ACHTUNG: Mariconadas a tope inside.

Lolitonta

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11 Ago 2008
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Pues bien. Tanta amargura, tanto "T_D_S P_T_S", tanto "He sido un pagafantas, dios mío, voy a flagelarme a la orden de YA", no pueden ser buenos para el bienestar mental.

Todos los que estamos aquí ya sabemos en qué nos hemos equivocado -coño, si no paramos de repetírnoslo-, y en qué no debemos reincidir. Hemos analizado con suma exactitud las diferencias de comportamiento y mentalidad entre los hombres y las mujeres. Hemos sido, en definitiva, fríos, analíticos, secos.

Hay que soltarse un poco de vez en cuando, y el foro no tiene por qué ser un mal sitio. Sé que, siendo una cantera de owneds y nelsons varios, no es muy cómodo contar las flaquezas del cuerpo/alma, igual que no lo puede ser hacerlo en la vida real (bueno, creo que es más incómodo hacerlo aquí que en la vida real, vamos). No obstante, viendo que cuellopavo abrió un hilo con la buena intención de unir en plan pareja a los foreros, creo que ya es hora de que se abra un hilo dedicado a...

LAS MARICONADAS QUE HEMOS COMETIDO/SUFRIDO.

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Que no. En el buen sentido, claro está.

Empiezo yo, como no iba a ser menos:

En la cafetería Nueva York, a las nueve de la noche. Estábamos él y yo sentados, escribiendo. Aún no nos podíamos entender muy bien.

Nos habíamos visto un par de veces antes, la primera en el centro donde estudiaba; la segunda, a su vuelta del viaje a París, en un Café&Té, donde me había dicho que quería que fuéramos amigos en un principio.

Habíamos estado dos horas allí escribiendo sin parar. En un momento, me atreví a preguntarle cómo había sido su primera vez, y entonces me contó la historia de Lisi. Yo me arrimé a su hombro y fui leyéndola a medida que vertía las palabras en tinta. Lo describía tan, pero tan bien, que me cautivó. De repente, paró y dijo que se había quedado en blanco. Entonces fue cuando recibí el mejor beso que experimenté hasta ahora. Fue un auténtico clímax de sensaciones, y he de decir que ninguna fue erótica. Fue sorprendente, sobre todo porque sabía que él deseaba empezar con una amistad...

Pero ahí estábamos, besándonos. Al acabar, siguió con la historia de Lisi. Yo estaba aún en trance, y desde entonces nunca más se me olvidó dicho nombre tan peculiar. Se convirtió en mi obsesión.
-Creo que es la primera vez en mucho tiempo que escucho este CD y no estoy deprimido.
-¿La canción es de Norah Jones?
-Estos CD's me los grabó A.
-Vaya, como cuando Liselotte le grabó una recopilación de sus canciones favoritas a mi primer novio. ¿Cada vez que oías el CD, te deprimías?
-Pues, como la mayoría son canciones de Norah Jones que casi todas van de amor, un poco... Pero la cuestión es que ahora mismo estoy muy feliz.
-Y la cuestión es que ahora mismo también estoy muy feliz.

Puso entonces el CD en el reproductor. Se puso a cantar, y yo le miré curiosa. "Me divierte cantar", se justificó, al darse cuenta de mi extrañeza. Yo, curiosa, puse mi cabeza en su pecho a la vez que una mano sobre la garganta, para sentir cómo cantaba. Él se puso a tamborilear los dedos sobre mi piel, a la par que canturreaba, Su voz era grave y melancólica, y yo, en esa postura, no tuve más remedio que disfrutar de la música. Cerré los ojos y me entregué a la música, a la melancolía, a la pena, al amor... Habíamos estado días enteros hablando sobre nuestros desamores, sobre lo mal que lo habíamos pasado al perder a los primeros grandes amores de nuestras cortas vidas, y ahora culminaba todo. Sus dedos golpeándome levemente mi muslo... el pecho y la garganta, vibrando como cajas sonoras... Podía sentir tantas, pero tantas cosas, en especial su dolor, mi dolor, y tanto dolor era, que fui incapaz de evitar llorar. Extrañamente, él también soltó algunas lágrimas. Así pues, estábamos ambos en la cama, oyendo el CD de Norah Jones, y llorando a la vez, el uno sin saber que el otro hacía lo mismo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero cuando acabó la música y abrimos los ojos, nos encontramos con las caras empapadas.

Nos abrazamos y dormimos. Nunca más, desde entonces, volvimos a llorar recordando viejos amores. Al menos en compañía.
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Recordemos grandiosos momentos de nuestras solitarias vidas, los momentos por los que realmente vale la pena vivir.

Poned a prueba vuestra capacidad lírica y relatad vuestras experiencias más extremas, sentimentalmente hablando.

P.D.: Intentaré no participar más en este hilo. Dejaré que vague a la deriva, dejaré que lo llenéis de mierda, dejaré que os burléis de mí. Bueno, como siempre. Pero ILG pidiió hilos, y aquí tiene uno. Hale, ¡al cuerno!
 
UNA CANITA AL AIRE

Me planté frente a la puerta del restaurante La Costeña en dos zancadas
y el corazón parecía que se me quería salírseme de los pechos. Escudriñando a través de los visillos del ventanal pude ver que el comedor estaba vacío y sin un cliente dada la hora que era, y tras la barra estaba María José, con su perfil serio y esa montaña de pelo negro que la caía sobre la espalda, muy atareada ella limpiando la máquina del café con un trapito, y asín, en ropa de faena, me gustó más que nunca.
Pensé que no era cuestión de hacerse el remolón y que la ocasión la pintan calva, de modo y manera que sin más dilación me metí en el restaurante y me fúí derechito a donde ella estaba.

-Está cerrado, señor...
-Hola.

La María José se giró, y se me quedó mirando con un mirar que sobrecogía. Yo creí desfallecer en ese mismo momento, pero quise mantener el tipo.

-Tú...
-Sí, yo. Ha pasado mucho tiempo...
-¡Pero qué haces aquí!
-Pues ya lo ves.

En éstas estábamos cuando de sopetón se abre la puerta del almacén del fondo, con un crujío, y entra en escena un maromo alto, muy moreno y en camiseta, que me espetó asín:

-Te dije que no te volvieras a acercar a ella.

