Estamos tan trabajados con noticias y polémicas de mierda que ya no sabemos distinguir una anécdota de un verdadero escándalo. Yo al menos puedo contar tres hechos escandalosos que de ninguna manera hubiéramos aceptado en otra época con una borregada menos punjante.
- EL PUTO TWITTER. Eminencias de la materia en cuestión, silenciadas, ridiculizadas y ninguneadas ad hominem en twitter y después en el resto de medios por limpiadores de lefa de laboratorio y estudiantes de FP de enfermería, en vez de ser discutidas, tomadas en cuenta con la seriedad que su prestigio y la ética científica merecen.
- LA CONDESCENDENCIA INFANTILIZANTE DE LAS INSTITUCIONES. Los máximos responsables de casi cualquier institución política o sanitaria reconocen con la boca pequeña que la medida del pasaporte covid no responde de primera mano a auténticos motivos sanitarios sino a incentivar que suba el porcentaje de vacunados. Esto es extorsión, reírse en nuestra puta cara y tratarnos como a imbéciles a quienes no se les pueden ofrecer las cosas como son sino a través de rodeos como a un niño consentido a quien hay que dominar con rodeos.
- OCULTAMOS LOS VERDADEROS DATOS POR TU BIEN. Las autoridades que manejan estadísticas ya están reconociendo que ocultan y maquillan datos sobre la vacunación, pero que es por nuestro bien porque no quieren alimentar el negacionismo si esto se malinterpreta.
Ya sabemos que nos mienten y manipulan con descaro, pero que lo reconozcan y la gente lo asuma con la misma naturalidad con la que ellos lo hacen es nuevo y sorprendente para cualquiera que esté un poco despierto.
Cualquiera de estos tres hechos que he numerado constituirían un escándalo mediático en cualquier sociedad que se considere emancipada. Nos han metido en tal estado de excepcionalidad con todo este tema que la mayoría ha aceptado y promovido que se insulte su inteligencia y sentido crítico día tras día.
Es más fácil olvidarse de todo que agachar las orejas y reconocer que se ha sido engañado. Y dentro anécdota.
Siendo un feliz adolescente, y cruzando el bullicioso rastro con un amiguete, ahí que nos asalta un quinqui gitanáceo junto a una mesa alta con tres cubiletes: que tiene trincado al trilero, chaval, que mira. El trilero, con cara de susto, como que no se atreve a llevarle la contraria al quinqui, que a su vez nos decía que pusiéramos el dedo en tal cubilete para que el cabrón no pudiera moverlo. Aquí su forero, que no es que fuera precisamente un zorro pero que tampoco era subnormal del todo, oliendo la tostada, poniéndose de lado y diciéndole al amigo que agua. Imposible, estaba activado.
Ahí está la codicia en marcha, en todo su esplendor, anulándolo todo. Le pide el quinqui mil pelas para levantar el cubilete, que está hecho, que tranquilo, que venga, que se lleva otras mil por listo. El cabrón, probablemente analfabeto, no tuvo más que apretar un botón psicológico para poner en marcha en el chaval la maquinaria codiciosa, el esto está hecho, el "no puede fallar", el "me llevo pasta por la jeta porque soy listo". Una simple frase, rodeada del espectáculo adecuado, y listo, Calisto.
Las mil pelas cambiaron de mano, mi colega levantó el cubilete sin premio, y los quinquis recogían y se iban sin decir ni pío ante la estupefacción de mi colega, que era absolutamente incapaz de darse cuenta de lo acontecido, tan potente química mezcla la codicia, y tan fuerte el ridículo (había gente descojonándose alrededor). Aún tardó varias horas en reconocer el sota-caballo-rey, en cambiar el disco del selebro.
Pues bien, alguna vez que me he cruzado con el pájaro, y como no podía ser de otra forma, le he recordado con sorna el número del trilero.
Por supuesto, no se acordaba de nada.