Fucked de la vida
Muerto por dentro
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Ha llegado el momento de hablar de las artimañas que las putas usan para engañar al incauto putero que en su bendita inocencia cree que todo el mundo es como él de bueno. De todos es sabido que una puta es el demonio trasmutado en mujer. De mil maneras y forma se las ingenia para buscarnos las vueltas y aprovecharse de nuestra debilidad.
Hoy, el truco del cliente invisible. Hace un tiempo se anunciaba en mi pueblo una puta madura que sin ser guapa ni estar especialmente buena se hizo con una clientela. Madura Polaca, era su nombre de guerra y pronto se popularizó gracias a que daba un servicio barato y sin límite de tiempo. Tenía tablas y había trabajado en clubes, con lo que tenía el colmillo retorcido e iba dos pasos por delante del más pintado de los puterillos aficionados. Cobraba 40 euros y no metía prisas, por lo que se hizo con una cohorte de babosos que la publicitaban en los foros del sector. Competía de tú a tú con putas que podría ser sus hijas, pero conocía como ninguna la mente del hombre solitario que acude a vaciar su cartera por un poco de atención.
Yo la frecuenté, sí. Era barata y daba para dos polvos tranquilos, sin agobios de tiempo. Pero al poco de visitarla surgió el cliente invisible. Siempre que iba me comentaba que a tal hora iba a ir otro cliente que ya la había llamado. Si iba a las cuatro, a las cinco iba a llegar otro cliente. Por lo que sin meter prisas te estaba diciendo que a la hora te tenías que largar. Para hacerlo todo más creíble, quince minutos antes de la hora le sonaba el móvil y empezaba una pantomima en voz alta para que se escuchase. Sí, vale, ya vienes, vale, espera 15 minutos cariño que estoy ocupada, vale, sí, ¡Ah! que ya estás abajo, bueno, pues espera y en 15 minutos me llamas otra vez.
Entonces se levantaba de la cama toda azarosa y te pedía que te marchases rápido que ya estaba el otro cliente esperando abajo.
Huelga explicar que ese cliente era el chulo o pareja, que hacía de gancho. Pero durante años en mi pueblo se mantuvo el mito de la madura polaca, barata sin límite de tiempo, gracias a la figura del cliente invisible.
Hoy, el truco del cliente invisible. Hace un tiempo se anunciaba en mi pueblo una puta madura que sin ser guapa ni estar especialmente buena se hizo con una clientela. Madura Polaca, era su nombre de guerra y pronto se popularizó gracias a que daba un servicio barato y sin límite de tiempo. Tenía tablas y había trabajado en clubes, con lo que tenía el colmillo retorcido e iba dos pasos por delante del más pintado de los puterillos aficionados. Cobraba 40 euros y no metía prisas, por lo que se hizo con una cohorte de babosos que la publicitaban en los foros del sector. Competía de tú a tú con putas que podría ser sus hijas, pero conocía como ninguna la mente del hombre solitario que acude a vaciar su cartera por un poco de atención.
Yo la frecuenté, sí. Era barata y daba para dos polvos tranquilos, sin agobios de tiempo. Pero al poco de visitarla surgió el cliente invisible. Siempre que iba me comentaba que a tal hora iba a ir otro cliente que ya la había llamado. Si iba a las cuatro, a las cinco iba a llegar otro cliente. Por lo que sin meter prisas te estaba diciendo que a la hora te tenías que largar. Para hacerlo todo más creíble, quince minutos antes de la hora le sonaba el móvil y empezaba una pantomima en voz alta para que se escuchase. Sí, vale, ya vienes, vale, espera 15 minutos cariño que estoy ocupada, vale, sí, ¡Ah! que ya estás abajo, bueno, pues espera y en 15 minutos me llamas otra vez.
Entonces se levantaba de la cama toda azarosa y te pedía que te marchases rápido que ya estaba el otro cliente esperando abajo.
Huelga explicar que ese cliente era el chulo o pareja, que hacía de gancho. Pero durante años en mi pueblo se mantuvo el mito de la madura polaca, barata sin límite de tiempo, gracias a la figura del cliente invisible.