Nature is metal.
Teníamos en la parcela del campo unos pastores alemanes muy majos, de un porte fabuloso. Acababan de tener crías, de apenas dos meses entonces, como ositos de peluche adorables. Estaba el padre de los cachorros comiendo cuando uno de ellos se acercó con sus saltitos de cuento infantil al comedero. El padre no titubeó un segundo y ante la intrusión le arreó un bocado en la cara que le rompió el hocico con un chasquido de esos que te duelen al oírlos. El perrito lloraba y mi abuelo no esperaba que sobreviviera porque la sangre que salía asustaba y el pobre animal se quejaba con todas sus fuerzas.
Al final no fue nada especialmente grave y el animal salió del paso con unos puntos y bastante dificultad para comer en unas semanas. Desde que volvió del veterinario, mantuvo una distancia con su padre que ni Ferris ante una cara descubierta. Los otros cachorros se regalaron o vendieron enseguida y ese se quedó en la parcela junto a sus padres. El perro, al que pusieron Duque, fue creciendo sin acercarse a su padre. Ni un gruñido, simplemente separación y prudencia.
Hasta que un día, no sabemos cómo ni por qué, se rompió la tregua. Lo que sí sabemos es que no se limitó a matar a su padre, lo destrozó, lo despedazó como si fuera un cojín de gomaespuma roja. Mi abuelo sólo pudo recoger los restos en silencio, ante la mirada de boca sangrienta del ya tranquilo nuevo líder, y enterrarlos en algún lugar recóndito del huerto. Él nunca llamó a ese acto "venganza", sino que lo usa siempre como ejemplo de que "los animales no se olvidan". Yo era aún pequeño y recuerdo mucho mejor al autor de la venganza como el perro más noble y valiente que he visto en mi vida, sorprendido de que fuera capaz de un acto tan salvaje.