Libros ¿Qué libro habéis dejado a medias?

ruben_clv rebuznó:
Pongo el fragmento que sigue a la despedida de Ferdinand y Robinson y cómo el primero deshace su particular nudo gordiano africano. Me apetece, es sublime:

Esperé la llegada del día encendiendo una cerilla de vez en cuando. El día llegó en una tromba de luz y des¬pués aparecieron los criados negros para ofrecerme, son¬rientes, su enorme inutilidad, salvo que eran alegres. Ya intentaban enseñarme la despreocupación. En vano pro¬curaba, mediante una serie de gestos muy meditados, ha¬cerles comprender hasta qué punto me inquietaba la de¬saparición de Robinson, no por ello parecía que dejara de importarles tres cojones. No cabe duda, es una locura completa ocuparse de algo distinto de lo que se tiene ante los ojos. En fin, yo lo que sentía sobre todo en aquel caso era la desaparición de la caja. Pero no es frecuente volver a ver a la gente que se marcha con la caja... Esa circuns¬tancia me hizo suponer que Robinson renunciaría a vol¬ver sólo para asesinarme. Menos mal.
¡Para mí solo el paisaje, pues! En adelante iba a tener todo el tiempo del mundo, pensé, para volver a ocupar¬me de la superficie, de la profundidad de aquel inmenso follaje, de aquel océano de rojo, de amarillo jaspeado, de salazones flameantes, magníficos, seguramente, para quienes amen la naturaleza. Yo, desde luego, no la amaba. La poesía de los trópicos me repugnaba. La mirada, el pensamiento sobre aquellos conjuntos me repetían, como sardinas. Digan lo que digan, siempre será un país para mosquitos y panteras. Cada cual en su sitio.
Prefería volver de nuevo a mi choza y apuntalarla en previsión del tornado, que no podía tardar. Pero también tuve que renunciar bastante pronto a mi empresa de con¬solidación. Lo que de trivial había en aquella estructura podía aún desplomarse, pero no volvería a alzarse nunca; la paja, infestada de parásitos, se deshilachaba; la verdad es que con mi vivienda no se habría podido hacer un uri¬nario decente.
Tras haber descrito, con paso inseguro, unos círculos en la selva, tuve que volver a tumbarme y callarme, por el sol. Siempre el sol. Todo calla, todo tiene miedo a arder hacia el mediodía; basta, por cierto, con un tris, hierbas, animales y hombres en su punto de calor. Es la apoplejía meridiana.
Mi pollo, el único, la temía también, esa hora, volvía a la choza conmigo, él, el único, legado por Robinson. Vi¬vió así conmigo tres semanas, el pollo, paseándose, si¬guiéndome como un perro, cloqueando por cualquier cosa, viendo serpientes por todos lados. Un día de abu¬rrimiento mortal me lo comí. No sabía a nada, su carne desteñida al sol como una tela de algodón. Tal vez fuera eso lo que me sentara mal. El caso es que el día siguiente de haberlo comido no podía levantarme. Hacia el medio¬día, me arrastré atontado hacia la cajita de las medicinas. Sólo quedaba tintura de yodo y un plano de la Línea de metro norte-sur de París. Aún no había visto clientes en la factoría, sólo mirones negros, que no cesaban de gesti¬cular y masticar cola, eróticos y palúdicos. Ahora se pre¬sentaban en círculo en torno a mí, los negros, parecían discutir sobre mi mala cara. Estaba muy enfermo, hasta el punto de que me parecía que ya no necesitaba las pier¬nas, colgaban tan sólo al borde de la cama como cosas despreciables y algo cómicas.
De Fort-Gono, del director, no me llegaban, mediante corredores nativos, sino cartas apestosas con broncas y estupideces, amenazadoras también. Los comerciantes, que se creen, todos, astutos de profesión, resultan en la práctica la mayoría de las veces ineptos insuperables. Mi madre, desde Francia, me instaba a cuidar la salud, como en la guerra. Bajo la guillotina, mi madre habría sido ca¬paz de reñirme por haber olvidado la bufanda. No perdía oportunidad, mi madre, para intentar hacerme creer que el mundo era benévolo y que había hecho bien al conce¬birme. Es el gran subterfugio de la incuria materna, esa supuesta providencia. Por lo demás, me resultaba muy fácil no responder a todos aquellos cuentos del patrón y de mi madre y nunca contestaba. Sólo, que esa actitud no mejoraba tampoco la situación.
