Marina, o SLK o quien coño seas. Da igual. Te autodenominas una WGTOW, que si lo traduces para que no suene una sigla a lo cool en plan WYSIWYG no es más que una mujer a la que se le ha pasado el arroz, ha perdido el carro, se le ha marchitado la matriz y a fuerza de cubatas y sesiones de yoga tántrico con las amigas ha conseguido llegar a la aceptación serena de que jamás será objeto de atención masculina.
Mis más sinceras felicitaciones; has conseguido llegar a esa conclusión sin amargarse la vida, con un equilibrio zen casi místico. Lamentablemente esa paz interior sólo puede significar que sus hormonas, que son las que rigen el comportamiento femenino, han abandonado su sistema, bien por un desorden físico o por alguna anomalía genética.
Podríamos llamarlo WGTOW, loca de los gatos, o como de toda la vida se ha hecho, matrona solterona para vestir santos.
Nunca, oiga usted bien, nunca se ha dado el caso de una mujer (o un hombre si nos ponemos; también tenemos vanidad) a la que se le han brindado atenciones y dádivas, que haya rechazado de plano estas. En el caso del hombre, educados en una sociedad y con unos valores que aunque en retroceso, aún siguen vigentes, elevan el esfuerzo y la autosuficiencia ya no solo para con uno mismo, sino para sostener y proteger a su prole, es más sencillo desentenderse de semejantes zalamerías por carecer del valor de lo ganado con el esfuerzo.
Sin embargo, la mujer, desde tiempos inmemoriales y por razones obvias siempre ha dependido de esa protección y esa providencia masculina que la mantiene alimentada, abrigada y protegida. Que coyunturalmente vivamos un momento en el que artificios sociales fuerzan una ilusión de igualdad, con la fractura de valores y la esquizofrenia que eso provoca en las mujeres (que no saben ni qué son, ni donde están, ni donde quieren ir), es una mera anécdota temporal que ya se está empezando a corregir en muchas sociedades avanzadas. En estas, sobre todo del norte de Europa, ya las mujeres vuelven a los clásicos roles de madre, regente del hogar y constructora de ese refugio que el hombre dota y protege.
Hoy en día la capacidad de las mujeres para tomar malas decisiones está patente en sinfín de ejemplos, teniendo entre los mas flagrantes la incidencia de la mal llamada violencia de género... a pesar de estar protegidas por leyes anticonstitucionales, medidas y recursos que cuestan un potosí a los estados, y campañas de conciencian en todos los medios, insistís en relacionaros con lo más bajo del género masculino, hombres inseguros que únicamente cimientan su autoestima humillando a la que es inferior (físicamente al menos) a él. Y a pesar del 016, de las leyes de discriminación 'positiva', de los refugios y de la protección de la sociedad en general, volvéis una y otra vez a tropezar literalmente con la misma piedra, regresando junto a aquél que, obvio para todos, os acaba dando una somanta de palos o peor.
Así que no me vengas con siglas modernas, porque no hay mujer por más progre que se vista, que no esté secretamente esperando su príncipe azul, y si parece que se ha asentado en su camino, es porque ha desoído al coro de hormonas que la grita, 'hazte un hijo!' con ensordecedora virulencia, porque se ha dado cansadamente por vencida, porque en su encumbrada soberbia del yolovalgo más envenenado no ha sido capaz de atraer y retener a un hombre de bien a su lado.
Respondiendo a tu pregunta lo que vemos nosotros en esas mujeres fatales no es ni más ni menos que atracción sexual. Sí, podemos perder la cabeza por un polvo, y eso es una gran maldición para la especie. También somos esclavos de nuestras pelotas, aunque algunos puedan sobreponerse a este tirón y tener otros valores más presentes: la lealtad, el honor, el compromiso. No todo vale por un chocho y eso es así para los hombres (los hombres, de verdad, no todo aquel que tiene micropene).
Así que cuando ves a algún tío perder la cabeza por una mujer, no creas que estamos locamente enamorados y ciegos por su belleza y su personalidad. Es que queremos follarnosla. Y siempre recuerda el final de la película "La mujer de rojo" en la que Gene Wilder termina colgado de una cornisa tras casi conseguir a la chica, y que su marido interrumpiese el momento inoportunamente.
"Y todo esto... ¿por un polvo?"
De nada.