CARTAS, EN PELIGRO DE EXTINCIÓN

El eufemismo para foreros poco afortunados en el ars amandi.
Sí señor, buen tino.
Solo hay que imaginarse aquellas jovenes pueblerinas, trabajadoras como sirvientas, y a los mozalbetes que no sabían escribir ni expresarse, acudir a un escribiente celestino que adornase las cartas para sus novios/as.
 
Sí señor, buen tino.
Solo hay que imaginarse aquellas jovenes pueblerinas, trabajadoras como sirvientas, y a los mozalbetes que no sabían escribir ni expresarse, acudir a un escribiente celestino que adornase las cartas para sus novios/as.
Ese oficio me parece que todavía existe de manera residual en México D.F., donde hay una zona de escribanos con máquina de escribir en plena calle para arreglarle la papeleta a ciudadanos que no saben ni la u.

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Carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio

Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua.
Clara: corazón, rosa, amor…
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida.
Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara.
No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.
Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada.
¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada.
Lo han aprendido ya el árbol y la tarde…
y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río…
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.

Juan


Puta clase Rulfo. En lo suyo era buenísimo, los dos libros que tiene son cumbres. Sin Rulfo no habría existido el boom de la novela sudamericana, él asentó las bases del realismo mágico; sin Comala no habría un Macondo.

Y además tuvo la honradez de dejar de escribir cuando sintió que no le quedaba nada por decir.
 
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