Sapotóxico
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- 5 Ene 2009
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Hola hamijos.
Llevo muchos años pensando en cómo ir al infierno sin mucho sufrir, siempre buscando la forma más rápida e inocua posible para mis (3) allegados. Todos hemos pensado lo de armar una masacre, en llevarse a todos los gitanos del barrio a ver a Belcebú, pero, ahora mismo, la única energía que me queda es para maldecir a los negros de lejos por quedarles tan bien los chandals y cobrarme 1 eypo por aparcar yo el coche.
Os contaré mi BIDA.
Nací hace poco más de 21 años, en la -por entonces- no tan asquerosa València, con un calor del copón a las 5 de la tarde y el techo del quirófano, paritorio o su puta madre cayéndose a trozos.
No había ningún ginecólogo ni pediatra, sólo una matrona que fue tan, pero que tan maja, que me sacó con la delicadeza de Filimbi repartiendo ley en las 3000 viviendas y me jodió hombro y cadera izquierdos, condenándome a molestias de por vida.
Ahí comenzó la cripple way of life.
http://www.youtube.com/watch?v=cWk6RgQbPVc
Con tres años ya necesitaba plantillas especiales, no sólo por la postura, que también, sino por tener las rodillas tal que así:
Lo que se viene a llamar Genu Valgum y que, cada vez que me pongo en cuclillas, me hace sentir como si mis rótulas vayan a atravesar un muro saliendo disparadas junto a mis fémures a modo de propulsor prehistórico.
En esos maravillosos años la guardería nos ofrecía grandes sensaciones, como comer hormigas y ceras manley sin que nadie te mirase mal, cagarse encima a placer o recibir hostias de alguna de las maestras. La última, porsupu, me tocó a mí. Magda, la zorra de Magda. No sólo no me dejaba pintar lo que me saliese del pitorro, es que encima me daba unos guantazos por cualquier nimiedad que no sé cómo no me arrancó una oreja en uno de sus intentos por corregirme. Me dice mi momó que murió de cáncer hace 7 u 8 años. Jódete, puta.
Un año después, en preescolar, las cosas mejoraron más bien poco.
-Cómo NO era mi clase.
Aquello a lo que llamaban aulas lo terminaron tirando abajo un par de años después; un DÍA, cualquiera que elijáis, es un Ritz comparado con las condiciones que teníamos allí. Tuberías oxidadas o partidas en tramos y arregladas con plastiquete de este de fontanería, baños de tamaño adulto sin un triste taburete, que había que subirse a aquello pringando toda las manazas en los bordes, juguetes rotos y llenos de piezas que nos llevaran directos a urgencias, punzones oxidados para hacer manualidades y ventanas con persianas dignas de haberse comprado en la reventa de un mercadillo de Faluya, que tenían más boquetes que un Gruyère en manos del forero medio.
Recuerdo con cariño un día en que el conserje responsable de casi todo lo anterior, beodo olvidadizo habitual, se dejó abierta la puerta del almacén con todos los productos de limpieza y, entre un amigo gorderas y yo, arrastramos las garrafas de jabón, lejía y salfumán hasta el patio y las reventamos a pedradas, consiguiendo el primer colocón de nuestras vidas y salvándonos de ser primos de Rorschach por pura potra divina. Obviamente, con la gran gestión del centro, nadie fue despedido, de hecho no recuerdo siquiera que nos echasen la bronca.
http://www.youtube.com/watch?v=7AQSLozK7aA
Unos meses después, con 5 años, comenzó el principio del fin. El colegio donde hice unas dos semanas de primero de primaria estaba a 100 metros de donde había ido a preescolar, con mis hamijos de por entonces, tan tranquilo haciendo aviones de plastilina y invitando a que el único boliviano de la clase, del país y probablemente de Europa entera se los comiese a cambio del regocijo colectivo. Pero mis padres, que no tenían un duro, se tuvieron que trasladar a un pueblo cercano para montar un negocio, así que fui yo detrás.
El nuevo colegio, para que os hagáis a la idea, estaba justo en frente de la finca que más tarde sería bautizada como "la patera". De entrada, y hablo de los noventa, en una clase de 15 habían 2 negras, un moro marroquino y otro francés y 6 gitanos. Las ostias y maltratos por parte de los calés a nos los payos eran memorables, y en el patio más, donde de 6 pasaban a ser unos 50, armando una mafia impenetrable de piojos y roña.
