La berza
Alfonso Ussía
He visto casi todas las películas de Almodóvar. Es diferente. Imprevisible y sórdido al tiempo. Genialidad luminosa y
olor a berza. Hay escenas en las películas del director manchego que huelen a sudor y a berza, como Moscú en primavera y
verano. No pertenece del todo Almodóvar a la mafia cinematográfica de la retroprogresía, pero no por falta de ganas.
Sucede que ha ganado dos Oscar, y ese detalle molesta a los subvencionados y subvencionables, que el número de los
segundos ha crecido después de las elecciones. No obstante, cuando está alejado de las cámaras y los platós, Almodóvar
es muy capaz de decir las mayores tonterías. No por soltar necedades deja de ser un buen director de cine, que lo es
probablemente. Pero en la política está instalado en el tópico y el lugar común. Manifestar que con la victoria del PSOE
en las elecciones España ha recuperado la democracia es, además de falso, una imbecilidad. El sistema democrático se
tambaleó, precisamente, en los últimos años de gobierno de los socialistas, con crímenes de Estado de por medio. Quizás
por proximidad de origen, a Almodóvar le influye la brillantez intelectual de Sara Montiel. Se ha referido también a un
supuesto golpe de Estado del Partido Popular. Ahí la alcornocada, la sandez, se abraza con la miseria. Intuyo que su
heroica actitud en socorro del vencedor va más allá de la complacencia ideológica.
Son respetables las disidencias, nunca las mentiras. Aprovechar una situación de privilegio y la presencia de la
prensa en la presentación de su última película para calumniar tan burdamente resulta impresentable. Su frase «hemos
vuelto a la democracia pero el precio ha sido muy alto», refiriéndose a la masacre del once de marzo, no se puede
admitir. Una barbaridad como ésta en boca de un artista sin carné de progre acabaría con su prestigio. Lo que ha dicho
Almodóvar no es de recibo. Le ha salido la berza.
La película se titula «La mala educación». Va, según parece, de colegios religiosos durante el franquismo. Yo estudié
en uno de ellos, considerado elitista, el Pilar de la calle Castelló, poblado de sotanas y levitas negras. Pero no sufrí
trauma alguno. Los tiempos eran difíciles para todos. En aquel colegio marianista, a finales de la década de los
cincuenta, los niños recitábamos poemas de Federico García Lorca. A mí jamás me metieron mano los religiosos, ni me
obligaron al pensamiento colectivo, el que tanto gusta a los profesionales del rencor. La mala educación es la de
Almodóvar, en esta ocasión demostrada con tanta obscenidad moral. La de sus palabras.
Mi respeto al cineasta original y triunfante camina en soledad. He abandonado el respeto al hombre, al ciudadano
honesto que yo presumía era Almodóvar. El histerismo manda y la ignorancia obliga. El ambiente agridulce de sus
películas no encaja con la tosquedad de su persona. Sus manifestaciones han sido nauseabundas. Eso, la berza. El berzotas.