Joice, viajan a Nápoles, donde van a vender una villa, en la que se hospedan con unos amigos. La llegada supone una primera separación: mientras Katherine visita la ciudad y sus museos, entrando en contacto con las raíces del lugar, Alex se aburre, Me aburro porque no tengo nada que hacer y En Nápoles los forasteros están destinados a morirse de aburrimiento, dice hacia el inicio y el final, respectivamente. No hay conexión, ninguna comunicación entre ellos. El hecho de que se encuentren en un momento de ocio, momento que se mantiene, provoca una segunda separación: ella sigue sus visitas y él va a Capri, donde tiene posibilidad, que no es tal, pues, como sabemos al final, no la desea, de correr una aventura amorosa. Esto hace estallar la crisis cuando ambos, en las nuevas excavaciones de las ruinas de Pompeya, ven el descubrimiento de una pareja muerta en el abrazo amoroso por la erupción del Vesubio. Este instante de Cine absolutamente magistral e inclasificable, que nos deja sin aliento y como suspendidos en el espacio apenas sujetos a un leve hilo que puede romperse en un segundo (no otra cosa es vivir), ¡Qué breve es la vida!, dice ella, conmocionada por lo que acaba de ver, a lo que contesta Alex un incomprensible Por eso debemos aprovecharla, es el decisivo para plantear el divorcio cuando regresen a Inglaterra. Sin embargo, el azar-destino-o-como-queramos-llamarlo da a luz un final imprevisto, insospechado. En medio de una procesión religiosa, la multitud los separa e, inesperadamente, ambos van el uno hacia el otro para reencontrarse en un abrazo en el que declaran su amor como si jamás lo hubieran hecho antes. Aquel vacío dentro del amor, dentro de la existencia, de un amor en apariencia roto y muerto, revive precisamente a causa del contacto y, por tanto, de la consciencia de la misma muerte. Permítaseme hablar de prodigio.
Y, tratándose de Viaje a Italia, decir prodigio es decir dominio absoluto del tiempo. Cinematográficamente, lo esencial en la película es el empleo de los tiempos muertos. Éstos rompen los esquemas "habituales" de la narración. Nos encontramos no con una puesta en escena al servicio de dicha narración, sino, por el contrario, con el logro de que el Cine esté en relación directa con las vivencias. Por eso, aquí es más importante la imagen que la acción; pero la imagen presente, no la futura, lo cual tiene una finalidad clara: colocar al espectador, no ante una historia inventada, sino frente al mundo, frente a sí mismo, frente a "cosas" que pueden ocurrirle. De ahí que esta película sea clave en el cambio de concepción de los realizadores. Algunos "expertos" consideran que, sin ella, no se entenderían las obras de autores como Wenders, Bertolucci, Antonioni, Godard o incluso Rohmer. Mucho habría que hablar sobre este punto.
Visionada por cuarta vez, creo obligado destacar tres aspectos esenciales que, partiendo de ésta y válidos para otras, jalonan el trabajo de Rossellini. En primer lugar, un breve apunte biográfico. Como sabemos, durante el rodaje había una gran tensión entre el matrimonio real Rossellini-Bergman. Esta tensión se infiltra en la película. En segundo lugar, hay que tener en cuenta las dificultades con George Sanders. Rossellini se basaba en la intuición, escribía el guión sobre la marcha, lo que produjo un encontronazo con el actor acostumbrado al estilo de Hollywood, unos rodajes ordenados, donde todo estaba previsto. De ahí también que el film cosechara incomprensión, tanto por los que lo hicieron como por el público en su estreno. Ese altísimo grado de improvisación facilita un tono cercano al documental, y eso hace que funcione, junto con la construcción de un personaje masculino despistado, no asentado, perdido, que era como se sentía verdaderamente el actor. Se produce una ruptura del tiempo. El pasado nos muestra el amor inmortalizado por la erupción del Vesubio, mientras que el presente sólo nos permite ver a una pareja separada por el aburrimiento. He aquí la "pequeña" revolución de la búsqueda improvisada frente al guión. No hay historia, sino una situación o una sucesión de momentos muy concreta: las vacaciones, con sus descansos, visitas turísticas, cenas, paseos...
Por último, el contacto de la pareja con Italia crea otra tensión. Unidos a esos tiempos muertos, en los que parece no suceder nada, hallamos el gran aporte de Rossellini, porque no hay avance, sino espera; no es una carrera, la vida: es un vértigo, algo que escapa a la razón en la que ellos se han asentado porque pertenece al mundo de los instintos y las emociones. Tenemos, obligatoriamente, queramos o no, que esperar hasta que llega el estallido crucial. Esto produce, de un solo golpe, sin vuelta atrás, puesto que tampoco hay hacia delante, la sensación de vacío por la separación que se bifurca: separación de la pareja y separación por el cambio de contexto. Londres es su lugar, donde hay que tomar el té a una hora y no hay espacio para los sentimientos, sólo vida social y trabajo. Nápoles es lo desconocido, lo nuevo, los fenómenos naturales, la fuerza de la tierra, donde no existe el tiempo, que se dilata en un difuminado, ante lo que no hay recursos a mano. Al llegar, Katherine dice: Desde que salimos no estoy segura de nada, a lo que se unen las numerosas mujeres embarazadas, los grupos de niños, los restos de muertos en las catacumbas..., todo aquello que siempre han ignorado.
La visión de ese hallazgo arqueológico lleva a los personajes a reacciones que internan en la angustia, la soledad, la incomprensión, la extrañeza, el vacío en las relaciones: el misterio. De la forma más sencilla, Rossellini nos habla de los temas más importantes. En esta película, sólo apta para aquellos que, en el Cine, nos buscamos a nosotros mismos y, a la vez, nuestros caminos, mientras la actriz Ingrid Bergman se perturba, transmite esa fuerte emoción a Katherine. Y quienes la(s) vemos nos conmocionamos con ella(s).
Cine-Vida, Cine-Muerte, Cine-Fluidez como torrente que nos atraviesa sin posible escapatoria. Sobre todo, si pensamos en ese final, que es igualmente un misterio y, como tal, inexplicable, aunque los llamados "especialistas" lo quieran aclarar. Seguiremos pensando que nadie entenderá nunca cómo es Nápoles. Y porque seguiremos esperando, sabremos que continuamos vivos.