La tragedia es inminente, ya se oye a la tropa trotar arremolinada camino de las barricadas. Antes tenían un juguete, tenían una misión, tenían los medios y las responsabilidad de castrar el patriarcado opresor que cercenaba la inmensidad irisada de su talento. Ellas, las hacedoras de vida, con sus coños-demiurgo, habían sido elegidas para recomponer la injusticia y los agravios sufridos. Ahora, desarmadas y sin su casita de chocolate, están justo donde querían: en el martirio, en el victimismo al cuadrado, en la persecución y el drama.
No tener un ministerio de Igualdad humedece las dentadas vaginas de las feminazis, es un motivo más para el berrinche, otra prueba que agitar vehementes e iracundas. Para una feminista patanegra, de las de braga de esparto y fusta de cuero, es mejor no tener y darse al lloriqueo, que tener y justificar el ridículo. Se las notaba demasiado que lo suyo es el contraataque, ponerle pegas a todo, sentir la bota del macho den la nunca apretando, que de sobra saben siempre es más fácil e instintivo que la creación a pelo.
Que recorten en Sanidad, que desmonten las vias del AVE y la vendan como chatarra a los gitanos, que cierren las escuelas y manden a los niños a las minas a escarbar, pero que estas mujeres las den algo, cualquier palacete en la Castellana decorado en tonos pastel previa millonaria reforma, para que lo llenen de posters, de fotografias de parturientas y de mujeres africanas sonriendo para celebrar su triunfo sobre el mono. Prefiero tenerlas encima, legislando con insania, que tenerlas en frente, dándole duro a la tabarra y buscando enemigos para afilarse los colmillos.