Cierra los ojos. No respires. Toma aire. Aguanta la respiración y no la sueltes hasta que te lo indique. Brazos en cruz. Saca el culo. Mete barriga. Saca pecho. Levanta la barbilla. Alza los hombros. Extiende los dedos de los pies hasta hundirlos en la arena. Junta los muslos. No tanto. Así. Ahora. El aire, suelta el aire. Muy bien. Dime, ¿qué sientes ahora? O no, espera. Te voy a decir lo que veo; creo que no tienes... no tienes el control. Crees que hablas con tu cuerpo, pero este no te escucha. No le hables: ordénale. Pero la voz de tu orden debe ser firme. No puedes dudar. Las dudas se oyen. Las dudas se PERCIBEN. Una duda significa debilidad. Una orden débil implica una respuesta débil, y tú no quieres una respuesta débil, ¿no? No estás aquí para eso. La voz que cada músculo tuyo debe oir tiene que ser fuerte, firme, seca. Tu orden debe sonar como una sola voz, pero cada músculo, cual soldado, debe sentir y pensar que esa voz se dirige sólo a él y a nadie más. Debes escuchar con atención cada una de mis indicaciones. Insistiré hasta que estén claras. Después, no volveré a mencionarlas. Deberán formar parte de ti. De no ser así, todo habrá acabado y no necesitaré volver aquí. ¿Entiendes lo que digo? Bien. Adelante. Así. Muy bien. Despega tu sombra del suelo. Muy bien. Hacia arriba. Olvida Creta y quítate el chándal.