Bueno, la tarde se presenta gris y ya se escuchan los primeros quejidos de la tormenta, así que hoy no hay playa que valga.
Siempre he pensado -y he debido explicar mi postura en más de una ocasión- que los verdaderos psicoanalistas de nuestro tiempo hay que buscarlos entre las prostitutas y los taxistas. De los segundos podría hablar largo y tendido en otro hilo porque soy cliente asiduo de sus "servicios", ya que, como Einstein, yo nunca tendré carnet de conducir. De las putas podría hablar de su vida fuera de los clubes o pisos, pero no es el caso. Lo que me gustaría relatar hoy es mi segunda experiencia con una mujer de pago, experiencia que significó para mí mucho más de lo que han significado las mujeres con las que he comparetido cama, saliva y mal aliento en el último año. Y justo cuando empieza a llover en Valencia, empiezo el relato.
EL PUTERO IDIOTA II
Me encontraba en Barcelona por motivos de trabajo el pasado mes de Febrero. Tuvimos un par de reuniones infructuosas durante la mañana y luego me pasé el resto del día pateando por la Feria como un idiota, aguantando a decenas de orientales que se acercaban a mí cada vez que se percataban del identificador de Samsung que colgaba de mi chaqueta. Ni siquiera estaba a mi nombre, pero qué más da. Así pasaron las horas mientras mi jefe intentaba quedar con dos clientes, viejos amigos, a los que quería invitar a cenar. Nos reunimos los cuatro en la salida y convenimos cenar en nuestro hotel. Ya en mi habitación, tumbado en la cama desnudo después de salir de la ducha, me figuraba cómo iba a acabar todo aquello. De salir a tomar algo no iríamos a ningún pub o similar, nos iríamos a un puticlub, lo tenía más que claro. Mi jefe estaba enfadado por las reuniones matutinas que nos habían hecho perder el tiempo y tendría ganas de fiesta. Total, que bajamos, cenamos en el hotel y, tras una falsa charla de autojustificación, nos dirigimos a uno de los mejores clubes de Barna, local que ellos conocían de sobra y que disfruta de hilo propio en este foro. En el coche iba pensando en todo lo que me esperaba y me sorprendí a mí mismo llegando a la conclusión de que esa noche, sí o sí, iba a follarme a una puta. No por el hecho de pegar un polvo, no, sólo por dejar de creerme demasiado bueno como para no ser capaz de hacerlo.
La sensación al entrar al club fue la hostia. Docenas de mujeres, casi todas buenísimas, se paseaban por el garito o esperaban apoyadas en la pared. Intenté no mirar a ninguna a los ojos al principio, luego me divertía retándolas con la mirada como si fuese un experto en esas lides. Vamos Rubén, piensa que estas en una discoteca -me decía a mí mismo-, para que todo fuese más sencillo porque, como ya he dicho, iba dispuesto a follar, a pasármelo bien. Nos acercamos a la barra y pedimos una copa, allí nos quedamos esperando no sé a qué. Se acercaron algunas, me pellizcaban el culo o me tiraban de los dedos de la mano, me volvía, les miraba a la cara y les decía que sólo quería tomarme una copa tranquilamente sin dejar de sonreír. Las sudamericanas me parecen odiosas: por garrulas, por su forma de hablar, sus expresiones. Al rechazarlas se hacían las ofendidas y recuerdo que una incluso me dio un cachete. Mis compañeros ya estaban hablando cierto rato con algunas putas, brasileñas si no recuerdo mal, con grandes tetas y muslos generosos, putas de libro. En algún momento noté que alguien se situaba justo detrás de mí, noté que me miraba y, al girarme, me di de morros con los ojos más encantadoramente azules y grandes que he visto en mi vida. Bonitas lentillas, le dije. Gracias, me contestó. Y su voz sonó como mermelada de arándanos sobre una tarta de queso aún caliente.
Era alta pese a los tacones, era delgada pese a lo sano de su apariencia y era blanca, muy blanca, pese al amor que todo Sol debería sentir por una piel así. María se llamaba, Rumanía la vio nacer; gran país debe ser ése para haber hecho que dos de sus hijas se crucen en mi vida en sendos puticlubes. Una parte de mí me decía que debía esperar, buscar a otra con más tetas, con más culo, más puta al fin y al cabo. Pero mientras pensaba ella hablaba y yo escuchaba, me sonreía, me decía que no tuviera prisa porque ella no la tenía, me camelaba al fin y al cabo. Yo le decía que no me hablara como una colombiana, que no me dijera "Mi amor" y mierdas parecidas, ella agradeció mi sinceridad y me premió con un beso en la mejilla, un inocente beso que me marcó definitivamente. Soy María, la que una vez fue virgen y luego fue madre, sangre romaní corre por mis venas y con este beso marco a mi hombre para que no os acerquéis a él, putas de piel morena. Me cogió la mano y la puso sobre su durísimo culo, acercó los labios a mi oído y me hizo prometerle que la esperaría un momento. Asentí y dos minutos después de que se hubiese alejado me marché a otro lado.
Entré en la sala de fumadores y el panorama era algo peor. Mucho guiri borracho, sobre todo orientales, mucha puta bajita, cabezona y con las tetas infladas -pero no, no eran de Zaragoza-. Me fui de la barra porque sabía que no iba a ser capaz de follarme a María, porque me gustaba, porque no podría maltratarla, olvidarme de su condición, liberarme y disfrutar...no, no sería capaz. Quería una puta, no una mujer, quería alguna que me llamara mi amor, papi, una puta de ojos oscuros, una que me engañara, que me prometiera en el piso todo lo que me iba a negar en la habitación. ¿Una brasileña quizá? Una con buen culo a la que follarme a cuatro patas, blanca a ser posible y con una voz bonita, que no fumara. En ésas estaba cuando desde el otro lado aparece mi rumana, me mira a la cara con verdadero odio y se queda quieta como esperando, mirando a todas aquellas enanas que me rodean. Alguna me habla, me meten prisa, ¿subimos ya amor? Estoy muy caliente, me dice. Y, sin dejar de mirar a María, sin dejar de sonreirle, le respondo a la extraña que no puedeo subir con ella porque estoy ocupado. Sonrío porque la rabia al perder a un cliente potencial se parece demasiado a los celos que tanto me gustan, me acerco a ella y con los labios aún torcidos me dice: Yo sólo subo con hombres que me gustan -y qué más da si miente-. Yo sólo voy a subir contigo, le digo. Me coge de la mano y subo unas escaleras tras ella, le apreto el culo con una mano y ríe a carcajadas. Cómo me conoces, María, Virgen de corazón, muéstrame el camino.
Y ya seguiré otro rato...