Eso si que es un bar con solera, de la España profunda. De los que cuando entras te teletrasportan al pasado, a tu niñez o más allá. Olor a taberna; mezcla de humedad, humo de tabaco, café y otras fragancias que no se acierta a adivinar.
Esa estantería de madera con la cafetera de los años 80, la caja registradora ahora amarilla en su día blanca, el tabaco en la balda de abajo, las botellas de licor del año la pera, cuadros del mundial del 82 y esos enseres típicos de la zona. Como por ejemplo esas cestas que cuelgan del techo sobre la caja registradora, que los urbanitas creerán que son parte de la decoración pero que en realidad tienen un uso especifico y concreto.
Sin querer tiene la iluminación de un sofisticado pub de ciudad para snob, pero en realidad son unas bombillas de 40W con pátina que le confiere al local ese ambiente idóneo para relajarse y disfrutar de compañía masculina, Soy un bujarra, qué le voy a hacer.
Me apuesto el pescuezo a que la barra es de madera y que con un botellín te ponen de pincho medio huevo cocido con una anchoa o aceituna y en la siguiente ronda unas banderillas, ensaladilla rusa y magro con tomate en las posteriores. El tabernero es un hombre tranquilo, que se toma su tiempo para servir y que como le pidas alguna mariconada te mira con desprecio y te pone lo que a él le salga de los cojenes, y a callar.
Los jubilados armando bulla con sus partidas de cartas y dominó, haciendo notar las buenas bazas con sonoros golpes en las mesas de contrachapado con sus toscos nudillos. El suelo cubierto por una alfombra de colillas, servilletas de papel, palillos, sobres de azucarillos, huesos de aceitunas y cascaras de gambas.
Por supuesto sólo hay un servicio unisex con letrina que sirve para lo uno y para lo otro. Funcionalidad ante todo.