El acoso se puede experimentar teniendo o no pareja. Yo lo he llegado a experimentar en el primer caso, hace ya muchos años, cuando aparecieron los primeros teléfonos móviles. Es un acoso que te acribillen con llamadas y sms a todas horas del día y de la noche simplemente para preguntarte que dónde estás y con quién estás, cuando se sabe muy bien dónde uno está y con quién (es decir, en casa o en el trabajo y sólo la gran mayoría de veces), y así día tras día. Un día llegué a contabilizar cinco llamadas y trece sms. Siempre es agradable que quien sea tu pareja te llame o te envíe un sms para preguntar qué tal estás o simplemente para enviarte un beso, pero no para que tengas que estar constantemente en un estado de rendición de cuentas. Pero es lo que pasa: como sientes algo por esa persona vas pasando esas faltas, máxime cuando ninguno de nosotros somos perfectos ni falta que hace.
Ni qué decir que, tonto de mí, lo poco que sacaba en aquel entonces de las prácticas me lo fundía en tarjetas de móvil (os acordáis de los One Touch Easy? je) y había días que, juro, deseaba arrojar el puto teléfono contra una pared y destrozarlo, tal era el agobio. De ahí quizá venga la poca simpatía que actualmente tengo para con estos artilugios, aunque ahora gasto uno muy chulo que no sé ni utilizarlo, ni creo me esfuerce en aprender.
Ella, aunque de familia bien y que podría haberse labrado un futuro más que aceptable, tratábase de una rebelde, estando siempre de manos con sus padres, gente grave y de carácter, como mesetarios que eran. Era así que ejercía más de consejero espiritual por ambas partes contendientes que de novio, pues a pesar de mi pretendida mala hostia crónica no soy de los que se echan para atrás, no abandono a quien creo me necesita y ayudo en lo que puedo.
Vivía de ella como a unos 100 km y nunca le fallé por esa razón. Y aquí entramos en el segundo motivo de acoso ya puramente emocional. A raiz de las disputas familiares, ella abandonaba su casa y se lanzaba a vagar por las calles. No faltaba la llamadita. Y fueran las 10 de la mañana, las 3 de la tarde o las 4 de la madrugada, habría de coger el coche y reunirme con ella porque nada malo le ocurriera, llevarla a cualquier pensión para que descansara e incluso una vez la tuve una semana en casa porque sin mediar palabra cogió un tren y se vino para acá.
Qué me váis a contar de intentos de suicidio? Ya no recuerdo cuántos fueron. Del primero habré de acordarme para siempre. No recuerdo por qué fue la bronca con sus padres, pero os aseguro que siempre eran por las chorradas más nimias que podáis imaginar, pero la de aquella tarde fue fuerte. Me llama a las tres de la tarde con lo de siempre, que estaba en la calle. Por supuesto lo dejo todo, cojo el coche y voy al lugar que me indica a reunirme. El gilipollas, como siempre, la tranquiliza e intenta mediar. Monta una reunión familiar y por estar en medio recibe hostias de todas partes, algo a lo que estoy acostumbrado, y ella sale corriendo. Le pierdo la pista, pero al fin la veo sentada en un portal con un pedazo de vidrio de ventana. Ha sido la única vez que he pegado a una mujer, porque veía que le brotaba la sangre, y fue porque no encontré otra manera de que soltara el cristal, una hostia suficiente para que dejara de hacer esa tontería y de la que nunca me arrepentiré. Creo sinceramente, porque lo vi en su rostro, que estaba dispuesta a acabar con su vida. La calmé como pude, la llevé a su casa y la cosa medio se arregló. A veces puedo resultar un buen negociador.
