Capitán Hediondo
Posiblemente el PEOR Forero de la Historia
- Registro
- 22 Sep 2005
- Mensajes
- 17.522
- Reacciones
- 271
Aclarando de antemano que me mueve la sana envidia a escribir estas líneas, paso a relatar un verano entre tantos de "El Africano".
Eramos 7 en el grupo de amigos, en el final de los felices años 80. Todos con menos tablas con el sexo femenino, que la Carmen de Mairena. Excepto El Africano, que no era de áfrica, pero que llevaba ese apelativo por razones que explicaré luego.
Aquel verano, nos fuimos los 7 a un pueblo de Extremadura, donde íbamos a pasar dos semanas de diversión y excesos sin parar... Al menos ésa fue la primera intención, claro, pero como siempre pasa, lo que quieres no es siempre lo que consigues.
Llegamos al pueblo, y las jóvenes lugareñas nos vieron como carne fresca. Todo fue llegar y los 7 teníamos "pareja". Con más o menos fortuna, las hembras estaban de buen ver, destacando la que se encaprichó con El Africano. Al segundo día, cada uno iba por su lado (y teniendo en cuenta que el pueblo era muy pequeño, esto es todo un logro), así que acordamos que a final de la semana nos veríamos para "intercambiar" experiencias. Craso error. Cuando terminamos de contar cada uno de nosotros los exiguos logros conseguidos con nuestras lugareñas, casi sin inmutarse, El Africano empezó a contarnos cómo se había tirado a la pueblerina que se le lanzó al cuello cuando llegamos....
"No ha estado mal con ésta, pero era un poco sosa en la cama, en cambio, cuando me tiré a su hermana por la tarde, la cosa cambió radicalmente, a ésa me la follé dos veces antes de irme a casa de la amiga de la primera, con la que jinqué por la noche." El relato prosiguió con otras 4 hembras más en 3 días de lujuria. Lógicamente, nosotros estábamos boquiabiertos escuchando sus logros, hasta que El Africano, comentó que una divorciada que vivía en un antiguo molino reformado se había encaprichado con él, y le había pedido que se fuese a vivir con ella. Hasta aquí llegó nuestra credulidad de pardillos. Dijimos, "NO, Africano, no nos lo creemos, nos la estás metiendo doblada, cabrón". En ese momento, delante del bar donde estábamos, paró un coche de donde salió la hembra más buenorra que yo había visto hasta entonces. De unos 30 años, alta, con unas tetas de campeonato y una cara de "guarra" que hacía que empalmaras sólo estando cerca. Se acercó a nosotros, nos saludó y le dió un beso de tornillo al Africano, le dijo que le esperaba en el coche, y se fue por donde había venido.
Nos quedamos helados. El se fue con ella. Nos cagamos en su puta madre repetidas veces.
No podía quedar así el tema. Quedamos con él en vernos el domingo en el río, para bañarnos y tal y para comentar la jugada.
Cuando llegó el domingo, él vino con unas ojeras tremendas, y quejándose de dolor de cabeza. Todos nos metimos en el río, y esperamos a que el Africano entrase en el agua con nosotros para que nos contase cómo era follar con una treintañera (nosotros teníamos unos 19 años, y aquéllo era el no va más).
Bien. En el momento en el que el Africano se quitó toda la ropa y se dispuso a meterse en el río, se despejaron todas las dudas, se aclararon todas las preguntas y todos los posibles malentendidos que hubiera hasta el momento. El muy hijo de puta estaba dotado con una tranca como ninguno de nosotros habíamos visto jamás, ni siquiera en las películas porno que veíamos habitualmente. Tremendo. Le colgaba un cilindro de carne, que haciendo cálculos, y corroborándolo con su respuesta posterior, llegaba fácilmente a casi los 30 centímetros, lo que era un tanto contradictorio, pues el Africano no llegaba al 1.65 de altura. Era muy bajito, pero el muy cabrón lo compensaba totalmente. Ahí estaba la explicación a todo. Cuando la siguiente semana volvió a desaparecer, supimos exactamente lo que estaba haciendo y se confirmó al irnos del pueblo, pues aproximadamente 20 lugareñas se despidieron de él, incluso algunas llorando.
Los dos siguientes veranos hicimos escapadas a diferentes sitios, siempre con el mismo resultado: Nosotros algún que otro morreo-magreo, y como gran triunfo algún polvete que otro, y el Africano con una colección de mechones de vello púbico como para empapelar cualquier sala del Louvre.
Aquí termina la reseña del primero de la serie "Amigos entrañables". Todavía quedan por aparecer "el Ruben" (con acento en la u), un tío con esquizofrenia que tenía permiso de armas, "el Chupe", epiléptico que trabajaba en una fábrica de cervezas en Burgos, y "Carne Monstruo", un amiguito perturbado que tenía curiosas costumbres para relacionarse en los viajes por carretera.
