Temps Era Temps.

ruben_clv

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5 Sep 2005
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Tenía nueve años cuando falleció mi tía. Años después supe que se le murió en los brazos a su hermana -mi madre- en la cama del hospital. Mi tía era yonqui. Mi tío murió unos años antes por una sobredosis de caballo adulterado. Mi madre solía decirme que era ATS -practicante que se decía entonces- por si algún día nos lo encontrábamos faenando con una jeringa o por si tropezábamos con su material por casa. No iba mucho a verlos pero me encantaba su casa. Vivían en un barrio de gitanos y portuarios, sólo siendo un niño podía sentirse uno seguro allí. El suelo de su salón estaba lleno de cojines de diversos tamaños. No tenían sofá. Una pequeña tele en blanco y negro que nunca estaba encendida y una jaula de pájaros vacía. Mi prima me llevaba a la habitación y me enseñaba todo el mercurio que habían recogido de los termómetros que su padre había roto. Echa el anillo de la tía ahí -me decía- mientras juraba que esas lágrimas de metal podían acabar con la pureza del oro. En esa casa no quedaba nada puro, todo se lo había comido el mercurio de aquella lata.


Entre otras cosas mi tío había navegado durante años y había formado parte de una expedición americana a la Luna. No quería creer todo aquello, pero la severidad con la que mi prima contaba esas historias, apretando los labios y asintiendo para sí misma, me hacían dudar. La mente de un niño y la de un drogadicto comparten espacios comunes. Cuando le contaba esas historias a mi padre él respondía con un “Quizá haya llegado a la Luna…” que no hacía más que revolver aún más mis dudas. Luego, seguía pensando en el mercurio y el oro hasta llegar a casa.


Todo esto ha venido a mi cabeza hoy, tantos años después, tras una comida familiar. Mi hermano ha estrenado coche hace poco y mi pobre abuela tenía la ilusión de verlo, así que se ha asomado a la ventana junto a mi madre para que le señalara cuál de todos aquellos cacharros era el de su nieto. Mientras le indicaba –el negro, ése, el que está al lado del rojo…tiene un techo precioso, se abre solo…- la ha rodeado con el otro brazo, abrazándola justo por encima de la cintura. Ese gesto ha sido el desencadenante. Vuelvo a estar de pie, a dos metros de ellas, mientras están asomadas a la ventana. Han pasado veinte años. Mi abuela no tuvo valor para ir al entierro de su hija. No pudo. Mientras yo, niño, estaba de pie en la habitación ella se asomaba a la ventana para ocultar su llanto. Mi madre se asomaba junto a ella y la rodeaba con el brazo. De pronto he vuelto a tener nueve años, el largo flequillo y el pecho virgen de pelo. Me han entrado ganas de llorar. Ese instante ha sido suficiente. La habitación ha vuelto a ser la salita que solía: el teléfono en el rincón, la Singer indestructible, un brasero bajo la mesa y un periquito maleducado; los rizos todavía dorados de mi iaia, el olor de la cocina y el Winston en el cenicero; todo estaba allí, veinte años después. Y la corriente del tiempo me ha liberado, en suspenso, me ha separado del mundo y he podido abrazar a aquel niño de nueve años que hoy he vuelto a ser. Y me he quedado allí, fuera de la rueda, para seguir buscando. Y he visto a mi madre de niña con las rodillas peladas, y -con gesto desafiante, masculino- me ha mirado fijamente. Y he compartido juegos y secretos, desafíos imaginarios, juramentos en lenguas exóticas y promesas de amor, por qué no. Y una joven de cabellos dorados, de belleza solar, radiante, nos cogía de la mano para hacernos bailar, dando vueltas una y otra vez sobre la yerba, con los pies descalzos y las mejillas calientes por la luz que ilumina todos los sueños.


He caminado hacia ellas, hacia la ventana, y con la excusa de ver el coche las he abrazado suavemente, como un niño que, tímido, quiere mostrar amor a su madre sin que se le note, un gesto fútil que nunca pasa desapercibido a un adulto. Así que supongo que las dos se han dado cuenta de todo lo que ese abrazo implicaba, porque quizá ellas también recuerden que un día los tres tuvimos nueve años y bailamos juntos sobre la yerba, empapados en sudor, sujetándonos el vientre para amortiguar la risa. Sin importar lo que depara el futuro porque, por un breve instante, los tres nos liberamos de la rueda del tiempo, saltamos sus muros y vimos su verdadera forma…Quizá han sabido que ése era el abrazo que hace veinte años no supe darles.