Robinson había robado casi todo lo que había habido en aquel establecimiento frágil, ¿y quién me creería, si fuera a decirlo? ¿Escribirlo? ¿Para qué? ¿A quién? ¿Al patrón? Todas las tardes, hacia las cinco, tiritaba de fie¬bre, a mi vez, pero es que con ganas, hasta el punto de que mi crujiente cama temblaba como si estuviera cas¬cándomela. Negros de la aldea se habían apoderado, sin cumplidos, de mi servicio y mi choza; no los había llama¬do, pero ya sólo mandarles marcharse exigía demasiado esfuerzo. Se peleaban en torno a lo que quedaba de la factoría, metiendo mano con ganas en los barriles de ta¬baco, probándose los últimos taparrabos, apreciándolos, llevándoselos, contribuyendo aún más, de ser posible, al desorden de mi instalación. El caucho, tirado por el sue¬lo, mezclaba su jugo con los melones de la selva, las dul¬zonas papayas con sabor a peras orinadas, cuyo recuer¬do, quince años después, de tantas como jalé en lugar de las judías, aún me da asco.
Intentaba hacerme idea del nivel de impotencia en el que había caído, pero no lo lograba. «¡Todo el mundo roba!», me había repetido por tres veces Robinson, antes de desaparecer. Ésa era también la opinión del delegado general. Con la fiebre, esas palabras me obsesionaban. «¡Tienes que espabilarte!»... me había dicho también Ro¬binson. Intentaba levantarme. Tampoco lo conseguía. Sobre lo del agua de beber, tenía razón, lodo era; peor, posos. Unos negritos me traían muchos plátanos, grandes y pequeños, y naranjas sanguinas y siempre aquellas «pa¬payas», pero, ¡me dolía tanto el vientre con todo aquello y con todo! Habría podido vomitar la tierra entera.
En cuanto notaba un poco de mejoría, me sentía me¬nos atontado, el abominable miedo volvía a apoderarse de mí por entero, el de tener que rendir cuentas a la So¬ciedad Porduriére. ¿Qué iba a decir, a aquella gente malé¬fica? ¿Me creerían? Me mandarían detener, ¡seguro! ¿Quién me juzgaría, entonces? Tipos especiales, armados de leyes terribles, sacadas de quién sabe dónde, como el consejo de guerra, pero cuyas verdaderas intenciones nunca te comunican y que se divierten haciéndote escalar con ellas a cuestas, sangrando, el sendero a pico por enci¬ma del infierno, el camino que conduce a los pobres al hoyo. La ley es el gran Parque de Atracciones del dolor.
Cuando el pelagatos se deja atrapar por ella, se le oye aún gritar siglos y más siglos después.
Prefería quedarme pasmado allí, temblando, babeando con los 40o, que verme forzado, lúcido, a imaginar lo que me esperaba en Fort-Gono. Llegó un momento en que ya no tomaba quinina para dejar que la fiebre me ocultara la vida. Te embriagas con lo que puedes. Mientras me cocía así, a fuego lento, durante días y semanas, se me acabaron las cerillas. Robinson no me había dejado otra cosa que fabada «estilo de Burdeos». Ahora que de ésta me dejó la tira, la verdad. Vomité latas enteras. Y, para llegar a ese resultado, aún había que calentarlas.
Esa penuria de cerillas me proporcionó una pequeña distracción, la de contemplar a mi cocinero encender el fuego con dos piedras en eslabón y hierbas secas. Al ver¬lo hacer así, se me ocurrió hacer lo mismo. Además, tenía mucha fiebre y la idea cobró singular consistencia. Pese a ser torpe por naturaleza, tras una semana de aplicación, también yo sabía, igualito que un negro, prender el fuego entre dos piedras puntiagudas. En una palabra, empezaba a espabilarme en el estado primitivo. El fuego es lo prin¬cipal; luego queda la caza, pero yo no tenía ambición. El fuego del sílex me bastaba. Me ejercitaba concienzudo. Sólo tenía eso que hacer, día tras día. En el juego de re¬chazar las orugas del «secundario» no había adquirido tanta habilidad. Aún no había aprendido el truco. Aplas¬taba muchas orugas. Perdía interés. Las dejaba entrar con libertad en mi choza, como amigas. Se produjeron dos grandes tormentas sucesivas, la segunda duró tres días enteros y, sobre todo, tres noches. Por fin pude beber agua de lluvia en el bidón, tibia, claro, pero en fin... Bajo los aguaceros las telas en existencia empezaron a desha¬cerse, sin remedio, mezclándose unas con otras, mercan¬cía inmunda.
Negros serviciales me fueron a buscar, muy dentro de la selva, manojos de lianas para amarrar mi choza al sue¬lo, pero en vano, el follaje de las mamparas, al menor so¬plo de viento, se ponía a batir enloquecido, por encima del techo, como alas heridas. No hubo solución. Todo por divertirse, en suma.
