P. En el epílogo de su libro, escribe que la mayoría de la nostalgia independentista añora un mundo que nunca existió. Escocia perdió sus últimos vestigios de Estado soberano en 1707 y Cataluña nunca lo ha sido.
R. Siempre ha habido falsificaciones y manipulaciones de la historia en cualquier país. Las leyendas y los mitos tienen su importancia para la construcción de sociedades coherentes. Pero con las crisis, como la catalana del siglo XVII, se empieza a manipular y construir mitos para animar a los catalanes, partidarios de desafiar al gobierno del Conde Duque y Felipe IV, para buscar un camino diferente. En la actualidad, continúa la manipulación de la historia por parte de los separatistas. Construyen un concepto de nación y están convencidos de que están hablando para la nación entera, para todos los catalanes (o escoceses), cuando están hablando de, máximo, una mitad. O ni siquiera. Eso se produce gracias a una educación histórica que refleja el deseo de manipular para construir una narrativa que apoye al movimiento secesionista.
P. Una de las críticas que se han hecho desde algunos sectores de la sociedad española ha sido la cesión de la competencia de la educación a las comunidades.
R. Esa cesión ha influido mucho. El proyecto de Jordi Pujol (CiU) ha generado 40 años de instrucción pública para difundir la narrativa de un nacionalismo extremo. Tanto por la televisión como por la radio. Y, como consecuencia, llegó el independentismo. La generación de catalanes actual conoce muy mal la historia de España porque se ha ensimismado en la historia catalana. La devolución de la educación a las autonomías en la Constitución de 1978 creó posibilidades de construir una historia más local y nacionalista, sin control desde el centro.