El problema vino porque las broncas familiares eran casi diarias y los presuntos intentos de suicidio (ese "me voy a cortar las venas" lo llevo grabado en el cerebro) se sucedían. Tras lo visto en la primera ocasión, cómo dudar? Lo dicho, fuera la hora que fuera con el coche a toda hostia en su busca con la esperanza de llegar a tiempo. Luego, cuando llegaba la cosa no era para tanto, es más ni siquiera había habido intento o me decía que había desistido porque me esperaba. Nunca sabré si hacía todo eso por llamar mi atención, por probar si de verdad la quería o yo qué sé. Sólo sé que no me voy a molestar en averiguarlo. Me gustaría en todo caso que me comprendiérais: en el fondo la quería y no podía permitir que le pasara algo malo. Tenía que andar pidiendo mis padres para costearme la gasolina, o las pensiones en que la alojaba cuando se fugaba o simplemente para darle algo de comer cuando, como dije antes, yo tan sólo era un estudiante en prácticas al que le remuneraban la voluntad, menos de 10.000 pelas al mes, si es que cobraba ese mes.
Y ese dulce infierno desencadenó al cabo de un año en un abismo. Un buen día de verano dejó su casa, para variar, pero esta vez definitivamente. Me llamó y acudí, claro. Estuvimos de pensiones. Ambos encontramos trabajo a los pocos días, el mío nada tenía que ver con mi cualificación, pues estuve de ayudante de cocina, de ahí que tenga cierto interés en el Foro Arguiñano y sea cosa que no se me da mal del todo, y ella en una inmobiliaria. En tanto no cobráramos la mensualidad, el poco dinero que teníamos se agotó y no podíamos permitirnos dormir en pensiones, así que invertimos lo que quedaba en una tienda de camping, que es cosa saludable en pleno agosto como era. Y hasta una barbacoa montamos allí. Mi familia nunca supo de estos extremos ni quiero que sepa nunca, pero sí lo de mi nuevo curro. Les dije simplemente que estábamos en un piso de alquiler. Ella necesitaba de mi coche para su trabajo y se lo cedí. Le empezaron a ir las cosas mal en el trabajo: lógicamente no podía estar centrada y además andaba bastante descuidada en lo que a aseo personal se refiere. Disponíamos de duchas en el camping, pero claro, el tema de lavar y planchar la ropa era jodido cuando no tienes un duro. A mí me fue bien en ese curro: al menos comía de gratis. Hasta que un día, el previo a un eclipse, aún me acuerdo, nos destrozaron el coche: alguien colisionó fuertemente contra el frontal de coche durante la noche y lo dejó hecho un acordeón. Al ver eso, parece como que le entraron unas ganas enormes de regresar a su casa, ya que sin coche ella no podía trabajar, ni llevarme ni recogerme de mi trabajo. Así que esa misma mañana, me presenté a 30 km/h, en casa de mis padres con el coche destrozado. En esta ocasión la llamé yo para decirle que había llegado bien y se limitó a decirme que se había propuesto llevarse muy bien con sus padres y que la dejara en paz (!) un tiempo.
Ya no hubo más acoso por su parte. Ni me llamó ni la llamé. En mi ingenuidad reparé el coche con muchísimo esfuerzo y, ahora pienso "estúpido de mí", ocupé su vacante en la inmobiliaria (en mi vida laboral se ven esos dos días que permanecí allí reflejados) y allí me enteré de lo que he contado más arriba en cuanto a su falta de rendimiento y aseo. Como no tenía un puto duro, dormía en el coche en un descampado, pensando que en poco tiempo cobraría alguna comisión o algo para poder irme a algun piso de alquiler o yo qué sé. Le mandé algún sms estando de noche aterrado en el descampado y no obtuve respuesta. Al día siguiente hice por cruzarme por ella, por la calle. Me vio, giró la cabeza y siguió su camino. Por la tarde ya estaba en casa de mis padres. Quizá con esta actitud pasé de acosado a acosador, lo dejo a vuestro juicio, pero yo, en verdad sólo quería que me diera una respuesta a tanta hijoputez, y nunca la obtuve ni la obtendré y de paso demostrarle que a pesar de lo mal que nos había ido en lo material estaba dispuesto a poner todo mi empeño.
Lo último que supe de ella, porque me llamó, fue que se había echado un novio y que se iba a otra ciudad a vivir. Se me agotó la batería cuando me hubo dicho eso y ya nada más volví a saber. Ni ganas, aunque le deseo lo mejor.
Perdón por el tocho, pero ando con tiempo libre, la historia es bonita y me apetecía contarlo.