Los negros, pequeños y grandes, decidieron vivir en mi ruina con total familiaridad. Estaban joviales. Gran distracción. Entraban y salían de mi casa (si así podemos llamarla) como Pedro por la suya. Libertad. Nos enten¬díamos por señas. Si no hubiera tenido fiebre, tal vez me habría puesto a aprender su lengua. Me faltó tiempo. En cuanto al encendido con piedras, pese a mis progre¬sos, aún no había adquirido su mejor estilo, el expeditivo. Aún me saltaban muchas chispas a los ojos y eso hacía reír mucho a los negros.
Cuando no estaba enmoheciendo de fiebre en mi «ple¬gable» o dándole al mechero primitivo, no pensaba sino en las cuentas de la Porduriére. Es curioso lo que cuesta liberarse del terror a la irregularidad en las cuentas. Des¬de luego, ese terror debía de venirme de mi madre, que me había contaminado con su tradición: «Primero robas un huevo... y después un talego y acabas asesinando a tu madre.» De esas cosas nos cuesta a todos mucho liberar¬nos. Las hemos aprendido siendo demasiado pequeños y acuden a aterrarnos, más adelante, en los momentos deci¬sivos. ¡Qué debilidades! Sólo podemos contar, para li¬brarnos de ellas, con las circunstancias. Por fortuna, son imperiosas, las circunstancias. Entretanto, nos hundía¬mos, la factoría y yo. Íbamos a desaparecer en el barro tras cada aguacero más viscoso, más espeso. La estación de las lluvias. Lo que ayer parecía una roca hoy no era sino melaza pastosa. Desde las ramas balanceantes el agua tibia te perseguía en cascadas, se derramaba por la choza y los alrededores, como en el lecho de un antiguo río abandonado. Todo se fundía en papilla de baratijas, esperanzas y cuentas y en la fiebre también, húmeda también. Aquella lluvia tan densa, que te cerraba la boca, cuando te agredía, como con una mordaza tibia. Aquel diluvio no impedía a los animales seguir persiguiéndose, los rui¬señores se pusieron a hacer tanto ruido como los chaca¬les. La anarquía por todos lados y en el arca, yo, Noé, medio lelo. Me pareció llegado el momento de poner fin a aquella vida.
Mi madre no sabía sólo refranes sobre la honradez; también decía, recordé oportunamente, cuando quemaba en casa las vendas viejas: «¡El fuego lo purifica todo!» Encuentras de todo en casa de tu madre, para todas las ocasiones del destino. Basta con saber escoger.
Llegó el momento. Mis sílex no eran los más apropia¬dos, sin punta suficiente, la mayoría de las chispas se me quedaban en las manos. Aun así, al fin las primeras mer¬cancías prendieron pese a la humedad. Se trataba de una provisión de calcetines absolutamente empapados. Era después de la puesta del sol. Las llamas se elevaron rápi¬das, fogosas. Los indígenas de la aldea acudieron a agru¬parse en torno al fogón, parloteando con furia de coto¬rras. El caucho en bruto que había comprado Robinson chisporroteaba en el centro y su olor me recordaba inva¬riablemente el célebre incendio de la Compañía Telefóni¬ca, en Quai de Grenelle, que fui a ver con mi tío Charles, quien tan bien cantaba romanzas. Era el año antes de la Exposición, la Grande, cuando yo era aún muy pequeño. Nada fuerza a los recuerdos a aparecer como los olores y las llamas. Mi choza, por su parte, olía exactamente igual. Pese a estar empapada, ardió enterita, con mercancías y todo. Ya estaban hechas las cuentas. La selva calló por una vez. Completo silencio. Debían de estar deslumbrados búhos, leopardos, sapos y papagayos. Es lo que nece¬sitan para quedarse pasmados. Como nosotros con la guerra. Ahora la selva podía volver a apoderarse de los restos bajo su alud de hojas. Yo sólo había salvado mi modesto equipaje, la cama plegable, los trescientos fran¬cos y, por supuesto, algunas fabadas, ¡qué remedio!, para el camino.
Tras una hora de incendio, ya no quedaba nada de mi edículo. Algunas pavesas bajo la lluvia y algunos negros incoherentes que hurgaban las cenizas con la punta de la lanza en medio de tufaradas de ese olor fiel a todas las miserias, olor desprendido de todos los desastres de este mundo, el olor a pólvora humeante.
Ya era hora de largarme a escape. ¿Regresar a Fort-Gono? ¿Intentar explicarles mi conducta y las circuns¬tancias de aquella aventura? Vacilé... Por poco tiempo. No hay que explicar nada. El mundo sólo sabe matarte como un durmiente, cuando se vuelve, el mundo, hacia ti, igual que un durmiente se mata las pulgas. La verdad es que sería una muerte muy tonta, me dije, como la de todo el mundo, vamos. Confiar en los hombres es dejarse matar un poco.
Pese al estado en que me encontraba, decidí internar¬me por la selva en la dirección que había seguido aquel Robinson de mis desdichas.

