Cuando Filipinas era aún colonia española existían reductos de musulmanes armados que oponían a nuestra presencia allí (lo que luego sería el Frente Moro de Liberación Islámica o MILF* y otros muchos) y, oh sorpresa, llevaban a cabo ataques suicidas contra las defensas españolas. Un modus operandi más o menos habitual era el siguiente: el mojamé de turno se envolvía en numerosas capas de vendas, no sólo para sudar la grasa y estar mono para el verano (que quizá también) sino para ser más resistente a las balas y espadas de los defensores. Una vez bien empacadito no más, el hijodeputa se dirigía hacia cualquier instalación relacionada con españoles y se llevaba por delante a todo aquel que pillaba por medio, hasta que se lo cepillaban. Los militares españoles no sabían qué hacer, porque seguían sucediéndose ataques y se veían incapaces de prevenirlos. Hasta que a alguien, bendito sea, se le ocurrió dejar los cadáveres de los suicidas a la vista con cerdos (no sé si vivos o en trozos) sobre los cuerpos o por ahí rondando cerca, contaminando así su cuerpo e impidiendo que el bastardo fuera al paraíso con sus huríes, travelos y demás. Se acabaron los ataques. Luego se ha llevado los méritos Pershing y las balas bañadas en sangre de cerdo (creo que existe otra versión,que sustituye las balas bañadas en sangre por no sé qué otra cosa), pero eso lo hicieron los españoles unas décadas antes.
*No, no es coña lo de MILF.
Pd: seguramente esta historia tan hama no se cuente en la mierda esa de los Últimos de Filipinas que acaban de estrenar. O peor, se contará de tal manera que, tras su visionado, avalanchas de progres nos exijan disculparnos con los muslims y desinfectarnos los cuellos cara a nuestra decapitación, no sin antes entregarle a la horda mora todas nuestras posesiones y las más inocentes y vírgenes de nuestras muchachas.