Alcaudon
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- 18 Abr 2005
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Ah, sí, Neo-Woke debería ser el nombre correcto.
Los Woke originales tomaron su nombre de la frase "Stay Woke" del tema 'Scottsboro Boys' (1938) de Lead Belly; no es ningún misterio, sale en la Wikipedia.
Comenzaron a tomar forma en los años 40s, y se consolidaron entre los 50 y 60s con el Movimiento por los Derechos Civiles contra, especialmente, las leyes de segregación racial de Jim Crow.
Sus actores más famosos fueron Martin Luther King, Malcolm X y Rosa Parks, que fue detenida por negarse a cederle un asiento del autobús a un blanco.
El movimiento, tras mucho sudor y sangre, quedó disuelto durante la segunda mitad de los 60s tras conseguir sus objetivos legislativos: la Civil Rights Act (1964) y la Voting Rights Act (1965), que anulaban cualquier tipo de discriminación racial en los EEUU.
Y hasta aquí la clase de Historia.
Ahora vamos al meollo.
¿Qué tienen que ver los Woke de mediados de siglo con la izquierda identitaria actual; y por qué se apropiaron del nombre entre 2008 y 2012, popularizándose en la segunda mitad de los 2010s?
Excelentes preguntas.
La primera pregunta se responde fácilmente: no tienen absolutamente nada que ver.
Los reformistas estadounidenses de mediados de siglo eran igualitaristas y se reivindicaban contra las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos más fundamentales. El propio ML King lo expresó así: "Hoy he tenido un sueño en el que mis hijos no serán juzgados por el color de su piel, sino por sus actos".
Los Neo-Woke son la antítesis de este discurso, dado que son identitarios.
¿Y la apropiación?
Bueno, el Woke nunca llegó a desaparecer, del mismo modo que tampoco lo han hecho los carlistas, pero sólo quedaban unos cuantos nostálgicos bastante flipados. La expresión afroamericana pasó del Woke al movimiento Hip Hop en poco más de una década, con la expresión Funk setentera como bandera de tregua.
Pero llegó Internet y, a partir de 2008, este puñado de amargados comenzó a crecer.
Ya no buscaban igualdad —que ya la tenían—, sino canalizar su resentimiento particular a través del revanchismo. A este revanchismo se fueron añadiendo otras "causas", destacando especialmente el feminismo de género, basado en el dualismo opresor-oprimido de Simone de Beauvoir plasmadas en 1949 en 'El Segundo Sexo', y bebiendo directamente de 'El origen de la familia, la propiedad privada y el estado' de Engels.
Internet ya no era "el futuro", era la trinchera vigente.
Y saltó de círculos pequeños a la gran palestra con las redes sociales de masas, incipientemente en Facebook y consolidándose en Twitter.
El apoyo a este movimiento Neo-Woke vino directamente del poder, del establishment, porque básicamente se basa en el enfrentamiento civil: DIVIDI ET IMPERA, como bien sabían ya los estrategas macedonios y romanos hace más de dos milenios.
Vale, pero entonces, ¿qué mueve a un Neo-Woke?
Podría decirse que la búsqueda de justicia social, reivindicando y defendiendo a las minorías oprimidas.
Pero es mentira.
Simplemente seleccionan y utilizan víctimas para alimentar su agenda política, que es básicamente el resentimiento personal convertido en revanchismo, como ya se ha explicado.
Queda patente que las víctimas les son indiferentes, salvo si les son útiles como arma arrojadiza en su estrategia política.
Hay infinidad de ejemplos.
El primero es el propio Black Lives Matter, que dice defender la vida del afroamericano, pero obvia deliberadamente que el 90% de las víctimas afroamericanas de homicidios tienen por victimario a otro afroamericano: no buscan sofocar el problema de raíz, sino crear enemigos, en este caso el blanco euro-descendiente.
Un ejemplo reciente es el vuelco de apoyo hacia el pueblo palestino; pero las víctimas y la realidad de Oriente Próximo les da lo mismo.
Las masacres de Yemen, provocadas por los mismos actores económicos, les son indiferentes, porque buscan culpar a los israelíes, no proteger vidas; si los agresores son los saudíes y sus socios, entonces esas vidas no valen.
Por extensión, tenemos todas las masacres y persecuciones actuales, como las étnicas en Sudán del Sur, o el genocidio chino hacia uigures, kazajos, kirguis, huis, tibetanos, mongoles y un largo etcétera; además de muchísimas más tragedias en el mundo, como la propia deshumanización y abuso sistemático de los San (bosquimanos) en Botswana, Namibia, Angola y Sudáfrica.