Y no hubo acabado de decirlo cuando me arreó un sopapo en toda la cara de los de a veinte duros la docena que me derribó al suelo sangrando por la nariz y por los morros antes que me diera cuenta.
En que me ví en el suelo, en nada más verme, lo primero que me se pasó por las mientes fue qué iba a decirle a la Catalina, que me estaba esperando en casa, y que no sería fácil encontrar una cohartada razonable a la hora de volver al hogar con la napia averiada.
Me levanté muy dolido y me salí del local como alma que lleva el diablo, mientras el macho dominante me decía que mucho ojito, que se había quedao con mi cara.

Me subí al Milquinientos, que tenía aparcado a tres calles de allí, y me puse a discurrir en cómo salir del atolladero, mientras me fumaba un pito por ver de sosegarme. Abrí la guantera y saqué la petaca, a la que dí un par de tientos y ahí estuve una media hora haciendo resumidas cuentas de mis reflexiones. Empecé a encegarme y yo me quería enfriar, porque me conozco la carácter, pero no estaba yo en mucha disposición de pensar claro, porque cada uno es como es y la cosa no era de risa. Quería irme a mi casa, el Perkins ronroneaba desde hacía un cuarto de hora, con gran profusión de humos y tembleques, pero no me decidía a partir. Paré el motor y me bajé del haiga, y otra vez vuelta la burra al trigo, que me fuí hacia La Costeña, no sin antes pertrecharme de una llave inglesa de kilo y medio que llevaba en el cofre, la cual oculté de miradas indiscretas bajo el sobaco derecho.

Vuelta a otear por entre los visillos del ventanal, y me fué dado observar que el maromo la estaba hablando a gritos a la María José, muy compungida ella, pero para mi gusto algo falta de dramatismo dado lo trascendente de la situación.
Espabilao como soy, que me entro en el local, y una vez dentro, bajé la persiana de golpe -ya la tenían a media asta, a punto como estaban de cerrar- y aquello ya los puso moscas a la María José y al maromo, que ya hinchaba el pecho en mi presencia dándoselas de machote, y la María José suspiraba asín: "Ay, Jesús, que nos mata, que éste nos va a matar". Y la verdad es que no le faltaba razón a la pobrecita. Bueno soy yo para éstos casos. Antes de darle tiempo a ponerse en facha, y porque no pasara lo de la vez anterior, me fuí para él y asín, sin más contemplaciones, le tiré un viaje con la inglesa en medio de todo el cráneo que se oyeron los huesos quebrarse, y de verdad que escuchar ese sonido es algo que te deja sin sangre en las venas, a no ser que se esté como yo estaba, es decir, lleno de dominación y con el corazón lacerado.
Me giro y veo que la María José quería gritar pero no podía, quizá de angustia por ver aquel rio de sangre que corría entre los pelos del finado, que eran tan negros. La dije que se sosegara, que no pasaba nada y que hablando es como se entienden las personas civilizadas, inclusive las que tienen mal genio, y me sentí muy tierno cuando le dije eso y me daban ganas de abrazarla pero no me atrevía, no me fuera a hacer un desprecio.

Sin previo aviso, y sin prestar oídos a las palabras que le estaba diciendo con todo mi corazón, que se pone a gritar como una loca:
-¡Socorro, que me matan, que me van a matar!
Y aunque la máquina de discos estaba regular de alta con el Linda Caleña, eso sí que no podía yo tolerarlo de ninguna manera, eso sí que me hacía polvo, y en ese momento ví muy claro que era mi ruína de dejarla allí para que cantase todo a la policía y no podía ser...



Las alegrías de los hombres nunca se sabe a dónde nos van a llevar, porque si lo supiéramos nos andariamos con más ojo. Me fuí para casa andando, cosa de distraer la mente, y el vientecillo de la noche, que era despejada y con algunas estrellas, me pusieron ufórico y sentí una gran paz interior parecida al yoga, y estaba ansioso de olvidarlo todo y de darle un abrazo a mi mujer, que era una santa, y de dejar aparcado aquél desgraciado incidente de una vez por todas.
Llamé a la puerta y salió la Catalina a recibirme, con su pijama de ositos y con cara de evidente reproche por lo tarde que era, y yo la quise abrazar y besar porque me alegré mucho de verla, esa es la verdad, después de tantas vicisitudes como había pasado yo aquella noche. Y cuando ya estaba yo feliz y contento, olvidado de todo lo que pasó, la Catalina se me quedó mirando como si yo fuera un bicho o un monstruo, y dando un paso para atrás me dijo:

-Pero qué es esto. ¡Vienes empapaíto de sangre! ¡Empapaíto de sangre!

Y ahí ya perdí el fuelle, la cohartada que había pensado se fué al carajo, y venga gritos y venga lágrimas y ahí empezaron mis problemas, pero ésta vez de verdad.
Y es lo que digo yo, que las mujeres son la perdición de uno, y uno, que no es ningún pervertido ni nada que se le parezca, y que lo único que hice fué echar una canita al aire, se busca la ruína si las hace un poco de caso.

El cual extremo en mi ejemplo lo podrán ver ustedes más claro que el agua.
 
Entonces ha matado ustec a un ser humano, ¿No?

Y deduzco que tal vez haya pasado un tiempo a la sombra.
 
Fueron tres en total; a mi mujer también tuve que darle matarile, pero eso ya fue mas tarde. Ni que decirse tiene que estoy totalmente arrepentido.
 
Elmer Batters rebuznó:
Fueron tres en total; a mi mujer también tuve que darle matarile, pero eso ya fue mas tarde. Ni que decirse tiene que estoy totalmente arrepentido.

Prefiero pensar que se está sacando una fantasmada de debajo de la manga oyja. :lol:
 
Hacia mucho, muchísimo tiempo que no veía un hilo con tanto potencial en el rapiñas, infestado de canis y misoginos tristes que hacen ver al foro otro suboforo putas.

En mi vida en cuanto a este tema, amoríos etc, solo he amado a una persona, mi primera chica hasta hace escasos años que bueno, todo dio un vuelco y acabo, y no de buenas maneras.

Durante meses de odio e intentar olvidara sin resultado positivo conocí a varias mujeres: Una compañera de trabajo, una preciosidad que conocí en una cafetería de Madrid y otras que no merecen especial mención realmente... meros receptáculos de mi frustración y ganas de descargar, sin más.

