Pero si pagas la hora entera puedes hablar con ellas, indagar en sus vidas, aconsejarlas, sentirte superior al tratarlas como unas putas asquerosas pero todo ello con una exquisita educación. A mí me encanta que me cuenten sus miserias, me hacen sentir mejor al saber que hay gente más rastrera que yo. Si alguna me dice que tiene una hija de doce años en su país, me pongo en plan paternal y trato de convencerla para que me enseñé foto, a veces funciona, y al momento ya estoy otra vez montando a la madre pero pensando en la hija.
En realidad eso es lo bueno de las putas, porque luego lo de follar es siempre lo mismo (pagar, lavar, chupar, misionero, a cuatro patas y a los 15 min. corrida) Esas vidas descarriadas y cómo se agarran a un clavo ardiendo para seguir adelante, con esas historias de maridos que las pegan, y te enseñan las cicatrices, con esa lagrimita cuando hablan de un hijo abandonado en su país, o que viven bajo amenaza de muerte por su ex. Están tan solas, que me siento a gusto con ellas, escuchando sus miserables vidas.
Putas que llegan al piso picadero y se meten en la habitación que huele a vinagre y no salen nada más que para comprar algo ligero de comer y agua. Que no se relacionan con las otras putas del piso. Que van de ciudad en ciudad prostituyéndose y aguantando a los borrachos, viejos, camioneros sudados y moros, de todas y cada una de las ciudades por las que pasan. Pensando en ahorrar dinero y dejar de tragar pollas sucias. Viendo como se marchitan y se le agria el carácter sin trincar a ningún hombre medio decente que les mantenga como unas reinas.
Mucha angustia, ansiedad, desesperación. Mucho sufrimiento y coraje. Soledad, insatisfacción. Asco, hastío, rabia. Mirar a una puta mientras te la follas es echar un vistazo al infierno a través de sus ojos. Y cuanto más sufre ella más disfruto yo.