La sexualida/afectividad humana constituye una santísima trinidad que se ve irremediablemente lastrada si no le damos al cuerpo y al alma lo que nos reclama como legítimo e imprescindible. El rabo y el corazón tienen apetitos que no podemos neutralizar con ridículos y estériles piruetas intelectuales. Hemos nacido para buscarnos unos a otros hasta sus últimas consecuencias, contra toda lógica y contra todo sentido de la rentabilidad económica y emocional.
En primer lugar, nos encontramos ante un problema físico, ante unos imperativos biológicos, hormonales, genéticos que están por encima de cualquier disciplica ascetica o monacal. No hay forma de contener la furia de una erección titánica que reclama ser apaciguada. Las pajas son simples bocanadas de oxígeno para un naúfrago al borde de la asfixia. La piel necesita frotarse con la piel ajena, no hemos nacido para la partenogénesis ni para encontrar la salvación a través del onanismo. Nuestra hormonas rugen reclamando la atención de un contrario, la resolución del drama vital a través de la cópula y la reproducción.
El segundo problema es de carácter psicológico, emocional. Necesitamos mimo, queridos hamijos, necesitamos amor, necesitamos que nos esperen en los andenes de las estaciones y en las puertas de la cafeterías; necesitamos que alguién nos haga sentir diferentes, especiales, imprescindibles, refugiarnos en otro cuerpo cuando el invierno de la vida nos amenaza; necesitamos compartir la belleza de un viaje, de un buen momento y también las sucesivas derrotas con las que nos vamos domesticando y volviendo más compresivos. La ternura es un sentimiento que no se puede ignorar, que es común a todos, y que bien administrada, con su dosis de cursilería y ñoñez, es de lo poco que uno puede recordar con una sonrisa cuando la Parca nos corta el hilo de la vida.
Por último, el asunto más decisivio de todos, la consideración social que nos otorga nuestra habilidad sexual. Un nuncafollista es un leproso, un ciudadano de segunda, el último estrato de la plebe. Puedes ser un obrero de baja cualificación, analfabeto, con evidentes taras físicas y mentales y vivir baqueteado por la indigencia, pero si en este viaje de pesadilla te acompaña una hembra con cierta apariencia y sumisión, tus días en este mundo están justificados. Te has ganado el respeto como ser humano, tu polla es repestada y por lo tanto tu eres respetado.
¿Es posible alcanzar cierta dignidar con el rabo impoluto y no morir lapidado por el escarnio y la mofa ajena? Si, existen dos posibilidades, los monaesterios y los conventos, la extravancia mística, la justificación de la fe y la redención, enclaustrarse con tus iguales y emponzoñarse mutuamente con sus miasmas de castidad. Entre infectados, la enfermedad no existe, no hay discriminación posible en el lazareto.