Stendhal nostálgico.

La última palabra

RangoNovato de mierda
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5 Ago 2014
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Todos los que visitamos esta madriguera lo hemos sufrido. Todos nos hemos visto superados por una polifonía de estímulos estéticos, por enjambres de sensaciones muy por encima de nuestra capacidad de percepción. La belleza nos turba, nos supera, nos provoca emociones ingobernables. Somos tan sensibles y desvalidos, siempre tan receptivos a cualquier pequeña veleidad, a cualquier capricho artístico. Esto es correcto, es bueno y debemos presumir de ser víctimas de una patología tan regia. Sin embargo algunos, con los años, visitamos otros territorios menos ambiciosos, sufrimos enfermedades más abyectas y miserables. Nos volvemos viejas ánforas de recuerdos que maceran de forman insana. Es un crisol corrompido que no sabemos digerir. Llega un momento en nuestras vidas en el que el camino recorrido exige cuentas, exige destinos concretos y acciones determinantes.

Arrebatos de nostalgia que al igual que la belleza nos somete a un vértigo desbordante. Pensamos en los años recorridos, en cada estación de paso que nos llevó hasta aquí, en todas las personas y hechos irrecuperables. En la veintena, cuando éramos jóvenes altivos, jóvenes airados, jóvenes insolentes que nos creíamos inmortales, que imaginábamos eterna nuestra plenitud, nada nos azoraba, sólo el hambre y la velocidad. El horizonte era de oro y las promesas se cumplirían sin duda. Pero los años pasan, las grietas se dilatan y se filtra la desazón, la incertidumbre y cierto crujir inquietante. No es grave pero hay que prestarle atención. Ya no es una remembranza amable e inofensiva, es otra cosa más densa y eléctrica, algo agraz y punzante, algo que enfría el pecho y el estómago. Es el tempus fugit, es el tiempo pasado doblando la esquina, el camino que se curva hacia abajo.

Hubiera querido abrir este hilo en el General, por su máxima repercusión, por si sirve de lenitivo a algún forero atormentado por las mismas cuitas. Pero me temo que el resultado sería siempre el mismo. Vacío e insultos. Me tirarían compresas contra las pérdidas de orina y tangas. "Maricón, póntelo y baila para nosotros. Queremos divertirnos" Hoy no, hoy estoy de ahogos y sofocos, hoy quiero aire, luz y esperanza. Decidme si os azoráis por la misma causa, si mirar por el retrovisor y observar el punto de partida os provoca un vahído de nostalgia desagradable. En la cúspide de mi vida, feliz y enamorado, a mí, que no deberían ocurrirme estas cosas, van, y me ocurren. Pero que bien me están sentado los 40, joder, como los estoy gozando.
 
Nostalgia significa en griego "el dolor de una vieja herida". Es una de mis etimologías favoritas. A estas alturas de mi vida, con treinta y nueve años y pico, es probable que tenga más vida a mis espaldas que delante de mí. Y me parece bien. Cada vez con más frecuencia soy abofeteado sin esperarlo por un recuerdo, por un trocito de realidad que se cruza en mi camino y que me trae, de sopetón, una escena de mi infancia, con sus colores, sus sabores, sus olores. Y me veo a mí mismo entonces, quizá en 1986, o en 1984, siendo un niño, en mi casa familiar, y toda esa escena se hace tan real y tan tangible y palpable como el momento presente, pero en seguida soy arrebatado de ahí y traído de nuevo a este 2014 donde ya disto mucho de ser un niño y desde luego no lo parezco. Y si bien antes eso me hacía esbozar una sonrisa a día de hoy ya no. A día de hoy hace que se me humedezcan los ojos, porque como en el poema pessoano, me da rabia no haber traído el pasado robado en el bolsillo.

¿Conoces, amigo de negro avatar, el poema "Aniversario"? Pues así, así cada día que eso pasa. Y no hace falta que sea mi cumpleaños, como en el poema, para sentirme así, pero la sensación es la misma. No hay vuelta atrás, y la sombra del mayor asesino de la historia, que es el tiempo, empieza a hacerse alargada.
 
Ah, la melancolía, tan melosa y melódica como el canto de una sirena.

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Tema recurrente de la filosofía y el arte, compañera de viaje. Sobran las palabras.

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–¡Ay! –respondió Sancho, llorando–: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
 
Más que stendhal nostálgico parece nostálgia mítica, porque la memoria tiende a convertir el pasado en mito, una versión almibarada de lo que realmente ocurrió y con la que torturarnos. A mí también me ocurre, especialmente con recuerdos que me hacen sentir mal, errores pretéritos y fantasmas que se pasan a joder. Yo los grito guturalmente y con rabia, les prendo fuego y los devuelvo al cajón. Después encojo mis músculos, estiro y me pongo otra vez la cota de malla y la coraza de hombre, un poco abollada ya. No hay nostalgia dañina para los que miran al futuro con ilusión ni gloria en las trincheras.
 
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