Sí, que me haga un blog y todo eso...
 
:razz:

Escribir los hilos en word es lo más bajo que puede caer un valenciano.
 
Lo malo de hacer los borradores en el word son los efectos secundarios, tan chocantes como que aparezcan emoticonos sonrientes en medio del relato de la muerte de tu tía.
 
:121:121:121

Hijo de puta, tiene pegada cuando te pones al teclado.

El texto ese de tu abuelo y las tormentas estivales era genial, y este no le va a la zaga.

Intenta rentabilizar ese don.
 
A ver si me enterao bien, osea que tu tio le compro un coche a tu aguela para que tia no fuese en caballo y un dia atropello y mato a tu madre y tu tio se cabreo porque se jodio la luna y tenia el seguro a terceros y tu lo viste todo desde la ventana ¿no?
 
Grande, sin más. 2 cosas que me han llamado la atención, como soy egocéntrico a más no poder las 2 son partiendo de déficits míos: La primera es la descripción de estancias con detalle sin cansar, yo soy incapaz. La segunda lo hablé hará una semana con otro forero, es jodido poner nombres y tendemos a omitirlos todo cuanto podemos.
P.D. No me seas maricona y vuelve a colgarlo.
 
Tenía nueve años cuando falleció mi tía. Años después supe que se le murió en los brazos a su hermana -mi madre- en la cama del hospital. Mi tía era yonqui. Mi tío murió unos años antes por una sobredosis de caballo adulterado. Mi madre solía decirme que era ATS -practicante que se decía entonces- por si algún día nos lo encontrábamos faenando con una jeringa o por si tropezábamos con su material por casa. No iba mucho a verlos pero me encantaba su casa. Vivían en un barrio de gitanos y portuarios, sólo siendo un niño podía sentirse uno seguro allí. El suelo de su salón estaba lleno de cojines de diversos tamaños. No tenían sofá. Una pequeña tele en blanco y negro que nunca estaba encendida y una jaula de pájaros vacía. Mi prima me llevaba a la habitación y me enseñaba todo el mercurio que habían recogido de los termómetros que su padre había roto. Echa el anillo de la tía ahí -me decía- mientras juraba que esas lágrimas de metal podían acabar con la pureza del oro. En esa casa no quedaba nada puro, todo se lo había comido el mercurio de aquella lata.


Entre otras cosas mi tío había navegado durante años y había formado parte de una expedición americana a la Luna. No quería creer todo aquello, pero la severidad con la que mi prima contaba esas historias, apretando los labios y asintiendo para sí misma, me hacían dudar. La mente de un niño y la de un drogadicto comparten espacios comunes. Cuando le contaba esas historias a mi padre él respondía con un “Quizá haya llegado a la Luna…” que no hacía más que revolver aún más mis dudas. Luego, seguía pensando en el mercurio y el oro hasta llegar a casa.


Todo esto ha venido a mi cabeza hoy, tantos años después, tras una comida familiar. Mi hermano ha estrenado coche hace poco y mi pobre abuela tenía la ilusión de verlo, así que se ha asomado a la ventana junto a mi madre para que le señalara cuál de todos aquellos cacharros era el de su nieto. Mientras le indicaba –el negro, ése, el que está al lado del rojo…tiene un techo precioso, se abre solo…- la ha rodeado con el otro brazo, abrazándola justo por encima de la cintura. Ese gesto ha sido el desencadenante. Vuelvo a estar de pie, a dos metros de ellas, mientras están asomadas a la ventana. Han pasado veinte años. Mi abuela no tuvo valor para ir al entierro de su hija. No pudo. Mientras yo, niño, estaba de pie en la habitación ella se asomaba a la ventana para ocultar su llanto. Mi madre se asomaba junto a ella y la rodeaba con el brazo. De pronto he vuelto a tener nueve años, el largo flequillo y el pecho virgen de pelo. Me han entrado ganas de llorar. Ese instante ha sido suficiente. La habitación ha vuelto a ser la salita que solía: el teléfono en el rincón, la Singer indestructible, un brasero bajo la mesa y un periquito maleducado; los rizos todavía dorados de mi iaia, el olor de la cocina y el Winston en el cenicero; todo estaba allí, veinte años después. Y la corriente del tiempo me ha liberado, en suspenso, me ha separado del mundo y he podido abrazar a aquel niño de nueve años que hoy he vuelto a ser. Y me he quedado allí, fuera de la rueda, para seguir buscando. Y he visto a mi madre de niña con las rodillas peladas, y -con gesto desafiante, masculino- me ha mirado fijamente. Y he compartido juegos y secretos, desafíos imaginarios, juramentos en lenguas exóticas y promesas de amor, por qué no. Y una joven de cabellos dorados, de belleza solar, radiante, nos cogía de la mano para hacerles bailar, dando vueltas una y otra vez sobre la yerba, con los pies descalzos y las mejillas calientes por la luz que ilumina todos los sueños.


