El que recibe la puñada es una loca que tenía que dar la nota y por eso es una agresión homófoba, y no sólo contra él sino contra todos y cada uno de los homosexuales del mundo, les guste o no el Bieber y su puta música. Este tipo tiene todo el derecho del mundo a meter mano a quien se le antoje porque es moderno, urbanita, liberado, espontáneo y además forma parte de una minoría oprimida. El que abre las hostilidades es aquí el agredido.
Mañana un tipo cualquiera le intenta tocar las tetas bajo iguales circunstancias a, por ejemplo, Milley Cirus y en el acto el asunto queda convertido en una muestra más de la conspiración universal del heteropatriarcado, un macromachismo más en un mundo de omnipresentes micromachismos, que dentro de nada serán sustituidos por los nanomachismos, picomachismos y así hasta el absurdo. Para este caso, cómo no, quien da el primer paso sí es el agresor.