Robinson...ya ni me acordaba. Leí este fragmento en un tren de cercanías, enfebrado como Ferdinand, y hasta llegar a casa lo estuve recreando por calles y parques bajo un sol de los que aplastan; mi sombra parecía una llamarada más del incendio.

Igual te graba una frase que un recuerdo el libro. Sublime le pega, sí.
 
Yo tt rebuznó:
Alguien sabe de qué coño hablo? Es que me siento solo y desamparado cuando hablo de este autor :sad:

Ostras, pues en la biblioteca familiar hay un libro titulado "Trevanian el Main". Pero le tengo tirria, la portada es tan cutre...:

2329trevanian-el-main.JPG


No sé, siempre me dio la impresión de que era un libro muy malo, la portada no indica nada bueno, desde luego. Amén de que las historias tipo James Bond siempre me han aburrido muchísimo.

¿Podrías hacer una pequeña crítica de esos libros que hablas? Estaría bien. Hale, ¡al cuerno!

EDITO: Acabo de darme cuenta de que escribí el nombre del autor y el título todo seguido. Para que veáis lo mala que es la portada...
 
ruben_clv rebuznó:
Pensaba que te estabas inventado títulos. :lol:

No. Esta vez va en serio.

pict0024.jpg


Lolitonta rebuznó:
¿Podrías hacer una pequeña crítica de esos libros que hablas? Estaría bien. Hale, ¡al cuerno!

Puedo copypastear la reseña que escribí en entrelectores sobre Shibumi.

https://www.entrelectores.com/libros/detalle/shibumi-trevanian

Trevanian es un autor que se puede encontrar en las estanterías de algunas librerías pero que no llama la atención desde un principio, ya que su puñado de novelas tienen un deje de literatura facilona que no pasa del puro entretenimiento. Pero Shibumi es un título muy a tener en cuenta, que... destaca sobre el resto de sus obras y las eclipsa. Es un texto a la altura del mejor Forsyth o del mejor Follet, pero con una profundidad oriental y un protagonista que te atrapa y que te hace comprender por qué amas la literatura y la pasión por la lectura. Shibumi es uno de esos libros que no pararé de recomendar a cualquier lector sin prejuicios y a cualquier amante de best-sellers, porque la buena literatura puede disfrazarse de mil formas y Trevanian eligió una que me fascinó y que convirtió Shibumi en un libro de cabecera.
8-)
 
Pistolas_Joe rebuznó:
Pues, aunque suene pecaminoso yo he dejado a medias "La isla del dia de antes" de Umberto Eco.
Mira que lo intento, pues no hay manera, el libro no me engancha.

A mí me costó el pasar de las primeras (pocas) páginas varias veces, hasta que me lancé con ganas, y la terminé. No es comparable a las dos primeras de Eco, pero tiene su aquél. Uno de ellos es el interés, sumamente práctico, por el cálculo de la longitud, y otro, el saber quién es el muchacho que aparece al final de la novela. Uno (que es anormal), lo adivinó:

PASCAL

Por cierto, la susodicha novela (que trata del origen de dicho género literario; no en vano el punto de inflexión de la misma es la transición en el gobierno de Francia de los cardenales Richelieu y Mazarino), la tiene uno de mis hermanos. La necesito para poder completar la colección de obras de ficción de Umberto, siempre que consiga su quinta (y última, que yo sepa) obra.