Por entonces comenzó mi amor por la comida. A principios de tercero ya estaba entre los 3 gordos de clase, y en cuarto, aunque me hubiesen adelantado de curso, era sin duda el claro vencedor por panceta/m2. Entonces llegó la revenge time, ya que casi todos los gitanos habían pasado al instituto, y los de mi anterior clase pasaron a ser una minoría que, estando yo fortachón como una encina y junto a mis nuevos hamijos, fueron incapaces de luchar sacudiéndoles a placer durante el año y medio que nos quedaba en ese nido de mierda.
En quinto me rompí un tobillo. Bueno, mejor dicho, alguien más gordo que yo me lo partió como si de una rama seca se tratase. Estaba sentado en el porche del colegio, con el culo pegado al suelo fresquito frigorizándome las lorzas, y el muy idiota se tropezó cayendo de morros sobre mi pie, que quedó recto así:
ó
:115
Lo que terminó por aumentar mi peso drásticamente, relegándome a dar pena a la gente que pasaba por la calle a través de la valla para que me comprasen risketos en un kiosko cercano.
El pie se me curó en tres meses, o eso creí yo que incluso corría lo justo antes de morir de un colapso con escayola y todo. Hoy, por supuesto, me sigue doliendo cada vez que la temperatura baja del infierno habitual.
En sexto, después de un caso de acoso a unas niñas a cambio de chucherías, tuve mi primera nobia. Era inglesa, mucho más bajita que cualquiera de sus amigas, con un marcado estrabismo y facciones más o menos tan germánicas como las de El Cigala. Sí, hijos, un chancro. Para más INRI me dejó a los 3 meses por mi mejor amigo, marcando mi actitud con las mujeres para lo que me queda de existencia.
La ESO y el bachiller fueron rápidos y vácuos, y a pesar de pasar más tiempo fuera liando canutos que en clase, conseguí entrar a la universidad sin problemas. Ahora, cuatro años después, se me ha acabado el mojo, aburrido de la vida y de la gente en general, observo sólo dos posibilidades, o hacer un triple backflip bajo el chásis de un camión en plena autovía, o dejarme la carrera, irme al pueblo a criar borregos en pijama y terminar como cáncer -bendito sea- en un centro de desintoxicación antes de los 30 con el hígado hecho calimocho.
Me he cansado de escribir, sí. El hilo ya no sé de qué va, si de cómo suicidarse, de taras, de anecdotones infantiles, o de lo que ha abierto Terry, de vuestras expectativas de futuro para los años venideros.
Venga, un bechi.
Llevo muchos años pensando en cómo ir al infierno sin mucho sufrir, siempre buscando la forma más rápida e inocua posible para mis (3) allegados. Todos hemos pensado lo de armar una masacre, en llevarse a todos los gitanos del barrio a ver a Belcebú, pero, ahora mismo, la única energía que me queda es para maldecir a los negros de lejos por quedarles tan bien los chandals y cobrarme 1 eypo por aparcar yo el coche.
Os contaré mi BIDA.
Nací hace poco más de 21 años, en la -por entonces- no tan asquerosa València, con un calor del copón a las 5 de la tarde y el techo del quirófano, paritorio o su puta madre cayéndose a trozos.
No había ningún ginecólogo ni pediatra, sólo una matrona que fue tan, pero que tan maja, que me sacó con la delicadeza de Filimbi repartiendo ley en las 3000 viviendas y me jodió hombro y cadera izquierdos, condenándome a molestias de por vida.
Ahí comenzó la cripple way of life.
http://www.youtube.com/watch?v=cWk6RgQbPVc
Con tres años ya necesitaba plantillas especiales, no sólo por la postura, que también, sino por tener las rodillas tal que así:
Lo que se viene a llamar Genu Valgum y que, cada vez que me pongo en cuclillas, me hace sentir como si mis rótulas vayan a atravesar un muro saliendo disparadas junto a mis fémures a modo de propulsor prehistórico.
En esos maravillosos años la guardería nos ofrecía grandes sensaciones, como comer hormigas y ceras manley sin que nadie te mirase mal, cagarse encima a placer o recibir hostias de alguna de las maestras. La última, porsupu, me tocó a mí. Magda, la zorra de Magda. No sólo no me dejaba pintar lo que me saliese del pitorro, es que encima me daba unos guantazos por cualquier nimiedad que no sé cómo no me arrancó una oreja en uno de sus intentos por corregirme. Me dice mi momó que murió de cáncer hace 7 u 8 años. Jódete, puta.
Un año después, en preescolar, las cosas mejoraron más bien poco.
-Cómo NO era mi clase.