Algo similar sucede con los desastres naturales o grandes desastres humanos, donde es más importante el a quién culpar que mover un dedo por nadie; recordemos quiénes estaban ayudando hace un año durante las inundaciones de la zona de Paiporta, y quiénes se limitaban a criticar y difamar a los voluntarios. Un ejemplo más contundente es cómo han tratado a las víctimas del Covid, donde sólo parecen haber habido muertos y responsables en la Comunidad de Madrid, por el motivo que todos sabemos; aunque el récord de muertos per cápita se diese en Aragón y Castilla-La Mancha, ambos gobernados por coaliciones Neo-Woke (PSOE y sus filiales).
Por supuesto está su defensa "transversal" hacia la mujer, pero poco les importa destruirles la vida si las consideran el enemigo: Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Sarah Palin, Liz Truss, Nikki Haley (uno de los casos más extremos), María Corina Machado, Isabel Díaz Ayuso, Rosa Díez o Inés Arrimadas son sólo una pequeña muestra; podemos añadir a la actriz porno August Ames, que se suicidó tras un acoso global y masificado por no querer trabajar con actores del cine gay.
Y así con el resto de causas que se han apropiado, donde prefieren acusar de terroristas ecológicos a los europeos, que apenas provocamos el 4% de la contaminación global, mientras no dicen ni mutis de las barbaridades contra la naturaleza que se cometen en China o La India.
Volvamos al quid, ¿qué lleva a una persona adulta a participar en el Neo-Woke, aparte de la ignorancia?
El primer ingrediente es sencillo: gregarismo.
Las modas se llaman modas por algo, y el sentimiento de pertenencia, instinto básico de supervivencia, se explota visceralmente en este tipo de movimientos.
La sensación de "pertenezco a algo" genera seguridad en las personas de mente simple, siendo la misma motivación que lleva a alguien a pelearse por su equipo de fútbol favorito o defender una religión que se cae por su propio peso lógico: la única diferencia entre el Neo-Woke y el cristianismo de los Testigos de Jehová, es que el primero está masificado y socialmente aceptado.
Con esto no sólo se está ganando sensación de pertenencia grupal, sino aceptación social, al menos desde la perspectiva del militante.
El segundo punto es la brújula moral.
No todo el mundo tiene tiempo, inteligencia ni cultura para crear su propia sistema de valores, y aquí el Neo-Woke viene que ni pintado.
Lo que tradicionalmente eran las doctrinas morales religiosas, propagadas por diferentes sacerdocios a lo largo del mundo, ahora viene dado por este nuevo dogma.
No es necesario pensar, si ya tienes a una maquinaria de intelectualoides haciéndolo por la masa. Donde antes estaba el púlpito, ahora están los platós de tertulias televisivas, los pastiches de prensa digital, las producciones millonarias de plataformas de streaming (Disney, Amazon, Netflix, etc.) y los influencers de redes sociales masivas (Twitter, Instagram, Tiktok).
El tercer clavo es el narcisismo compensatorio, que algunos denominan como "complejo de clase".
Es este caso, el Neo-Woke siente no merecer el estilo de vida del que disfruta, con todas sus necesidades cubiertas y cualquier capricho al alcance de golpe de VISA.
Esto genera complejo de culpa, la sensación de no vivir acorde a lo que cree que debe merecer en términos económicos y materiales. Aunque, por mero egoísmo natural, siempre preferirá gastarse el dinero en una nueva tarjeta gráfica que en donarlo a un comedor social, lo que potencia su complejo de culpa, creando así un círculo vicioso.
Sin embargo, estos tres factores describen la causalidad en la gran masa, pero no en el militante comprometido, que siempre es minoritario, pero también el que más ruido hace.
El factor más visceral es la falta total de sentido de la ética y afectividad.
Cuando se tienen rasgos psicopáticos, sociopáticos o, simplemente, hay ausencia de madurez moral, este tipo de movimientos son perfectos para encauzar el resentimiento en forma de revanchismo o, directamente, odio.
El pretexto necesario para dar rienda suelta a lo más turbio del alma.
Aquí se añade la envidia inherente de estos perfiles, en este caso hacia quien sabe lo que es justo sin necesidad de banderas ni eslóganes, ya que el militante Neo-Woke carece de la capacidad de tener ese criterio y de ayudar al prójimo si no es bajo el compromiso de su causa; en la que, por cierto, suele destruir muchísimo más de lo que consigue arreglar, dado que solucionar problemas reales nunca ha pretendido ser su objetivo.