Incluso hasta el día de hoy sigo dolido, triste, ha sido media vida y para un trozomierda como yo eso es difícil de superar.

Pero hace unos meses me reencontré con una antigua compañera de clase, quedamos en un par de ocasiones y hablábamos de como nos fue nuestra vida, de nuestros desamores y otras cosas.
Y ella no obtuvo una mejor fortuna que la mía, parejas dominantes, auténticos dictadores que mantenían a esta chica en un estado de no saber nunca que hacer, si las cosas malas que pasaban era por su culpa o simplemente su pareja era de una inseguridad inimaginable, una chica con su encanto, una cara bonita y dulce, peor más que eso era pura bondad incluso después de llevarse tantos palos, y al igual que yo siempre recordaba a una persona, quiza el que más cabrón fue con ella.

Solíamos quedar y hablar, solo hablar, ir a su piso y escuchar música o ver alguna película, en el sofá o en la cama, creyendo estar con otra persona, sintiéndonos... o creyendo estar reconfortados.

Pero sabia que ella tenia que irse, le ofrecieron un puesto en argentina y hace días que marchó.

Esta miniexperiencia en la que descargue sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) en lo oral y en mi propio pensamiento fue una especie de purga a todo lo que llevaba cargando a mis espaldas durante este tiempo, y bueno ahora no se que va a ser, el tiempo dirá...
 
Pero sabia que ella tenia que irse, le ofrecieron un puesto en argentina y hace días que marchó.

Esta miniexperiencia en la que descargue sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) en lo oral y en mi propio pensamiento fue una especie de purga a todo lo que llevaba cargando a mis espaldas durante este tiempo, y bueno ahora no se que va a ser, el tiempo dirá...

"Ahora no sabe qué va a ser" dice el andoba, pues claro que lo sabes, pajas y más pajas en el sofá y movimientos pélvicos contra la almohada, eso es lo que vas a hacer pensndo en ella, como si lo viera ya... :lol:
 
Alas_rotas rebuznó:
"Ahora no sabe qué va a ser" dice el andoba, pues claro que lo sabes, pajas y más pajas en el sofá y movimientos pélvicos contra la almohada, eso es lo que vas a hacer pensndo en ella, como si lo viera ya... :lol:


callate xDDDD que eso lo sabemos todos, pero no se dice que si no el texto no queda potito
 
Era invierno y no tenía pelos en los huevos. Hacía un frío distinto al que haría ahora si repitiesen ese día. Como no me desviaba de mi trayecto, acompañé a unos amigos hasta el cine para distraer los nervios. Ahí los deje, en la cola, mirándome con escepticismo mientras retomaba el rumbo hacia el parque donde me esperaba C. Iba a perderme una peli de tiros, con mucha sangre y mucha cocacola. Estaba dispuesto a eso y más por ella.

Se me daba mal caminar solo hacia primeras citas. Sobre todo se me daba mal caminar solo hacia la primera primera cita. Pensaba demasiado y eso. Pero en especial, era especificamente nefasto haciéndolo solo y con un brazo roto. Ella lo sabía, lo de mi brazo, e incluso me había dicho que trajera un rotulador para firmarme la escayola, que yo no había dejado firmar a nadie desde que me lo dijó. Empezó a preocuparme que se sintiera incómoda junto a un tío al que un bulto aparatoso le deformaba el brazo. A la gente le cuesta no darse la vuelta cuando ve a una chica guapa con un lisiado o alguien deforme. Traté de ensanchar la manga del anorak tirando de ella, por si así se notaba menso el bulto de la escayola, pero paré enseguida al ver que no funcionaba. La gente se da más la vuelta cuando ocultas tus defectos con trucos esperpénticos. Entonces eché un vistazo al reloj y me dí cuenta que iba sobrado de tiempo. Se suponía que ella ya estaba en el parque, que iría antes con sus amigas y la puntualidad sería anecdótica por mi parte. A mí no me apetecía esperar solo, se me daba casi peor que caminar solo, así que preferí hacer un alto en el camino hasta acercarme un poco más a la hora acordada. Me detuvé cerca de una parada de autobús. Estaba a punto de sentarme en los asientos cuando las preocupaciones sobre la deformidad de mi aspecto volvieron a provocarme. Dí media vuelta y me dirigí hacia un portal cercano con la idea de examinar mi reflejo en busca de defectos solucionables. Demasiado corto, el cristal quedaba interrumpido a la altura de mi pecho. De pies a pecho, con la salvedad del brazo roto, todo correcto. El nerviosismo trababa mi memoria, pero tambien estaba casi seguro de que mi cara no iba escayolada ni nada parecido. Espero que no, pensé, y me pusé en marcha.

Cuando llegúe al parque ví a C sentada en un banco con sus amigas. El grupo se disolvió a medida que me acercaba. Sus murmullos quedaron rapidamente arrasados por el ruido del tráfico y la muchedumbr en la que se mezclaron. Recorrí los últimos metros que me separaban de ella dudando sobre el tipo de saludo que correspondía. C lo solucionó por mí al levantarse y darme dos besos en las mejillas. No, no tenía escayola en la cara, tenía dos besos de C. Me preguntó por el rotulador antes que pudiera decir, o intentarlo, lo guapa que iba. Se lo dí y me remangue. Me sonrío al encontrarse con una escayola en blanco para ella sola. Me hubiera gustado dejarle claro que no había permitido que nadie firmase porque quería que ella fuera la primera, pero aún estaba aturdido por sus besos y me limité a observar como inscribía su nombre a pocos centímetros de mi piel. Debí haberme partido los dos brazos. Mientras trazaba la última letra de su nombre le pregunté si quería ir a algún sitio. Me dijó que no hacía falta y nos metimos en una especie de casita para niños junto a los columpios. Mejor, que ahí fuera cualquier hijo puta podía robarme mi escayola con el nombre de C.

