En mi caso, cuando tuve una limpiadora-planchadora, hace más de un decenio y única experiencia durante unos tres años, le pagaba veintidós euros cada día que iba (los viernes). Y me explico: su labor consistía en barrer, fregar, limpiar (especialmente cocina y baño, sitios fundamentales) en un piso de dos habitaciones y un baño, unos sesenta metros cuadrados. Ah, y la plancha; por mi trabajo -que exige cierta buena presencia- y mi incapacidad-odio al planchado, pero ojo, unas cuantas camisas y un pantalón cada semana, no la atosigaba, y lo hacía bien. Digamos que su trabajo era por objetivos; quiero decir que me importaba un huevo las horas que echaba (que, por referencias de mis padres o mi novia de visita decían que eran dos horas, o dos horas y algo, cuya duración también aumentaría en presencia extraña, con el fin de aparentar), el caso es que, salvo un día que estaba enfermo, nunca la veía en acción: le abría la puerta y me iba a trabajar. El resto, esto es: comprar, cocinar, poner lavadoras, tenderlas, limpiar lo que ensuciaba yo entremedias de sus "apariciones" semanales, era por supuesto cosa mía, faltaría más. Es lo de ensuciar lo menos posible, especialmente cocinando, cuando hay que limpiar en el momento, que si no, es peor (lo decía Arguiñano y cualquiera con dos dedos de frente).
Además, le ofrecí la mano y me cogió el brazo, porque le dije amablemente que podía acceder al frigorífico y tomar lo que ella quisiera. Cuántas veces volvía de mi trabajo, pensando en mi queso brie, por ejemplo, y resulta que se lo había zampado, junto con zumos, yogures y demás, jajaj. Lo más fuerte es que, encima que dejaba el piso y la ciudad, le dí una compensación hermosa, que no tenía porqué, y me dejó caer que era "amiga" de una abogada. Le dije: "vale, yo también la conozco, que hable conmigo". No te jode.
Confieso que, al principio, tenía el prurito al que se refiere ILG en cuanto a lo de sentirme burgués-señorito, aunque soy un simple asalariado con sueldo normal, que vive solo, y al que le daba gusto llegar los viernes, después del trabajo de toda la semana, y encontrarme todo limpio, a efectos del fin de semana, sobre todo; daba sensación de serenidad, no sé si me explico. Por supuesto, al no tener que estar dada de alta en la Seguridad Social por motivo de esas pocas horas, ella cobraba en negro, por lo cual ella no tributaba, claro. El único pero, que no ha surgido aquí, es que no caí en la cuenta (como la mayoría hacemos) en contratarle un seguro, por si se le ocurriera algo mientras desarrollaba su trabajo (provocado o no, que hay mucha caradura, como esos americanos que se lanzan a los coches para obtener indemnización); hoy día no se me olvidaría detalle tan importante. Y sí, hay que recordar que el veinticinco por ciento de la economía española es en negro, faltaría más. El contrato era verbal, claro, y la cuestión con este tipo de contratos, como bien sabéis, reside en la prueba, que no es posible, puesto que es la palabra de uno contra la del otro.
Vamos, fue una experiencia que, desde ahora, pasados los años y después de tantas ciudades y pisos en los que he estado, hasta llegar donde actualmente resido, de vez en cuando echo de menos. Pero vamos, que desde que soy independiente -hace eones-, lo habitual ha sido que yo me encargue de todos los aspectos domésticos antes mencionados. Hace poco, no obstante, aquí en Valencia, se me ocurrió la idea de tener algo similar. De hecho, dí con una página (familiafacil), en la que hay muchas (incluyendo referencias más o menos fiables) que se ofrecen a prestar servicios domésticos: desde los más simples que he mencionado, hasta internas o cuidadoras de ancianos. Tuve, de hecho, una entrevista con una sudamericana, que se presentó con una amiga a mi piso para valorarlo (no fuera que la quisiera violar, o por cotilleo), y al día siguiente le dije que nones, que la veía muy culona, aunque había bastantes señoras españolas claramente experimentadas en la labor. Lástima da pensar que, cuando sea mayor, tenga que depender de alguien que puede ser una pécora que te roba y maltrata (experiencia laboral, y de conocimiento).
Respecto a lo que dice ILG, que tiene -casi- toda la razón (lo digo por el ejemplo del tabaco; no hace falta recurrir a ello, pero tiene cierta consistencia): sales a la calle y están llenas las terrazas y restaurantes. Como decía mi abuela: "Y luego dicen que no hay cuartos". Es cuestión de prioridades. Por ejemplo, cuánto cuesta ir a ver un estreno en un cine (yo voy a la Filmoteca por dos euros y veo pelis en VOSE), no salgo de cena más de una vez cada tres o cuatro meses, no tengo Netflix o HBO, y este año únicamente he comprado ropa una vez. Hace años que no viajo al extranjero, no tengo un iPhone ni quiero, no me voy de copas con los amigotes (antes prefiero gastarlo en clases de yoga, por ejemplo, o comprarme un ibérico y disfrutarlo en casa). Y, viniendo al caso, en la dirección que señala ILG, resulta que niñatos (y no tanto) que cobran una mierda al mes por deslomarse vivos, hacen cola una noche entera de invierno para comprarse lo último que los caraduras de Apple tienen a bien sacar constantemente (pongamos, la gamuza para limpiar pantallas, ésa de veinticinco euros, que cuesta seis en los mamones de Amazon).
No sé si he dejado bien armada la trabazón de mi argumento, que en el fondo, considero es una extensión de la de ILG; en todo caso, ahí dejo mi experiencia.