Aquello a lo que llamaban aulas lo terminaron tirando abajo un par de años después; un DÍA, cualquiera que elijáis, es un Ritz comparado con las condiciones que teníamos allí. Tuberías oxidadas o partidas en tramos y arregladas con plastiquete de este de fontanería, baños de tamaño adulto sin un triste taburete, que había que subirse a aquello pringando toda las manazas en los bordes, juguetes rotos y llenos de piezas que nos llevaran directos a urgencias, punzones oxidados para hacer manualidades y ventanas con persianas dignas de haberse comprado en la reventa de un mercadillo de Faluya, que tenían más boquetes que un Gruyère en manos del forero medio.
Recuerdo con cariño un día en que el conserje responsable de casi todo lo anterior, beodo olvidadizo habitual, se dejó abierta la puerta del almacén con todos los productos de limpieza y, entre un amigo gorderas y yo, arrastramos las garrafas de jabón, lejía y salfumán hasta el patio y las reventamos a pedradas, consiguiendo el primer colocón de nuestras vidas y salvándonos de ser primos de Rorschach por pura potra divina. Obviamente, con la gran gestión del centro, nadie fue despedido, de hecho no recuerdo siquiera que nos echasen la bronca.
http://www.youtube.com/watch?v=7AQSLozK7aA
Unos meses después, con 5 años, comenzó el principio del fin. El colegio donde hice unas dos semanas de primero de primaria estaba a 100 metros de donde había ido a preescolar, con mis hamijos de por entonces, tan tranquilo haciendo aviones de plastilina y invitando a que el único boliviano de la clase, del país y probablemente de Europa entera se los comiese a cambio del regocijo colectivo. Pero mis padres, que no tenían un duro, se tuvieron que trasladar a un pueblo cercano para montar un negocio, así que fui yo detrás.
El nuevo colegio, para que os hagáis a la idea, estaba justo en frente de la finca que más tarde sería bautizada como "la patera". De entrada, y hablo de los noventa, en una clase de 15 habían 2 negras, un moro marroquino y otro francés y 6 gitanos. Las ostias y maltratos por parte de los calés a nos los payos eran memorables, y en el patio más, donde de 6 pasaban a ser unos 50, armando una mafia impenetrable de piojos y roña.
Por entonces comenzó mi amor por la comida. A principios de tercero ya estaba entre los 3 gordos de clase, y en cuarto, aunque me hubiesen adelantado de curso, era sin duda el claro vencedor por panceta/m2. Entonces llegó la revenge time, ya que casi todos los gitanos habían pasado al instituto, y los de mi anterior clase pasaron a ser una minoría que, estando yo fortachón como una encina y junto a mis nuevos hamijos, fueron incapaces de luchar sacudiéndoles a placer durante el año y medio que nos quedaba en ese nido de mierda.
En quinto me rompí un tobillo. Bueno, mejor dicho, alguien más gordo que yo me lo partió como si de una rama seca se tratase. Estaba sentado en el porche del colegio, con el culo pegado al suelo fresquito frigorizándome las lorzas, y el muy idiota se tropezó cayendo de morros sobre mi pie, que quedó recto así:
ó
:115
Lo que terminó por aumentar mi peso drásticamente, relegándome a dar pena a la gente que pasaba por la calle a través de la valla para que me comprasen risketos en un kiosko cercano.
El pie se me curó en tres meses, o eso creí yo que incluso corría lo justo antes de morir de un colapso con escayola y todo. Hoy, por supuesto, me sigue doliendo cada vez que la temperatura baja del infierno habitual.
En sexto, después de un caso de acoso a unas niñas a cambio de chucherías, tuve mi primera nobia. Era inglesa, mucho más bajita que cualquiera de sus amigas, con un marcado estrabismo y facciones más o menos tan germánicas como las de El Cigala. Sí, hijos, un chancro. Para más INRI me dejó a los 3 meses por mi mejor amigo, marcando mi actitud con las mujeres para lo que me queda de existencia.
La ESO y el bachiller fueron rápidos y vácuos, y a pesar de pasar más tiempo fuera liando canutos que en clase, conseguí entrar a la universidad sin problemas. Ahora, cuatro años después, se me ha acabado el mojo, aburrido de la vida y de la gente en general, observo sólo dos posibilidades, o hacer un triple backflip bajo el chásis de un camión en plena autovía, o dejarme la carrera, irme al pueblo a criar borregos en pijama y terminar como cáncer -bendito sea- en un centro de desintoxicación antes de los 30 con el hígado hecho calimocho.
Me he cansado de escribir, sí. El hilo ya no sé de qué va, si de cómo suicidarse, de taras, de anecdotones infantiles, o de lo que ha abierto Terry, de vuestras expectativas de futuro para los años venideros.
Venga, un bechi.