No recuerdo muy bien de que hablamos. Lo que más recuerdo es su crítica feroz al estado de mis bambas. Tenía razón, no sabía aprovechar los cristales que enfocaban de pecho hacia abajo y me presentaba a los sitios con bambas roñosas. Ni un día lluvioso, con sus charcos y su barro, era capaz de aprovecharlos y fijarme bien. C continuó diciendóme que eso no podía ser, que ella se volvería loca si le pasara algo a sus zapatos. Y a mí, a mi también me hubiese desquiciado cualquier percance con sus zpatos, pues descalza no habría venido, seguro. Coincidíamos en muchas cosas, la importancia que le dabamos a sus zapatos, la predilección por el parque, la edad..Me encantaba C, me encantaba tanto que no soportaba verla pasar frío y le ofrecí mi anorak. Me dijó que prefería un abrazo, si no me molestaba el brazo y eso. Cada vez coincidíamos en mas cosas. Como pudé, en una maniobra mejorable, la abrazé sintiendo que me acribillaban varias balas perdidas de la peli que habían ido a ver mis amigos. Qué nervios, con C en mis brazos era un tesorero y el mundo vendría en cualquier momento a recuperarla. Había anochecido y apenas se veía lo justo para meterse con mis bambas, pero era fácil adivinar que nuestras caras estaban coloreadas, rojas como hubiera visto el culo de C en el futuro de haber explotado al máximo esa escena. Seguimos hablando para no tener que enfrentar la cuestión de qué hacer durante los silencios. Charlamos de gilipolleces hasta que tuvo que irse. Me bajé primero para ayudarla a sortear el charco que había al final de la rampa. De nuevo, en otra maniobra mejorable, extendí mi brazo operativo y C llegó a tierra sin mancharse. Quedamos en llamarnos para vernos otro día. Dos besos más y el mundo vinó a recuperarla. Mis expectativas quedaban arrasadas por el futuro en el que me mezclaba.

A la siguiente semana salí con mis amigos. C me había dicho que iría de compras con su madre y que mejor quedar otro día con menos agobio. El tiempo se puso cabrón otra vez, por lo que en el grupo decretamos tarde de viciada a la play. De camino a casa de uno de mis amigos ví a C en el otro extremo de la calle. No iba con su madre, iba con sus amigas y una panda de pelaos fornidos y con pinta de ser 3 o 4 años mayores que yo. No olvidaré su cara de "si, por lo que sea, alguno de vosotros se rompe un brazo, yo misma traigo el rotulador y os firmo con mi nombre y con pseudónimos". De algua manera, pero, la inercia que ya llevaban mis amigos me arrastró con ellos. No dijé nada. En una semana se habian acabado las reemisiones de GT y el que iba a ser el amor de mi vida caminaba junto a pelaos. Me consolé pensando que si en una semana daba tiempo para cambios tan radicales, con suerte, en 7 días alomejor volvía a una situación equivalente a la del Sábado anterior. No.

Ese desengaño temprano, que en un principio fue terrible por nuevo, me ahorró años de formación pagafantástica además de insensibilizarme contra prónostico en lo referente a ella. Fue así que no sentí mucho, ni rabia ni suerte, cuando un año después, mas o menos, escuché a un chico de mi curso contarle a su séquito como C le habia pedido ser desvirgada el día de su cumpleaños. Era ella, sin duda, mismo nombre, mismo instituto, misma descripción. Siguieron hablando durante todo el recreo de la vida de placer que le esperaba al extrovertido desvirgador. No sabían que yo la había ceñido a mí con un brazo escayolado y que la había bajado de altos columpios sin manchar sus zapatos rpeferidos. Escuché sus fanfarronadas un rato más, firme en mi sentir neutro, de la misma manera que, seguramente, habría hecho si la protagonista de la conversacion hubiera sido otra. Cuando me aburrí, volví a la pista donde jugábamos a fútbol en el recreo. Ví de lejos como se extremaban las gesticulaciones y el tono de las voces en el coro, pero ya estaba metido de lleno en la labor de ordenar la defensa de mi equipo. Lo único que me importaba era tapar los huecos que dejábamos como C's en el tiempo.
 
Hoy por la mañana, a eso de las 12 y media, entré en un estanco con la intención de comprar un paquete de nobel que me durara hasta el lunes.
-son 3 euros con cuarenta céntimos
-¿cómo? señor, creo que se ha equivocado
-no, no me he equivocado, son 3 euros con cuarenta céntimos
-no puede ser, si acaso será 3 euros con 20 céntimos, o 25, a lo sumo
-no, ha subido
Mientras saco las monedas ahogando improperios oigo cómo alguien se ríe detrás de mí y pronuncia lentamente mi nombre y mis apellidos.
Maldita sea.
Me giro incomodísima y veo a mi primer noviete, Juan Alvarez Arranz, apoyado en la puerta del estanco, mirándome con una sonrisa burlona de oreja a oreja. Imposible salir corriendo.
Nos liamos en tercero de BUP, tiramos casi dos años y desde entonces no habíamos vuelto a saber nada el uno del otro. Y ahí estaba, la misma persona, con la misma sonrisa, el mismo pelo, la misma postura de siempre. Manos en los bolsillos, pierna cruzada y peso apoyado con chulería en la sección derecha.
-¡!!!Juan!!!
-(repite mi nombre y mis apellidos separando las sílabas)
-¿estás bien?
-Muy bien
Nos abrazamos con prudencia
-Pero no fumes nobel, fuma pueblo, pueblo is the best
-¿pueblo? ¿es de liar?
-sí, tengo que contarte muchas cosas, qué fuerte la vida ¿eh?
-ya ves
-ahora me tengo que ir. ¿Quieres que quedemos esta noche? ¿y hablamos con calma?
-vale, le dije, como un autómata.
-9 y media en alonso, ¿donde las fiestas de fin de curso?
-ok


Y llegó la noche. La verdad es que no me apetecía nada ir, diez minutos antes de salir me entró una pereza horrorosa, diez años son muchos años, un encuentro fugaz es más que suficiente, esto de encitarse ya en serio es demasiado, pensaba mientras caminaba hacia la boca de metro, hasta me mareé en el trayecto y todo, me entraron ganas de vomitar. Pero afortunadamente no tenía su teléfono, por lo que no pude abortar la misión. Así que llegué, le ví otra vez, volví a sorprenderme, y nos liamos a hablar, a beber y a fumar. Y me sentí tan bien como hacía tiempo que no me sentía.
Todo sigue igual. Siempre hemos sido las mismas personas. Me consuela tanto eso.. no cambiamos, hay un hilo conductor inmutable. Y yo no lo sabía, andaba por ahí sin identidad. Me lo ha tenido que enseñar él. Mi primer romance, ahora es un hombrecito estupendo.
 
