Ah, yo te lo dije; ah, yo ya te dije que no teníamos más que sexo, es tu problema si quieres algo más. No, no me vale. No, lo siento, no me vale. Eso valdrá a quienes se declaran inocentes de todo. Eso valdrá para quienes la culpa siempre es del otro, de la sociedad, de cualquiera menos de uno.
Este equilibrio inestable me ha pasado. Nunca me he acostado con alguien de quien yo estuviera enamorado pero ella de mí no. Sin embargo, al revés sí ha sido así. Y me quedaba, después de los besos, después del sexo, mientras dormían -están tan guapas cuando duermen, parecen tan inocentes, ¿verdad?-, la frustración. La frustración de mirarla y pensar... vaya, tengo una chica aquí a mi lado que me quiere y duerme después de que haya hecho el amor conmigo. Qué bonito. Qué bonito si no faltara esa parte, que es sólo una, pero es fundamental. Todo lo demás está. Pero no la quiero. Pero no la quiero, y me maldigo por ello, y me culpo. Así pues, sólo hay dos soluciones: o irse para siempre y que deje de pasarlo mal o quedarse para ver si lo único que falta para que lo único que falta esté presente es que pase un poco más de tiempo. Qué sé yo, igual me enamoro más lento que ella. Bien. Dos veces me ha pasado. Dos veces me he quedado. Dos veces acabé queriéndolas yo también. Dos veces ellas fueron también más rápidas desenamorándose que yo. Decidme si es para reír o para llorar, yo no lo sé.