Mañana poco o nada cambiará. Habrá alguno que se la quite, pero serán cuatro gatos.
El terror permanente, la histeria, la paranoia, la desinformación y el miedo por todo, han destruido esta sociedad.
Quiero poner de ejemplo finales de septiembre, principios de octubre de 2021. Los contagios eran ya casi inexistentes. En Euskadi se levanta la emergencia sanitaria... no hay restricciones (salvo la mascarilla en interiores), pero tú salías a la calle, al menos en Bilbao, e incluso en esas buenas condiciones (hospitales vacíos y una incidencia a nivel de España de 40) y te encontrabas todavía que entre un 30 y 40% de la gente seguía llevándola en la calle.
Tenemos que hacernos a la idea de que hay gente que va ir con la mascarilla puesta TODA su vida. Y si encima salen estos días algunos dictadores autónomicos (como en Euskadi y Valencia) obcecados en recomendar de manera enfermiza y psicótica en contra de toda evidencia científica que se siga usando en todo momento, peor que peor. Es imposible, en esas circunstancias, lograr una vida normalizada.
Yo, en esta segunda parte de obligatoriedad, no he visto lo mismo que lo que pasó en junio. Ahora todo ha sido más normal, más tranquilo.
Lo chungo de verdad, y lo que guardaré para siempre en mi retina, es lo que viví entre el 26 de junio de 2021 y mediados de julio, sobre todo. Salías a la calle, a pesar de que lo hacías con el decreto de no obligatoriedad debajo del brazo, y te miraban como si vieran al mismísimo satanás. Miradas de claro reproche, gente haciendo aspavientos para separarte de ti cuando se daban cuenta que no llevabas bozal, sentarte en un banco y salir escopetados todos los que estaban sentados cerca, madres apartando contra la pared a sus hijos porque en ese momento pasabas a su lado, gente insultándote por no llevarla, etc.
Ahora ha sido distinto. Desde el 24 de diciembre no he vivido esas reacciones. Ellos iban con ella y yo no, como mucho alguna mirada de reojo los primeros días y ya está.