No tengo historias de amor apasionado o de complacencia recíproca porque soy una pobre persona en un pobre mundo, consciente de que el amor trae felicidad y dolor muchas veces a partes iguales y que cualquier euforia romántica no es sino una condena a futuras melancolías. Sin embargo, dentro de mi carácter y de mis circunstancias, puedo contar una breve historia sobre un día en el que me sentí bien.

Había empezado a trabajar hacía muy poco tiempo, digamos dos meses, y no me estaban tratando con toda la comprensión que hubiera deseado. Eso de los cursillos de formación para los nuevos no se estilaba, te ponían con un sórdido ofinicinista con problemas maritales para que te enseñase y ahí te las componías. Todos esos tristes hombres debían frotarse las manos para sus adentros cuando un becario caía en sus manos, podían volcar en él todas sus miserias y además echarle las culpas de cualquier negligencia que cometieran. A mí me había tocado el peor: un completo inútil al que ya no iban a echar, que no paraba de quejarse de todo cuanto le rodeaba. Obeso, calvo y con gafas, sí, exactamente como os lo estáis imaginando. Me decía: "conmigo aprenderás como funcionan las cosas..." Aprendí, vaya que sí. Al principio, era su costumbre dejarme al cargo de asuntos que superaban con creces mis posibilidades para poder tocarse los cojones sin problemas. Su jefe le conocía bien, y sufría por él igual que yo, y me asistía en la medida de sus posibilidades cuando la situación me desbordaba. Cuando dominé los problemas cotidianos, empezaron sus quejas. ¡Como le debió doler que su trabajo pudiera hacerlo yo con tan sólo unas semanas de observación! Con lo imprescindible que decía sentirse, tuvo que ver que cualquiera, y digo cualquiera, podía hacerlo igual de bien con dos semanas de aprendizaje. Hacía cuanto estaba en su mano, no mucho la verdad, para hacerme la vida imposible.

Dos meses habían pasado desde que entré en ese viciado entorno, y la vida no sonreía para mister4. Me sentía desgraciado, pensaba que si continuaba en sitios así acabaría siendo como aquel imbécil, que decisiones que había tomado hace muchos años me estaban llevando por un camino de mezquindad y tristeza. Quizás yo no tuviese que compensar unas frustraciones tan evidentes como las de mi supervisor, pero ¿quién podía asegurarlo? ¿Cómo era ese tío cuando entró en una empresa, cuando aún tenía pelo y no estaba gordo? El tiempo iba con mis pensamientos: una lluvia tenue pero incesante caía sobre mí mientras esperaba al bus. Si bien el tiempo a veces es bueno y a veces es malo, sobre lo que no hay duda posible es sobre el servicio de transportes públicos de Zaragoza, que siempre ha sido, es y será una putísima mierda. Cansado y triste, empapándome a través de una rotura en mi abrigo en el hombro derecho, sin dinero y sin expectativas de que el bus que necesitaba llegase en los próximos 45 minutos, me decidí a volver a casa andando. Un hombre andando sólo bajo la lluvia, qué cliché ¿verdad?

Tardé siglos en llegar a casa, se me hizo de noche en el camino y la intensidad de la lluvia no paró de aumentar. La rotura del abrigo me jodió bien jodido, el agua se filtraba desde mi hombro y se deslizaba por el brazo y el pecho. Durante todo el trayecto, mi mente no descansó ni un segundo: mi futuro profesional y como iba a afectar éste a mi personalidad, lo poco recompensado que me sentía y la neumonía que iba a coger me tenían bastante ocupado. Cuando quedaba ya poco, empecé a toser fuertemente: aquel día iba a acabar conmigo antes de que yo acabase con él. Llegué a casa de mis padres, donde aún vivía, totalmente desanimado, cansado y tosiendo como un tísico.

Sin embargo, ahí el día empezó a mejorar. Llamé a mi novia para contarle lo que me había pasado y ella debió compadecerse en extremo de mí. A veces pienso (ahora) que compasión era lo único que sentía por mí, pero en aquella época tenía otra opinión al respecto. Vino a buscarme a casa, pasada la medianoche y me llevó a su casa. Primero follamos, luego hicimos el amor y después hablamos hasta la madrugada, yo aún con tos. Por la mañana los dos estabamos resfriados y no fuimos a trabajar, y disfrutamos de un día bastante mejor que el anterior.

Aguanté cuatro meses más en la empresa y poco menos de un año con aquella novia, pero aquel día, esas cosas que han acabado siendo poco más notas a pie de página en mi vida se coaligaron para hacerme feliz durante unas horas. No deja de ser curioso, creo yo, lo poco que necesitamos para disfrutar cuando realmente necesitamos disfrutar.
 
FINAL DE TRAYECTO




El viajero espera en el andén algo fastidiado, porque el tren tarda en llegar y al viajero, eso de esperar, no le va. El viajero encuentra algo humillante en esperar el tren en el andén, y la gente de su alrededor le parece torva, malhumorada y vulgar. Llega el convoy finalmente, todo llega en ésta vida, y el viajero se apresura a montar en el primer vagón, antes de que le quiten el sitio, y se acomoda lo mejor que puede. Un señor mayor, con la bragueta meada y las uñas negras, dormita beatíficamente en el asiento de delante, mientras que un par de rusas, altas como torreones, bellas, turgentes y plastiqueras, hablan entre ellas por lo bajini. El viajero las observa un momento y se indigna. El viajero siempre se indigna cuando ve a una rusa, y si ve dos, pues se indigna el doble.

-Y usted porqué se indigna tanto. ¿Acaso le han hecho algo malo?
-Cállese, hombre. No diga sandeces.
-Bueno, bueno. No digo nada, usted verá.

El tren traquetea, los trenes siempre traquetean, se conoce que es la costumbre, y el viajero mira por la ventana los postes que pasan raudos, la campiña, otros trenes que se cruzan, etcétera. A ratos, también se mira los zapatos y el reloj, por hacer algo.

