Al parecer, en 1940, el dictador pidió al doctor danés Olen Hannussen que creara un prototipo de muñeca en plástico galvanizado, que sería más tarde fabricada en Dresde.
La muñeca nazi, obviamente, tenía que ser rubia, blanca y de ojos azules. Según una supuesta carta del Führer dirigida a Hanussen, debía tener una altura de 1,76m., labios y pechos grandes, piernas, brazos y cabeza articulada y un ombligo bien diseñado. Se le bautizó con el nombre de Borghild, extraído de la mitología nórdica.
El equipo del proyecto Borghild –formado por un escultor, un especialista en materiales sintéticos, un peluquero y un mecánico– se enfrentó al reto de diseñar una muñeca que tuviera una textura igual a la piel y los órganos sexuales, y de apariencia realista.
El equipo logró que las atletas germanas Wilhelmina von Bremen y Annette Walter prestaran sus cuerpos para que sirvieran de modelos. No lograron, sin embargo, que la bella actriz Käthe von Nagy se prestara para hacer un molde de bronce con el fin de dotar a la muñeca de sus hermosos rasgos; comprensiblemente, la artista se negó a que sus angelicales facciones pasaran por las manos de todos los soldados alemanes.