He caminado hacia ellas, hacia la ventana, y con la excusa de ver el coche las he abrazado suavemente, como un niño que, tímido, quiere mostrar amor a su madre sin que se le note, un gesto fútil que nunca pasa desapercibido a un adulto. Así que supongo que las dos se han dado cuenta de todo lo que ese abrazo implicaba, porque quizá ellas también recuerden que un día los tres tuvimos nueve años y bailamos juntos sobre la yerba, empapados en sudor, sujetándonos el vientre para amortiguar la risa. Sin importar lo que depara el futuro porque, por un breve instante, los tres nos liberamos de la rueda del tiempo, saltamos sus muros y vimos su verdadera forma…Quizá han sabido que ése era el abrazo que hace veinte años no supe darles.











Sí, que me haga un blog y todo eso...



Esta joya no puede perderse
 
Cuando pones nombre a los personajes parecen perder credibilidad, ¿no es cierto? De hecho narrar en primera persona siempre te da una buena ventaja en ese sentido.
 
deduzco que el post ha sido borrado o editado por Marta.
Es por eso que desde aquí quisiera preguntarle:
¿Merece este post una continuación abstracta?
Besos.
 
Lo que pierden no es credibilidad. Yo creo que la virtud de no ponerles nombre, tal y como has hecho en tu magnífico relato, es que al omitir los nombres has despersonalizado, dejando que cada uno le ponga no sólo el nombre que quiera, sino también las caras, los gestos, que cada uno configure a su medida las fisonomías. Universaliza, digamos. Con el nombre acaso se pierda ese sabor.
 
Eh, lo habías borrado pero ahora lo has vuelto a pegar.Es la ventaja de tenerlo en word. Eres listo como un roboc.
 
Cuando pones nombre a los personajes parecen perder credibilidad, ¿no es cierto? De hecho narrar en primera persona siempre te da una buena ventaja en ese sentido.
Totalmente cierto, y no sé si es snobismo pero a mí poner nombres españoles no me encaja, lo veo tan natural en toda la literatura española y sin embargo a mí me queda fatal o es la impresión que me da y poner nombres ingleses ya es de chiste, no sé, pero para ir avanzando hay que dominar ese punto y yo no soy capaz de momento.
 
Que foro de contrastes. Un hilo sobre la polla fimosa de un forero y esta maravilla literaria, compartiendo pagina. Ver pare creer.

Me voy a tunear a Pajares, antes de que se me salten las lagrimas. Gracias.
 
He caminado hacia ellas, hacia la ventana, y con la excusa de ver el coche las he abrazado suavemente, como un niño que, tímido, quiere mostrar amor a su madre sin que se le note,

que curioso, yo de niño no tenía problema alguno en mostrar cariño a mis viejos, o abrazarles, o decirles que les quiero

ahora sí, necesito alguna excusa como esa de ver el coche, porque soltarselo así a pelo o abrazarles sin más...ni de coña vamos, fliparían :lol:
 
Cerdo, a poco no me haces llorar leyendo el primer párrafo. Es como si, punto por punto, debiera haberlo escrito yo.

Afortunadamente luego has revelado cierto tufillo homosexual del que yo carezco.
 
Tony, eres el proximo monstruo de Amsteten, avisado quedas.
 
¿Cabanyalero?

No está mal escrito, pero el costumbrismo... no sé, prueba a escribir sobre algo distinto, hombre.
 
Joder, en momentos así me arrepiento de ser un lerdo y sólo haber leido un libro por cuenta própia.

La de joyas como esta que me habré perdido :(

Por cierto...
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:lol::lol::lol:
 
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