Una descolorida rubia, en avanzado estado de gestación, con el cabello ceniciento recogido en una coleta y evidentes síntomas de alopecia en las sienes, mira con descaro a los pasajeros. Avanza por el coche y se sienta al lado de una vieja. A la embarazada se la nota que está muy satisfecha de sí misma, y el viajero se pregunta porqué. La embarazada busca en su bolso y saca una revistilla de crucigramas y un bolígrafo ridículo, a colorines, y se pone a hacer garabatos, lanzando de vez en cuando orgullosas miradas a su alrededor con las cejas ridículamente arqueadas y el cuello tieso como el de una garza. El viajero no puede abstraerse de mirar el antiestético y pornográfico bombo que la rubia exhibe, se imagina sus antojos, sus estreñimientos, sus vomitonas matutinas y sus flatulencias, y concluye que se trata de una persona muy antipática.

Mártires de la Libertad. Final de trayecto.

El viajero se levanta de un salto y baja del tren, de un humor nada más que regular, y la luz solar de la tarde, que pega en rasante, le deslumbra. Ella lo está esperando, le sonríe tímidamente cuando lo ve. Está preciosa.
En la cantina de la estación, se sientan muy juntos en la mesa del fondo y piden dos cervezas. El viajero la vacila con oficio y conocimiento del terreno, los dos sonríen y hasta se toman las manos.
El viajero saca su estilográfica, toma una servilleta de papel y escribe un poemita, un haiku, y dice:

-Para tí.

Ella lo lee, y de repente pone cara de muchísima congoja. Se tapa un poco la nariz con la mano, y rompe a llorar. El viajero, sorprendido, la abraza, la besa con arrobo la frente y las mejillas, la besa las lágrimas que están saladas y saben a perfume y a cosmético y se siente indeciblemente tierno. También siente un chisgarabís de gusto que le corre por la espina dorsal y por el cipote.

Durante el viaje de vuelta, el viajero siente una especie de laxitud optimista, un sopor dulce y esperanzado. Un grupo de flacos preadolescentes de ambos sexos hablan a gritos, montando un cisco terrible, mientras una guineana de putesco aspecto los mira con expresión de idiota. A lo lejos pueden verse las primeras luces de la ciudad, es el crepúsculo.

El viajero baja del tren en Mateo Sagasta y tira hacia la Gran Vía, sigue el camino bien conocido y pronto llega. No quiere pensar en nada. Sólo quiere cenar algo y meterse en la cama.
 
Bueno, me voy a permitir resubir éste hilo, porque nunca está de más dedicar unos minutos al romanticismo y a la anécdota enternecedora, que es lo que nos hace personas. Quisiera contarles la historia de mi amigo Esteban. No es una historia extraordinaria; trata de dos jóvenes que se dejan llevar por la pasión y que en medio de la vorágine amatoria, se deciden a explorar nuevas sensaciones, y descubren un mundo paralelo donde imperan los sentidos y la sexualidad libre y alborozada. El caso es que sus padres, que volvieron a casa un poco antes de lo previsto, casi los pillan en la cama. Seguro que a alguno de ustedes le ha pasado algo parecido y lo recuerda con ternura. Creo que es una historia bonita. Pero dejemos que hable su protagonista, que a buen seguro tendrá cosas interesantes que contarnos.

... Y entre magreo y bistecazo, pues me puse yo como una moto, así que le dije a Belén que no estaría mal que nos fuéramos a su cuarto.

-Dejas muchas babas cuando besas, pareces un caracolito.

Ya me estaba tocando las narices la Belén con sus contínuas salidas de bombero, pero yo no me quería cabrear porque pienso que cuando uno está con una mujer, pues se está para disfrutar y no para amoscarse. De manera que, haciendo oídos sordos a sus gilipolleces, la tumbé en la cama y, sin darle ni siquiera un poquito de tiempo para desnudarse, me tiré encima de ella y ahí me tienen ustedes metiéndola y sacándola dando grandes brincos y apartándola los hombros como para fundirlos.
La Belén decía "Ay, ay" y me miraba como si la cosa no fuera con ella, con el mirar perdido y la cara sin expresión que suelen adoptar las chifladas en éstos momentos tan delicados y trascendentales para un hombre y seguramente sin tener ni idea del mucho daño que me hacía.

-¿Te has corrido ya? ¿Ya has terminado?

Y yo, que ni me había corrido ni estaba cerca de ello, empezé a calentarme por más que quería mantener la calma, y la verdad es que no había manera de correrse y de acabar de una bendita vez, porque todo se estaba poniendo en mi cabeza y hubiera eyaculado Bacardí, todo lo más.

-Qué calentito. Qué bien. Oye, ¿te has corrido ya?

Aquello ya era demasiao, era mucha impertinencia. El bofetón que le arreé sonó como un tiro de escopeta, para mí que hasta retumbaron los muebles. En el momento en que la pegué, me arrepentí enseguida porque pensé: Esta me monta aquí el pollo, me voy a mi casa sin desfogue, y ya veremos como le dé por denunciarme. Ya le iba a presentar mis excusas y a rogarle perdón de rodillas si hubiera hecho falta, cuando, cual no sería mi sorpresa, la Belén se pone a gemir talmente como si estuviera gozando. Y con una sonrisilla viciosa en la boca, va y me suelta:

-Otra, ¡dame otra!

No hacía falta pedirme a mí tal cosa, y le arreé tres o cuatro tortazos en la cara bien dados, y la pobrecita gritando de puro gusto.

-Más ¡Dame más!

Le atizé otro par de bofetones y la Belén empezó a retorcerse talmente como si tuviera electricidad, y a apretarme el culo (con perdón) con las piernas, como si quisiera más adentro, y era tan fuertes los gritos que daba, que temí se oyeran en las habitaciones vecinas.
Yo también empezaba a divertirme con todo aquello, para qué negarlo, pero de repente me entraron las prisas por si venían sus padres y nos pillaban red handed que dicen los ingleses, así que me puse a follar concienzudamente dejándome de tonterías y poniendo los cinco sentidos.

En éstas, que me agarra las manos y se las pone alrededor de su cuello, como si quisiera que la ahogara.

-Aprieta más, macho, aprieta.

Yo apretaba todo lo que podía, y ella decía con voz carrascosa:

-Ah, ah, jode, jode.

