Edito: pero a pesar de lo que me une sentimentalmente a mi ciudad y de conocer algunas bondades ocultas, no se me ocurre decir que es de las ciudades más bonitas de España. Tampoco el estercolero que pretende ensalada, es un término medio, con más dinero sería un buen contrapunto a Barcelona.
Uf, no es solo dinero, sino también mentalidad. Desde finales de los 90 en que era la Cloaca Máxima, hasta hoy, es verdad que ha mejorado, estoy de acuerdo con ustec. Antaño era un poblachón de la costa a la que se llegaba desde Ciudad Capital por una nacional que daba tanto miedo como vergüenza, con lo que el despegue diría que ha sido cuando la autovía y, sobre todo, durante la Golden Eich de lo país, cuando atábamos los perros con longanizas entre los 2000-2007.
Lo de la Ciudad de las Artes, disculpe, pero es una verdadera mierda megalómana sin sentido alguno. Es, básicamente, firmar una hipoteca ruinosa para siempre, porque los ingresos que genera nunca van a superar los monstruosos gastos que supusieron su construcción y, sobre todo, que suponen su mantenimiento. Lo del cauce es bien, eso no podemos ponerlo en duda, sobre todo porque si hay que esperar a que baje algo de agua por el Turia, más nos vale ponernos a mear para llenarlo.
La cosa que puede notar el mesetario, en lo que a fealdad se refiere, es que salvo cuatro calles del centro, el resto parece barriada. Pero es que pasa en los pueblos, sobre todo, que los planes urbanísticos eran un chiste, o no eran directamente, porque no se ve razonable que en una manzana se apelotonen casas de pueblo, adosados, chaletes independientes, un bloque de seis pisos y una fábrica.
Y ya me meto con la mentalidad: que no, que falta mucho. La ciudad lo tiene todo para comer en las grandes mesas del Mediterráneo, pero no acaba de arrancar. Es una visión de cuñado reforzada por algunos nativos, pero se ve que la mentalidad no es la de reventar la banca de las ciudades y poner Valencia a tono, sino la de la huerta, la de "lo de aquí", la del pueblo, la del arroset dels diumenges. Y, hasta que no se levante el hocico y se mire al mundo, seguirá revolcándose en una especie de paletochovinismo compuesto de envidias y odios a partes iguales.
Es un tema tribal: lo de fuera es lo de fuera, y lo de aquí es lo mejor. Esto hace, por ejemplo, imposible la integración, aunque sí la adaptación.