Werther
Veterano
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Este fin de semana he estado con uno de mis mejores amigos. Vive en Francia, más concretamente en París. Es pianista. Tiene mucho talento, lo que le permitió obtener el título superior con sobresaliente en el Reina Sofía, el conservatorio más importante de España. Merced a una sensibilidad exquisita y a una técnica endiablada, se le concedió una beca para proseguir sus estudios en París. Interpreta a Albéniz con un sentimiento y una exquisitez que para las personas que sabemos apreciar este tipo de música (en España seremos un 0,1 por ciento de la población) es todo un placer escucharlo. Para concluir con su biografía, decir que es profesor en el conservatorio de París.
Lo que me sorprende de mi amigo es como concibe la vida. Para él la vida es eminentemente estética o, para que nos entendamos, arte. En sus años de estudios en la ciudad más bella del mundo, como la beca que le concedieron apenas le daba para comer, tubo que dedicar parte de su tiempo a ganarse el pan. Pronto encontró trabajo como pianista en locales de época del París de la belle époque, que en nuestro país llamamos prostíbulos de lujo; y allí, según me cuenta, lo aprendió todo de las mujeres, de las mujeres que no son españolas, matiza. “No hay experiencia en el mundo”, me comenta “que pueda compararse a las lágrimas que derrama una bella mujer alta y de ojos azules al oírte tocar una obra de Albéniz o Granados”. “Parece mentira que esas mujeres, de vida dura y sin esperanza, posean la sensibilidad suficiente para que su corazón se haga un nudo ante una bella melodía”
Me lamentaba yo, delante de él, de la desidia de las españolas con respecto a los hombres de talento. “Parece que cuanto más sensibilidad y talento posea un hombre más lo aborrecen, los mejores hombres que conozco están todos solteros”
“El problema de las españolas” me dice mi amigo, “es que son muy superficiales, viven una vida estereotipada, su máxima preocupación es la imagen que dan con respecto a los demás, pocas se paran a sentir realmente las cosas más bellas de la vida, son como plantas plastificadas, muy bellas pero sin sustancia, por eso el arte verdadero nunca las atraerá, y ni que hablar de los hombres cuya vocación es el arte”, “desde bien pequeñas se les inculca que su vida ha de seguir un esquema bien determinado, y todas lo siguen escrupulosamente, por eso es muy fácil generalizar con respecto a ellas: las españolas son las mujeres cuyo carácter es el más similar del resto de Europa, principalmente distan mucho de las nórdicas, que conciben la vida como un hacer y no como un que se les haga, algo muy propio de las latinas”, “En conclusión, las españolas ven a un hombre y esperan, las nórdicas actúan; las primeras son siempre pasivas, en su esquema mental tiene que ser al hombre el ser activo; las segundas, consideran que lo propio de cada persona es el actuar, que es lo que da sentido a la vida. Toda mujer sabe que un hombre de sensibilidad concebirá al arte como el centro de su vida; ante este hecho las españolas actúan con recelo y hostilidad porque ellas siempre quieren ser el centro del universo del hombre; las nórdicas, sin embargo, al concebir al individuo como un ser eminentemente autónomo, no sienten que el arte sea un peligro para su relación con el otro sexo. Además, la mujer española ama lo cotidiano, lo que no le complica su vida, lo que permite que su esquema vital se desarrolle con normalidad y siente pavor por lo extraordinario, por eso siempre preferirá a un hombre normal que a uno diferente”, “si indagas en el interior de una española lo único que encontrarás es: novio, trabajo, casarse, marido, hijos y actitud frente al hombre: pasividad y hostilidad”.
Le he dado muchas vueltas a la conversación que mantuve con mi amigo, creo que esencialmente tiene razón.
Lo que me sorprende de mi amigo es como concibe la vida. Para él la vida es eminentemente estética o, para que nos entendamos, arte. En sus años de estudios en la ciudad más bella del mundo, como la beca que le concedieron apenas le daba para comer, tubo que dedicar parte de su tiempo a ganarse el pan. Pronto encontró trabajo como pianista en locales de época del París de la belle époque, que en nuestro país llamamos prostíbulos de lujo; y allí, según me cuenta, lo aprendió todo de las mujeres, de las mujeres que no son españolas, matiza. “No hay experiencia en el mundo”, me comenta “que pueda compararse a las lágrimas que derrama una bella mujer alta y de ojos azules al oírte tocar una obra de Albéniz o Granados”. “Parece mentira que esas mujeres, de vida dura y sin esperanza, posean la sensibilidad suficiente para que su corazón se haga un nudo ante una bella melodía”
Me lamentaba yo, delante de él, de la desidia de las españolas con respecto a los hombres de talento. “Parece que cuanto más sensibilidad y talento posea un hombre más lo aborrecen, los mejores hombres que conozco están todos solteros”
“El problema de las españolas” me dice mi amigo, “es que son muy superficiales, viven una vida estereotipada, su máxima preocupación es la imagen que dan con respecto a los demás, pocas se paran a sentir realmente las cosas más bellas de la vida, son como plantas plastificadas, muy bellas pero sin sustancia, por eso el arte verdadero nunca las atraerá, y ni que hablar de los hombres cuya vocación es el arte”, “desde bien pequeñas se les inculca que su vida ha de seguir un esquema bien determinado, y todas lo siguen escrupulosamente, por eso es muy fácil generalizar con respecto a ellas: las españolas son las mujeres cuyo carácter es el más similar del resto de Europa, principalmente distan mucho de las nórdicas, que conciben la vida como un hacer y no como un que se les haga, algo muy propio de las latinas”, “En conclusión, las españolas ven a un hombre y esperan, las nórdicas actúan; las primeras son siempre pasivas, en su esquema mental tiene que ser al hombre el ser activo; las segundas, consideran que lo propio de cada persona es el actuar, que es lo que da sentido a la vida. Toda mujer sabe que un hombre de sensibilidad concebirá al arte como el centro de su vida; ante este hecho las españolas actúan con recelo y hostilidad porque ellas siempre quieren ser el centro del universo del hombre; las nórdicas, sin embargo, al concebir al individuo como un ser eminentemente autónomo, no sienten que el arte sea un peligro para su relación con el otro sexo. Además, la mujer española ama lo cotidiano, lo que no le complica su vida, lo que permite que su esquema vital se desarrolle con normalidad y siente pavor por lo extraordinario, por eso siempre preferirá a un hombre normal que a uno diferente”, “si indagas en el interior de una española lo único que encontrarás es: novio, trabajo, casarse, marido, hijos y actitud frente al hombre: pasividad y hostilidad”.
Le he dado muchas vueltas a la conversación que mantuve con mi amigo, creo que esencialmente tiene razón.