Esto se ve de forma cristalina en las manifestaciones de sus organizaciones internas, como Antifa, Black Lives Matters o las juventudes del partido Neo-Woke de turno: siempre acaban en una catarsis de violencia contra el mobiliario urbano, en el mejor de los casos; o saqueos, violaciones y asesinatos en situaciones donde sienten poder campar a sus anchas, como en las revueltas estadounidenses del verano de 2020.
La muerte de George Floyd no fue la causa, sólo el pretexto para desatar los instintos más bajos.
Además, podemos agregar rasgos de la personalidad persistentes en estos militantes, dispersos pero siempre presentes.
El complejo de inferioridad suele ser decisivo, ya sea por traumas afectivos, sexuales o de autoimagen; dígase, una autoestima muy baja, y en el grupo siente que todo eso desaparece, pudiéndose venir arriba sin la culpa que ofrece el anonimato de la turba humana.
Es el principal motivo por el que los manifestantes violentos van con la cara cubierta, o usan perfiles anónimos para el disfrute de sus acosos digitales.
En el núcleo duro nos encontramos directamente con evidentes síntomas afectivo-compulsivos; dígase, la obsesión por perseguir y dañar todo lo posible a ciertas personas concretas, sean personalidades públicas o enemigos anónimos de "la causa".
Básicamente, focalizar el odio más extremo hacia una sola persona o un grupo muy pequeño de ellas.
Y en la cúspide, en los líderes, directamente nos encontramos con psicópatas totalmente clínicos, basta con conocer someramente la ley de hierro de la oligarquía.
A estas personas ya les da directamente lo mismo el posicionamiento político, pues sólo conocen la ideología del oportunismo egoísta, aunque para ello se tengan que forjar alianzas temporales con los monstruos de la peor calaña.
Pero este tema ya daría para todo un libro.
Termino concluyendo que la izquierda identitaria es el mayor cáncer social que ha padecido Occidente en lo que llevamos de siglo.
Cualquier persona con dignidad moral debería replantearse lo que defiende y por qué lo defiende, anteponiendo el racionalismo a la comodidad intelectual.
El identitarismo SIEMPRE ha salido mal, desde que hay registro histórico. Somos individuos, no números en una teoría matemática de conjuntos.
Estamos ante la religión de la culpa occidental, esa que sustituyó a Dios por la identidad y al pecado por el privilegio.
La izquierda identitaria no busca redimir al ser humano, sino disolverlo.
Los Woke originales tomaron su nombre de la frase "Stay Woke" del tema 'Scottsboro Boys' (1938) de Lead Belly; no es ningún misterio, sale en la Wikipedia.
Comenzaron a tomar forma en los años 40s, y se consolidaron entre los 50 y 60s con el Movimiento por los Derechos Civiles contra, especialmente, las leyes de segregación racial de Jim Crow.
Sus actores más famosos fueron Martin Luther King, Malcolm X y Rosa Parks, que fue detenida por negarse a cederle un asiento del autobús a un blanco.
El movimiento, tras mucho sudor y sangre, quedó disuelto durante la segunda mitad de los 60s tras conseguir sus objetivos legislativos: la Civil Rights Act (1964) y la Voting Rights Act (1965), que anulaban cualquier tipo de discriminación racial en los EEUU.
Y hasta aquí la clase de Historia.
Ahora vamos al meollo.
¿Qué tienen que ver los Woke de mediados de siglo con la izquierda identitaria actual; y por qué se apropiaron del nombre entre 2008 y 2012, popularizándose en la segunda mitad de los 2010s?
Excelentes preguntas.
La primera pregunta se responde fácilmente: no tienen absolutamente nada que ver.
Los reformistas estadounidenses de mediados de siglo eran igualitaristas y se reivindicaban contra las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos más fundamentales. El propio ML King lo expresó así: "Hoy he tenido un sueño en el que mis hijos no serán juzgados por el color de su piel, sino por sus actos".
Los Neo-Woke son la antítesis de este discurso, dado que son identitarios.
¿Y la apropiación?
Bueno, el Woke nunca llegó a desaparecer, del mismo modo que tampoco lo han hecho los carlistas, pero sólo quedaban unos cuantos nostálgicos bastante flipados. La expresión afroamericana pasó del Woke al movimiento Hip Hop en poco más de una década, con la expresión Funk setentera como bandera de tregua.
Pero llegó Internet y, a partir de 2008, este puñado de amargados comenzó a crecer.
Ya no buscaban igualdad —que ya la tenían—, sino canalizar su resentimiento particular a través del revanchismo. A este revanchismo se fueron añadiendo otras "causas", destacando especialmente el feminismo de género, basado en el dualismo opresor-oprimido de Simone de Beauvoir plasmadas en 1949 en 'El Segundo Sexo', y bebiendo directamente de 'El origen de la familia, la propiedad privada y el estado' de Engels.
