El problema viene originado por, precisamente, la Constitución. Para empezar, tiene más de carta otorgada que de Constitución. No se eligió, que yo recuerde, unas cortes constituyentes. Los que habían se pusieron a hacer una constitución para dársela al pueblo y luego les dijeron "a esto es a lo que tenéis que votar que sí". Y claro, con la costumbre que había de votar primero y de hacerlo en contra después, como para que saliera otra cosa.
Por otro lado, su contenido es un enjuague que sirvió para contentar a todos, para repartir café para todos, y el desarrollo de esa idea absurda del estado autonómico ya se ha visto en qué ha devenido: por un lado en generar varias administraciones paralelas que se pisan la manguera y resultan en ineficaces al tiempo que son reinos de taifas, acomodo de amiguetes y una carga impositiva imposible de llevar al resto de ciudadanos, y por el otro en que esa misma concepción del Estado derive en lo que hoy estamos viendo en Cataluña y mañana en más sitios. Por si no fuera poco con esto, no establece un límite infranqueable entre poderes, sino que los mezcla, lo cual es aberrante. Para guinda en el pastel, su redacción "interpetable" ha permitido que cada uno se la pase por el forro o trafique con ella como le ha dado la gana.