cuellopavo
El hombre y la caja
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- 23 Abr 2006
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La rubia me dedicó su sonrisa colgate, entrecerró sus ojos y con un gesto femenino apartó el mechón de pelo de su rostro, dio media vuelta y volvió a mirar los más de quinientos dibujos que colgaban como ejemplo de las paredes de aquel local en el barrio chino de Barcelona.
Para ganarme unas pelas extras solía trabajar para Ángel, un gitano andaluz que era dueño de la única tienda de tatuajes que existía entonces por aquellos lares. Yo no "picaba", quiero decir, yo no tatuaba sino que diseñaba. En esos años aun no existía la explosión del tatuaje que mas tarde se desarrolló a mediados de los noventa, y por lo regular los clientes del local solían ser marineros y militares; aunque que el heavy y su estilo duro traía nueva clientela y por supuesto un nuevo catálogo que yo me encargaba de confeccionar tomando ejemplo de los comics típicos del momento, conan, heavymetal, makoki, o víbora. Además si algún cliente llegaba buscando algo único u original, yo me encargaba de hacerlo según sus preferencias.
Aunque Ángel se portaba bien conmigo, al poco tiempo me di cuenta que aquel negocio era una tapadera para la verdadera actividad de aquel gitano, la compra -venta de artículos robados, y aquella selva alrededor de las Ramblas era el lugar ideal. Chorizos, manguis, gitanos, italianos de guante blanco, putas carteristas, y los primeros moros del lugar -nunca vi a nadie correr mas que un moro después de pegarle un tirón a un guiri-. De esta forma el hacia un pastón, y conmigo junto con el argentino que tatuaba mantenía una tapadera perfecta para sus business.
La rubia ojeaba entretenida todos aquellos dibujos y tras un momento de duda me miró, volvió a sonreír, se me arrimó y dijo. -I love my country.
Aceptó el primer dibujo que le mostré, en realidad era algo muy simple, un arañazo de cuatro dedos de una mano dejando el rastro de las barras rojas y blancas de su bandera. Insistió en que yo se lo hiciera, y como pude le explique que no, que yo solo imaginaba.
Mientras mi compañero acababa el trabajo entre nosotros nacía una complicidad. La invité a tomar algo, de cicerone por las tabernas antiguas del barrio gótico, y tras cuatro sidras y algo de vino acabamos en mi pensión de la calle Pricesa. Mientras hacíamos el amor escuchábamos los ruidos de la noche barcelonesa, la música lejana de alguna rumba como un eco en el inmenso patio interior de aquel edificio centenario. Allí entre pasiones escuché las palabras mas lindas que una mujer nunca me dedicó: -You fuck so gooood...
Dios bendiga las patriotas americanas…
Para ganarme unas pelas extras solía trabajar para Ángel, un gitano andaluz que era dueño de la única tienda de tatuajes que existía entonces por aquellos lares. Yo no "picaba", quiero decir, yo no tatuaba sino que diseñaba. En esos años aun no existía la explosión del tatuaje que mas tarde se desarrolló a mediados de los noventa, y por lo regular los clientes del local solían ser marineros y militares; aunque que el heavy y su estilo duro traía nueva clientela y por supuesto un nuevo catálogo que yo me encargaba de confeccionar tomando ejemplo de los comics típicos del momento, conan, heavymetal, makoki, o víbora. Además si algún cliente llegaba buscando algo único u original, yo me encargaba de hacerlo según sus preferencias.
Aunque Ángel se portaba bien conmigo, al poco tiempo me di cuenta que aquel negocio era una tapadera para la verdadera actividad de aquel gitano, la compra -venta de artículos robados, y aquella selva alrededor de las Ramblas era el lugar ideal. Chorizos, manguis, gitanos, italianos de guante blanco, putas carteristas, y los primeros moros del lugar -nunca vi a nadie correr mas que un moro después de pegarle un tirón a un guiri-. De esta forma el hacia un pastón, y conmigo junto con el argentino que tatuaba mantenía una tapadera perfecta para sus business.
La rubia ojeaba entretenida todos aquellos dibujos y tras un momento de duda me miró, volvió a sonreír, se me arrimó y dijo. -I love my country.
Aceptó el primer dibujo que le mostré, en realidad era algo muy simple, un arañazo de cuatro dedos de una mano dejando el rastro de las barras rojas y blancas de su bandera. Insistió en que yo se lo hiciera, y como pude le explique que no, que yo solo imaginaba.
Mientras mi compañero acababa el trabajo entre nosotros nacía una complicidad. La invité a tomar algo, de cicerone por las tabernas antiguas del barrio gótico, y tras cuatro sidras y algo de vino acabamos en mi pensión de la calle Pricesa. Mientras hacíamos el amor escuchábamos los ruidos de la noche barcelonesa, la música lejana de alguna rumba como un eco en el inmenso patio interior de aquel edificio centenario. Allí entre pasiones escuché las palabras mas lindas que una mujer nunca me dedicó: -You fuck so gooood...
Dios bendiga las patriotas americanas…