Internet ya no era "el futuro", era la trinchera vigente.
Y saltó de círculos pequeños a la gran palestra con las redes sociales de masas, incipientemente en Facebook y consolidándose en Twitter.
El apoyo a este movimiento Neo-Woke vino directamente del poder, del establishment, porque básicamente se basa en el enfrentamiento civil: DIVIDI ET IMPERA, como bien sabían ya los estrategas macedonios y romanos hace más de dos milenios.
Vale, pero entonces, ¿qué mueve a un Neo-Woke?
Podría decirse que la búsqueda de justicia social, reivindicando y defendiendo a las minorías oprimidas.
Pero es mentira.
Simplemente seleccionan y utilizan víctimas para alimentar su agenda política, que es básicamente el resentimiento personal convertido en revanchismo, como ya se ha explicado.
Queda patente que las víctimas les son indiferentes, salvo si les son útiles como arma arrojadiza en su estrategia política.
Hay infinidad de ejemplos.
El primero es el propio Black Lives Matter, que dice defender la vida del afroamericano, pero obvia deliberadamente que el 90% de las víctimas afroamericanas de homicidios tienen por victimario a otro afroamericano: no buscan sofocar el problema de raíz, sino crear enemigos, en este caso el blanco euro-descendiente.
Un ejemplo reciente es el vuelco de apoyo hacia el pueblo palestino; pero las víctimas y la realidad de Oriente Próximo les da lo mismo.
Las masacres de Yemen, provocadas por los mismos actores económicos, les son indiferentes, porque buscan culpar a los israelíes, no proteger vidas; si los agresores son los saudíes y sus socios, entonces esas vidas no valen.
Por extensión, tenemos todas las masacres y persecuciones actuales, como las étnicas en Sudán del Sur, o el genocidio chino hacia uigures, kazajos, kirguis, huis, tibetanos, mongoles y un largo etcétera; además de muchísimas más tragedias en el mundo, como la propia deshumanización y abuso sistemático de los San (bosquimanos) en Botswana, Namibia, Angola y Sudáfrica.
Algo similar sucede con los desastres naturales o grandes desastres humanos, donde es más importante el a quién culpar que mover un dedo por nadie; recordemos quiénes estaban ayudando hace un año durante las inundaciones de la zona de Paiporta, y quiénes se limitaban a criticar y difamar a los voluntarios. Un ejemplo más contundente es cómo han tratado a las víctimas del Covid, donde sólo parecen haber habido muertos y responsables en la Comunidad de Madrid, por el motivo que todos sabemos; aunque el récord de muertos per cápita se diese en Aragón y Castilla-La Mancha, ambos gobernados por coaliciones Neo-Woke (PSOE y sus filiales).
Por supuesto está su defensa "transversal" hacia la mujer, pero poco les importa destruirles la vida si las consideran el enemigo: Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Sarah Palin, Liz Truss, Nikki Haley (uno de los casos más extremos), María Corina Machado, Isabel Díaz Ayuso, Rosa Díez o Inés Arrimadas son sólo una pequeña muestra; podemos añadir a la actriz porno August Ames, que se suicidó tras un acoso global y masificado por no querer trabajar con actores del cine gay.
Y así con el resto de causas que se han apropiado, donde prefieren acusar de terroristas ecológicos a los europeos, que apenas provocamos el 4% de la contaminación global, mientras no dicen ni mutis de las barbaridades contra la naturaleza que se cometen en China o La India.
Volvamos al quid, ¿qué lleva a una persona adulta a participar en el Neo-Woke, aparte de la ignorancia?
El primer ingrediente es sencillo: gregarismo.
Las modas se llaman modas por algo, y el sentimiento de pertenencia, instinto básico de supervivencia, se explota visceralmente en este tipo de movimientos.
La sensación de "pertenezco a algo" genera seguridad en las personas de mente simple, siendo la misma motivación que lleva a alguien a pelearse por su equipo de fútbol favorito o defender una religión que se cae por su propio peso lógico: la única diferencia entre el Neo-Woke y el cristianismo de los Testigos de Jehová, es que el primero está masificado y socialmente aceptado.
Con esto no sólo se está ganando sensación de pertenencia grupal, sino aceptación social, al menos desde la perspectiva del militante.
El segundo punto es la brújula moral.
No todo el mundo tiene tiempo, inteligencia ni cultura para crear su propia sistema de valores, y aquí el Neo-Woke viene que ni pintado.