Y cuando ya sentí en el calambre de los huesos que estaba a punto de correrme, y en el desenfreno de sus caderas que ella iba a correrse también, yo notaba que me hervía la sangre y seguía aprentando como buenamente podía, y en llegando ya por fín al climax, me la apreté un poquito más... Y hay que ver, hombre. Aquél poquito fué demasiado, porque la pobre Belén estiró las patas. Como dice la canción, quieta quedó. Muerta, esa es la palabra; muerta.

Así de repente, se queda uno como estupefacto, porque no me lo acababa de creer que la pobre Belén, tan simpática como era, estuviera ya difunta. Lo primero, me levanté de la cama y empezé a vestirme, sin dejar de mirarla allí echadita en la cama, y en la habitación campaba un silencio de lo más impresionante. Un silencio que me ayudaría a barajar ideas, a considerar opciones y finalmente a tomar una determinación.

Lo primero que pensé fue que, como me cazaran allí, ya podía yo ir preparando una muda de ropa interior para el talego, y también se me representó lo que diría el vecindario y el cachondeo de los amigos. Pero no quería yo ir a chirona, como nadie en su sano juicio creo yo que quiera estarlo, máxime cuando aún se es joven y con una vida y un futuro por delante.
Calcula, con éstas espectativas, lo mal que me pude llegar a sentir cuando escuché de repente un clac-clac en la cerradura de la puerta de entrada, y enseguida pasos y murmullo de voces.
Si me pinchan, no me sacan sangre. Apagué la luz del cuarto a toda prisa y cerré la puerta procurando no hacer ruído, y recorrí la alcoba con la vista buscando algún objeto contundente, pero pronto reparé en que allí no había nada susceptible de hacer daño. Lo que estaba claro por otra parte, es que yo no me podía quedar de brazos cruzados. Pensado y hecho, me salí de la habitación, y como el que no quiere la cosa o se ha perdido en casa extraña, me fuí por el pasillo y entré en el salón con una idea fija entre ceja y ceja: la idea de no dejar testigos atrás, como los piratas.
Pues me encuentro de buenas a primeras con doña Paquita, sentadita ella en el cabo del sofá con cara de pocos amigos, como siempre. Se me quedó mirando con esos ojillos de bruja que tenía sin comprender bien la situación, pero para mí que algo debió rumiarse, porque en que me vió, los pelos se le erizaron como los de un gato.

La situación era embarazosa como pocas, yo no sabía qué decirle a la mujer, pero el caso es que, pensando, pensando, pues se me ocurró que, lo mismo que había matado por axfisia a Belén, pues igualito podría despachar a la vieja, y así de entrada me fuí hacia ella y le solté una patada en toda la quijada que la eché contra el ventanal de la galería, y el cristal reventó de golpe, y la vieja ni mu. Aunque, eso sí, puso los ojos locos, mirando cada uno para un lado, que daba asco verlos. Por un prurito de hacer las cosas bien hechas, y por aquello de que toda precaución es poca, le abrí la garganta de abajo a arriba con mi Victorinox multiusos. Fué una faena, ya digo, hecha a conciencia.

Más satisfecho no podía estarlo yo, y ya me disponía a salirme de la casa y como quien dice, aquí no ha pasado nada y ancha es Castilla, cuando me veo en ese momento al cabeza de familia que, muy pícaro, y seguramente alarmado por el estrépito que se formó con la cristalera, pues se asomó al salón a ver lo que pasaba. Yo en eso no había caído, y no por despiste precisamente, sino por la sencilla razón de que uno está a lo que está, y no se puede estar en misa y repicando. El viejo, que como digo tenía pinta de pillo, se había hecho de un cuchillo de cocina de medio metro y con él quería mantenerme a raya.

Eso sí que no. Me agarré un candelabro de bronce del aparador -la casa estaba decorada estilo Imperio- y saltando la mesa del comedor me fuí para él malhumorado y con ganas, dispuesto a dejarlo allí mismito seco en el sitio, y el viejo venga tirarme cuchilladas y venga chillar como un desgarramantas. Yo le iba parando los golpes con el candelabro, hasta que le pude endiñar un buen viaje en la sien izquierda que lo derribé al suelo, momento en el que pude arrebatarle el cuchillo, para acto seguido darle un par de puñaladas en el pecho. La primera pegó en hueso, pero la segunda se hundió el cuchillo hasta la empuñadura, y el viejo dijo grr grr y expiró como un pajarito, echando sangre por todas partes, por el pecho, por la cabeza y por la boca también.

Y una vez que hube apañado a éste, me quedé aplatanao y sin ganas de nada y como a punto de llorar. Por la cabeza se me pasaban ideas muy raras, y llegué incluso a pensar en mandarlo todo a tomar viento y en entregarme a las autoridades para que dispusieran de mí como les diera gana. Pero pronto abandoné la idea, porque pensé que ni Belén, ni doña Paquita ni su papá, me lo hubieran perdonado nunca, sino que a los cuales tres les hubiera sentado como un desaire muy feo el que, después de tanto mal como les había hecho, aquello no sierviese para nada.

Salí de la casa, no sin antes borrar huellas con el pañuelo como había visto en alguna película, (ya se sabe que en casos de éste género hay que hilar fino hasta el final), y me fuí a la calle todo tembleque, pensando en quién podría haberme visto, porque aquél que me hubiera visto, ya podían encenderle un cirio. Pero por mi dicha, la calle estaba desierta y no había ni un alma.
En el muro junto al que había aparcado el coche, al que llegué sin más contratiempos, había una pintada hecha con spray azul, que figuraba dos tetas enormes, y abajo ponia: " Belén La Melones". Y es que algunos tienen la gracia en el culo, como las avispas.
 
Yo no tengo mariconadas bonitas que contar, así que contaré un recuerdo deprimente, es como una mariconada en negativo.

Cuando era niño ibamos a veranear a un pueblito del sur de la isla. Todo muy verano azul, y tal. La población de chavales del pueblo solía tener como entretenimiento reírse de mí constantemente, y como en aquel entonces teníamos todos 12-14 años, cuando empiezan a despertarse las hormonas y eso, un tópico habitual era reirse del echo de que yo, al igual que los demás, también estuviera cachondo y manifestara mi interés tanto como cualquiera (solían pasar por delante de mi casa cantando "fulanito está quesudo", lo que a mí me provocaba una verguenza terrible porque mi familia siempre me tuvo en la oscuridad con respecto al sexo :face:).
Lo cuento así a vuelapluma porque no eran sucesos aislados y brutales, sino más bien una especie de gutta cavat lapidem.

