En unos estudios de justo antes de salir las vacunas se especulaba con la posibilidad de que la inmunidad natural pudiera disminuir a los 6 meses. También decían que no podían aseverarlo con certeza porque podía ser perfectamente que los sujetos del estudio jamás hubieran superado la enfermedad o que la fiabilidad de las pruebas PCR no fuera suficiente como para sacar conclusiones. Pero esto, que ni era letra pequeña ni estaba oculto, sino que simplemente no interesaba, se omitió a la hora de querer forzar a todo el mundo a vacunarse.
Hace 2 años que pasé el virus y no lo he vuelto a pillar. Por la situación de portador de brazalete con estrella de David y emigrante, me he tenido que hacer pruebas más a menudo de lo que quisiera y ninguna salió positivo. Cuando tuve una de cada país pues ya tiré de GIMP en la medida de lo posible. Pero jamás se repitió el único síntoma notable que tuve la primera vez.
Unas navidades perdidas, otras apartados en una mesa para no vacunados, centenares de dineros tirados en pruebas, afrentas de locazas del coño, acusaciones de irresponsabilidad mientras se señalaba a mi mujer embarazada por no ponerse un medicamento experimental... Y esto es solamente a título personal, no menciono la catástrofe económica, social y, paradójicamente, sanitaria que se ha desatado por las medidas.
No me quiero alegrar de que se muera la gente vacunada, porque la tienen puesta casi todos mis seres queridos, algunos de los cuales lo siguen siendo a pesar de haber formado parte de la histeria en mi contra. Pero qué difícil es no ser rencoroso después de tanta irracionalidad, especialmente cuando sabes que la respuesta al tema, ahora que pintan bastos, sería «pero hombre, ¿aún estás con eso?», tras una matraca contraria y constante de más de 2 putos años.