Lo que tradicionalmente eran las doctrinas morales religiosas, propagadas por diferentes sacerdocios a lo largo del mundo, ahora viene dado por este nuevo dogma.
No es necesario pensar, si ya tienes a una maquinaria de intelectualoides haciéndolo por la masa. Donde antes estaba el púlpito, ahora están los platós de tertulias televisivas, los pastiches de prensa digital, las producciones millonarias de plataformas de streaming (Disney, Amazon, Netflix, etc.) y los influencers de redes sociales masivas (Twitter, Instagram, Tiktok).
El tercer clavo es el narcisismo compensatorio, que algunos denominan como "complejo de clase".
Es este caso, el Neo-Woke siente no merecer el estilo de vida del que disfruta, con todas sus necesidades cubiertas y cualquier capricho al alcance de golpe de VISA.
Esto genera complejo de culpa, la sensación de no vivir acorde a lo que cree que debe merecer en términos económicos y materiales. Aunque, por mero egoísmo natural, siempre preferirá gastarse el dinero en una nueva tarjeta gráfica que en donarlo a un comedor social, lo que potencia su complejo de culpa, creando así un círculo vicioso.
Sin embargo, estos tres factores describen la causalidad en la gran masa, pero no en el militante comprometido, que siempre es minoritario, pero también el que más ruido hace.
El factor más visceral es la falta total de sentido de la ética y afectividad.
Cuando se tienen rasgos psicopáticos, sociopáticos o, simplemente, hay ausencia de madurez moral, este tipo de movimientos son perfectos para encauzar el resentimiento en forma de revanchismo o, directamente, odio.
El pretexto necesario para dar rienda suelta a lo más turbio del alma.
Aquí se añade la envidia inherente de estos perfiles, en este caso hacia quien sabe lo que es justo sin necesidad de banderas ni eslóganes, ya que el militante Neo-Woke carece de la capacidad de tener ese criterio y de ayudar al prójimo si no es bajo el compromiso de su causa; en la que, por cierto, suele destruir muchísimo más de lo que consigue arreglar, dado que solucionar problemas reales nunca ha pretendido ser su objetivo.
Esto se ve de forma cristalina en las manifestaciones de sus organizaciones internas, como Antifa, Black Lives Matters o las juventudes del partido Neo-Woke de turno: siempre acaban en una catarsis de violencia contra el mobiliario urbano, en el mejor de los casos; o saqueos, violaciones y asesinatos en situaciones donde sienten poder campar a sus anchas, como en las revueltas estadounidenses del verano de 2020.
La muerte de George Floyd no fue la causa, sólo el pretexto para desatar los instintos más bajos.
Además, podemos agregar rasgos de la personalidad persistentes en estos militantes, dispersos pero siempre presentes.
El complejo de inferioridad suele ser decisivo, ya sea por traumas afectivos, sexuales o de autoimagen; dígase, una autoestima muy baja, y en el grupo siente que todo eso desaparece, pudiéndose venir arriba sin la culpa que ofrece el anonimato de la turba humana.
Es el principal motivo por el que los manifestantes violentos van con la cara cubierta, o usan perfiles anónimos para el disfrute de sus acosos digitales.
En el núcleo duro nos encontramos directamente con evidentes síntomas afectivo-compulsivos; dígase, la obsesión por perseguir y dañar todo lo posible a ciertas personas concretas, sean personalidades públicas o enemigos anónimos de "la causa".
Básicamente, focalizar el odio más extremo hacia una sola persona o un grupo muy pequeño de ellas.
Y en la cúspide, en los líderes, directamente nos encontramos con psicópatas totalmente clínicos, basta con conocer someramente la ley de hierro de la oligarquía.
A estas personas ya les da directamente lo mismo el posicionamiento político, pues sólo conocen la ideología del oportunismo egoísta, aunque para ello se tengan que forjar alianzas temporales con los monstruos de la peor calaña.
Pero este tema ya daría para todo un libro.
Termino concluyendo que la izquierda identitaria es el mayor cáncer social que ha padecido Occidente en lo que llevamos de siglo.
Cualquier persona con dignidad moral debería replantearse lo que defiende y por qué lo defiende, anteponiendo el racionalismo a la comodidad intelectual.
El identitarismo SIEMPRE ha salido mal, desde que hay registro histórico. Somos individuos, no números en una teoría matemática de conjuntos.
Estamos ante la religión de la culpa occidental, esa que sustituyó a Dios por la identidad y al pecado por el privilegio.
La izquierda identitaria no busca redimir al ser humano, sino disolverlo.
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