Sin embargo, tras un par de veranos de machaqueo constante (el resto del año, no me relacionaba con nadie porque en mi residencia habitual no salía de casa ni tenía amigos), un día se inventaron que a una de las chicas del grupo le gustaba yo. Tal y como lo recuerdo, me lo contaron con una media sonrisa, y poco a poco empezaron a proliferar las risitas, las indirectas, el cachondeo, etc.
Tardé poco en convencerme de que por supuesto aquello era una trampa de proporciones enormes, cómo lo del cubo de sangre en Carrie; a la chica, que era por así decir la feíta del grupo (ella y su hermana eran las niñas bien del pueblo, más educadas que las demás, y yo sospecho que ella era una persona débil y manipulable, la hermana era la que le gustaba a todos), la miré una vez directamente a los ojos y tuve la corazonada de que me querían destrozar y de que ella lo sabía, pero era un títere en manos de los chavales y no sabía que hacer; probablemente la habían escogido como fuente de los rumores porque habría sido muy poco creíble que yo le hubiese gustado a cualquiera de las otras.

Por supuesto, ni una sola vez entré al trapo de las insinuaciones, dado que todas venían de los otros chavales y ninguna de ella; y debido a esto probablemente me libré de una experiencia muy dolorosa, y lo veo con alivio hoy en día, 20 años después. Sin embargo, lo que me asombra y deprime es que con aquella edad (debía tener 12-13 años o así), yo estaba irremediablemente convencido de la maldad intrínseca de todos los que me rodeaban, niños y niñas, y por tanto de la futilidad de albergar esperanza alguna. Cuando recuerdo esto siento una gran compasión por el niño que yo era, es todo muy extraño y repugnante.
 
Ya he contado todas las mariconadas que he hecho por amor. Son unas cuantas y sin duda las seguiré repitiendo si Dios quiere y mi señora me las consiente. No venga a aportar nada, sólo ha compartir la fe renace gracias a hilos como este, al que no había prestado la atención que ahora veo que merece. Me lo he leído de principio a fin, cada uno de los relatos y me he reconciliado, por enésima vez, con un Foro que siempre me tienta a abandonarlo. Da gusto dejar el porno de lado y echar el rato paciendo en estas verdes praderas de la sensibilidad y la emoción, embelesarse con la sencillez, el humor y la verdad que leo en vuestras palabras que podrían ser las mías. Leer lo que a uno le gustaría escribir es el mayor placer de la literatura.

Me anima a resistir un poco más en un barco que parece que está siempre a punto de hundirse. Cuando todo es desánimo y decadencia, cuando ya nada parece sorprenderme ni interesarme encuentro de casualidad, rastreando como un yonki en busca de una última dosis, un poco de luz y un motivo para no acabar de desengancharme del todo. Quizá después de todo, mi aportación sea la mayor mariconada de todo el hilo, pues vengo decidido a lamer escrotos con rendido fervor.
 
MisterM rebuznó:
Mi historia no os la voy a contar detalladamente porque es bastante triste y hace muchos años que pasó, pero tuve una novia que se murió en un accidente y fue algo bastante duro para mi. Para mi fué como cuando estas en medio de una película fantástica, grandisima, genial, y de repente se estropea el televisor o se va la luz, y cuando vuelves a conectarlo todo solo hay anuncios.

Llevo años viendo anuncios y he acabado por apagar la tele.

Lamento leer eso, tienes mis ánimos y mi comprensión. Yo también he pasado por algo parecido. Una ex-novia mía quedó paralítica debido a una lesión de columna y me rompe el corazón verla sin la alegría que tenía cuando estabamos juntos. Lo peor es que cuando me dejó la odié tanto que en algún momento puede que llegase a desearle que le pasara algo así, pensamientos injustificables por los que me averguenzo y me arrepiento. Todos tenemos que cargar con nuestros pecados, sin ninguna certeza de que algún día podamos redimirlos. La culpa nos mantiene en el camino.
 
MisterM rebuznó:
Mi historia no os la voy a contar detalladamente porque es bastante triste y hace muchos años que pasó, pero tuve una novia que se murió en un accidente y fue algo bastante duro para mi. Para mi fué como cuando estas en medio de una película fantástica, grandisima, genial, y de repente se estropea el televisor o se va la luz, y cuando vuelves a conectarlo todo solo hay anuncios.

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MisterM rebuznó:
Mi historia no os la voy a contar detalladamente porque es bastante triste y hace muchos años que pasó, pero tuve una novia que se murió en un accidente y fue algo bastante duro para mi. Para mi fué como cuando estas en medio de una película fantástica, grandisima, genial, y de repente se estropea el televisor o se va la luz, y cuando vuelves a conectarlo todo solo hay anuncios.

Llevo años viendo anuncios y he acabado por apagar la tele.


Tienes derecho a ser feliz.
 
Misogino hacer el estupido por amor, es lo mas bonito que se puede hacer en la vida, luego a lo mejor te arrepientes y piensas, joder que gilipollas fui pero mientras lo ideas, lo planeas, tu cabeza maquinando a 1000 por hora la forma de como sorprenderla, ese estado de embriaguez al que las hormonas nos tienen atontado, atolondrado que por un momento nos importe tres bledos el hacer el ridiculo porque para nosotros eso esta justificado, como si hubiesemos bebido muchas copas de mas y estamos bailando medio desnudos en medio de la pista de baile como un borracho transnochado al que todo el mundo señala con el dedo pero somos inconscientes porque para nosotros en un nuestro intenrior tiene un fin, es dibujar una sonrisa en esa persona a la que nosotros deseamos.

Por eso digo, que hacer el ridiculo por amor, nos hace sentirnos humanos y nos hace diferenciarnos de otras personas que respiran y hablan pero estan muertas porque no tienen nada que ofrecer.

Asi que nada, haga mas el ridiculo, ya sea yendo al Ikea o escribiendo un sms pasteloso, que mas da.

Ojala yo tuviera una complice con la que me pueda sentir ridiculo.
 
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