Espero que no me chapen este tocho, y que no sea una puta mierda para ustedes.
Un saludo.
Eramos 7 en el grupo de amigos, en el final de los felices años 80. Todos con menos tablas con el sexo femenino, que la Carmen de Mairena. Excepto El Africano, que no era de áfrica, pero que llevaba ese apelativo por razones que explicaré luego.
Aquel verano, nos fuimos los 7 a un pueblo de Extremadura, donde íbamos a pasar dos semanas de diversión y excesos sin parar... Al menos ésa fue la primera intención, claro, pero como siempre pasa, lo que quieres no es siempre lo que consigues.
Llegamos al pueblo, y las jóvenes lugareñas nos vieron como carne fresca. Todo fue llegar y los 7 teníamos "pareja". Con más o menos fortuna, las hembras estaban de buen ver, destacando la que se encaprichó con El Africano. Al segundo día, cada uno iba por su lado (y teniendo en cuenta que el pueblo era muy pequeño, esto es todo un logro), así que acordamos que a final de la semana nos veríamos para "intercambiar" experiencias. Craso error. Cuando terminamos de contar cada uno de nosotros los exiguos logros conseguidos con nuestras lugareñas, casi sin inmutarse, El Africano empezó a contarnos cómo se había tirado a la pueblerina que se le lanzó al cuello cuando llegamos....
"No ha estado mal con ésta, pero era un poco sosa en la cama, en cambio, cuando me tiré a su hermana por la tarde, la cosa cambió radicalmente, a ésa me la follé dos veces antes de irme a casa de la amiga de la primera, con la que jinqué por la noche." El relato prosiguió con otras 4 hembras más en 3 días de lujuria. Lógicamente, nosotros estábamos boquiabiertos escuchando sus logros, hasta que El Africano, comentó que una divorciada que vivía en un antiguo molino reformado se había encaprichado con él, y le había pedido que se fuese a vivir con ella. Hasta aquí llegó nuestra credulidad de pardillos. Dijimos, "NO, Africano, no nos lo creemos, nos la estás metiendo doblada, cabrón". En ese momento, delante del bar donde estábamos, paró un coche de donde salió la hembra más buenorra que yo había visto hasta entonces. De unos 30 años, alta, con unas tetas de campeonato y una cara de "guarra" que hacía que empalmaras sólo estando cerca. Se acercó a nosotros, nos saludó y le dió un beso de tornillo al Africano, le dijo que le esperaba en el coche, y se fue por donde había venido.
Nos quedamos helados. El se fue con ella. Nos cagamos en su puta madre repetidas veces.
No podía quedar así el tema. Quedamos con él en vernos el domingo en el río, para bañarnos y tal y para comentar la jugada.
Cuando llegó el domingo, él vino con unas ojeras tremendas, y quejándose de dolor de cabeza. Todos nos metimos en el río, y esperamos a que el Africano entrase en el agua con nosotros para que nos contase cómo era follar con una treintañera (nosotros teníamos unos 19 años, y aquéllo era el no va más).
Bien. En el momento en el que el Africano se quitó toda la ropa y se dispuso a meterse en el río, se despejaron todas las dudas, se aclararon todas las preguntas y todos los posibles malentendidos que hubiera hasta el momento. El muy hijo de puta estaba dotado con una tranca como ninguno de nosotros habíamos visto jamás, ni siquiera en las películas porno que veíamos habitualmente. Tremendo. Le colgaba un cilindro de carne, que haciendo cálculos, y corroborándolo con su respuesta posterior, llegaba fácilmente a casi los 30 centímetros, lo que era un tanto contradictorio, pues el Africano no llegaba al 1.65 de altura. Era muy bajito, pero el muy cabrón lo compensaba totalmente. Ahí estaba la explicación a todo. Cuando la siguiente semana volvió a desaparecer, supimos exactamente lo que estaba haciendo y se confirmó al irnos del pueblo, pues aproximadamente 20 lugareñas se despidieron de él, incluso algunas llorando.
Los dos siguientes veranos hicimos escapadas a diferentes sitios, siempre con el mismo resultado: Nosotros algún que otro morreo-magreo, y como gran triunfo algún polvete que otro, y el Africano con una colección de mechones de vello púbico como para empapelar cualquier sala del Louvre.
Aquí termina la reseña del primero de la serie "Amigos entrañables". Todavía quedan por aparecer "el Ruben" (con acento en la u), un tío con esquizofrenia que tenía permiso de armas, "el Chupe", epiléptico que trabajaba en una fábrica de cervezas en Burgos, y "Carne Monstruo", un amiguito perturbado que tenía curiosas costumbres para relacionarse en los viajes por carretera.
Espero que no me chapen este tocho, y que no sea una puta mierda para ustedes.
Un saludo.