P. D.: A pesar de que sólo la he leído una vez (las dos primeras las he releído al menos una), me dejo cosas en el tintero, pero, como dijo el manco, es que no se puede llevar el peso de las armas sin el gobierno del estómago. Au.

EDICIÓN: Edito este post para, entre otras cosas, no salirme del tema en cuestión... Empecé hace unos meses "La apelación", de John Grisham, y a las pocas páginas la dejé hasta el día de hoy. Acostumbrado a leer texto con sustancia, éste sólo me daba personajes, hechos y vivencias pueriles. Si alguien lo quiere, se lo regalo (MP, of course)
 
El Ulises de Joyce... Lo nuestro ya es una suerte de relación enfermiza y viciosa. No tengo ni la capacidad, ni los conocimientos, ni la sensibilidad para leer apreciando esta obra. Y sin embargo no puedo, cada cierto tiempo, dejar de intentarlo.

Y bueno, no lo he realmente dejado, pero me leí el primer tomo de En busca del tiempo perdido y no he seguido comprándome más. Ha pasado tanto tiempo, que para empezar el segundo tendría que releer el primero, y me da algo de pereza. No obstante, no descarto intentarlo hacia final de verano.

Guerra y Paz, lo dejé porque me lo pidió mi novia y en aquél momento me pareció bien y ni ella lo ha leído, ni yo he vuelto a pensar en él hasta ahora.

El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. No es en realidad un libro que haya abandonado, es un perenne en mi mesita y cada x tiempo leo, sin prestar demasiada atención a por donde iba. Es un libro que verdaderamente disfruto estéticamente, pero en pequeñas dosis.
 
Jaime Lannister rebuznó:
Guerra y Paz, lo dejé porque me lo pidió mi novia y en aquél momento me pareció bien y ni ella lo ha leído, ni yo he vuelto a pensar en él hasta ahora.
Venga ya.
¿Tú crees?
 
Dejé a medias "La conjura de los necios", no porque fuera malo. Espero acabarlo algún día.

También dejé "Los ojos del dragón" de King. Lo comencé, no me interesó y fuera.
 
Juvenal rebuznó:
Dejé a medias "La conjura de los necios", no porque fuera malo. Espero acabarlo algún día.

Entonces, ¿por qué? Lo digo porque me extraña, es un libro muy divertido y ameno.
 
Soy de los que acaban cualquier libro que cae en mis manos, da igual que sea tedioso, aburrido, mal escrito, etc., pero sólo ha habido uno que no he tenido los cojones de liquidar: Los Versos Satánicos. Creo que no pasé ni 10 páginas. Quizás, si me veo con ganas lo retomo.
 
Soy de los que acaban cualquier libro que cae en mis manos, da igual que sea tedioso, aburrido, mal escrito, etc., pero sólo ha habido uno que no he tenido los cojones de liquidar: Los Versos Satánicos. Creo que no pasé ni 10 páginas. Quizás, si me veo con ganas lo retomo.
Bueno, si alguien respetable del subforo secunda tu opinión con algún argumento, abriré un hilo para defender esa obra maestra.
 
Campos de Londres, Martin Amis.

Iba más allá de la mitad, pero es largo de cojones y ciertos pasajes se me hacían repetitivos. Se juntaron esas dos cosas. Pienso retomarlo y acabarlo.
Me gusta el escritor y las temáticas que trata, aunque su estilo expresivo a veces es un poco enrevesado.



Fiebre en las gradas
, Nick Hornby.

Muy peñazo, no es un buen libro de fútbol. Además este escritor es muy ñoño. No lo voy a retomar ni voy a leer nada más de este pavo.



Alta Fidelidad
, Nick Hornby.

Ñoño, depresivo y para perdedores.
 
Undertaker rebuznó:
Bueno, si alguien respetable del subforo secunda tu opinión con algún argumento, abriré un hilo para defender esa obra maestra.



Pues no estaría de más. Pienso, que de esa manera me conminaría a leerlo, o mejor dicho, a terminarlo.
 
Lo raro es que no deje un libro a medias. Tengo la costumbre de leer varios libros a la vez, es decir, no a la vez, uno encima de otro, sino que no me ocupo de un libro únicamente y hasta que no lo termino no empiezo otro. Además leo libros de varias disciplinas de acuerdo con mis inquietudes del momento. Cuando esas inquietudes cambian, cambian los libros que leo.

Es como una rueda que va girando. A veces termino libros que empecé años atrás... pero en general, como he dicho, lo extraño es que termine un libro de un tirón.

Otro factor que influye en esto es que ha habido una época de mi vida en la que he comprado libros que sabía que en el momento de comprarlos no iba a leer. Una especie de inversión de futuro. Entonces tengo muchísimo donde elegir, de materias muy diversas... en fin.
 
Una vez me deje Demian de Hesse a medias, luego lo retomé, pero no acabo de pillarlo. Max_Demian, explícame tú, ¿qué significa la figura de "Max Demian"? !¿Que significa?!
 
Una vez me deje Demian de Hesse a medias, luego lo retomé, pero no acabo de pillarlo. Max_Demian, explícame tú, ¿qué significa la figura de "Max Demian"? !¿Que significa?!

Tiene que ver bastante con el gnosticismo, C. G. Jung y toda esa mierda. He buscado algún enlace que explique esto pero los que hay son demasiado voluminosos. Yo personalmente dudo que para comprender Demian haya que recurrir a la bibliografía de Jung, pero eso no quita que Hesse estuviera muy al tanto de sus teorías.

La figura de Max Demian es una guía. Sinclair es una persona que busca y Demian es, así mismo, alguien que ya ha encontrado aquello que buscaba.
 
"El juego de Gerald" de Stephen King"



Gran decepción hamijos
 
Anoche empecé El Pendulo de Foucault de Umberto Eco después de haber terminado Cat's Cradle de Vonnegut. No pase de 100 paginas y eso es algo raro para mi. Curiosamente El Nombre de la Rosa me encanto y me lo termine en dos días un verano hace mucho tiempo.

Inmediatamente después empecé Ringworld de Larry Niven y me lo terminare esta noche, me esta encantando.
 
Krakenjitsu rebuznó:
Anoche empecé El Pendulo de Foucault de Umberto Eco después de haber terminado Cat's Cradle de Vonnegut. No pase de 100 paginas y eso es algo raro para mi. Curiosamente El Nombre de la Rosa me encanto y me lo termine en dos días un verano hace mucho tiempo.

Inmediatamente después empecé Ringworld de Larry Niven y me lo terminare esta noche, me esta encantando.

La verdad que si se pegó una gran cagada. Yo lo acabé, pero empeñando mucho esfuerzo. Uno se esperaba una gran cosa, estilo El Nombre de la rosa, con varios significados, y el Temple de por medio, pero decepcionó.
 
No me asustéis, que lo tengo en el punto de mira. ¿Cuál es exactamente el problema con el libro? He leído reseñas muy buenas que, bueno, no lo ponen al nivel de El Nombre de la Rosa (que me gustó mucho) pero en absoluto dicen que sea un mal libro o un libro pesado de leer.

Por mi parte, ahora mismo estoy con uno que posiblemente abandone, si termino haciéndolo ya lo comentaré, no lo tengo tan decidido como para ir pregonándolo.
 
_Memnoch_ rebuznó:
No me asustéis, que lo tengo en el punto de mira. ¿Cuál es exactamente el problema con el libro? He leído reseñas muy buenas que, bueno, no lo ponen al nivel de El Nombre de la Rosa (que me gustó mucho) pero en absoluto dicen que sea un mal libro o un libro pesado de leer.

Por mi parte, ahora mismo estoy con uno que posiblemente abandone, si termino haciéndolo ya lo comentaré, no lo tengo tan decidido como para ir pregonándolo.

:lol::lol::lol::lol:
 
Sombrerero Loco rebuznó:

Muy poca gente se atreve con cuatro emoticonos sonrientes.

Asombroso.

No somos dignos de usted ni de su plenitud. Su presencia nos honra, nos enaltece y nos muestra el preciado camino.

Gracias, nunca lo olvidaremos.
 
Costra es Costra, no es un forero más, no se le mide con el mismo rasero.

Pero es más sencillo no quotearle que hacerlo, así que a otra cosa, mariposa.
 
Arriba Pie