Victor I
Freak
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Ver esto si que deprime al forero que lo contempla.
¡LADRILLAZO!...y sin fotos.8-)
El tedio pastoso, la rutina letárgica, los solares vacíos, el barrio obrero bajo la lluvia los domingos por la tarde. La vida aprieta duro, aprieta justo ahí, en esos lugares, cuando la nihilismo es un lujo que uno no se puede permitir, incide con saña en el centro del estómago, como un zarpazo ácido. La expectativas congeladas de una vida vulgar, previsible y sin opciones. Lo que se tiene agota, y lo que se desea es imposible o cuesta un esfuerzo que da espanto y sueño. Estas cansado quieres emociones vivificantes, quieres una vida mejor, más luminosa, que huela a limpio, que huela a nuevo, a jovencitas de vulva reluciente y colegio privado. Pero la quieres ya, la quieres mañana por la mañana, esta misma tarde, al regresar a casa y encontrarte una quiniela de 14, un cupón de los ciegos con un premio multiplicado por mil, una Primitiva con el bote del milenio.
El gotelé, el terrazo, la tartera y la caja de herramientas azul, de metal, con olor a goma y óxido. Los nikis, que no camisetas, de Almacenes Higuero, las playeras, la gente del barrio desvencijándose como momias fuera del sarcófago, el olor a comida al subir la escalera...el horror del día a día, la desgana, la congelación emocional. Evocaciones oscuras, trallazos de nostalgia, la insoportable vulgaridad. No, ya no vamos a ser estrellas de rock con la saliva de mil vírgenes encerando nuestra polla. No, la camiseta del Madrid no llevará nuestro nombre a la espalda. No, no cantaremos canciones de amor haciendo duetos con el Yulio. Nos espera una oficina donde poder marchitarnos bajo la luz desnutrida de los fluorescentes. Nos esperan atascos a la entrada del polígono, nos espera un taller, un cobertizo, los andamios, gente feroz al otro lado del teléfono, las interminables autopistas de la noche regresando a casa.
Las vacaciones, en Torrevieja. Las putas, una vez al mes. Los partidos, en el palco de honor del Bar El Andaluz. Una mujer para rescatar, ¡yo que sé! ¿un poco de ternura? Un niño, dos tal vez para que jueguen juntos, para consolarse con el mito de una eternidad ficticia. Un perro, la esperanza del adosado en las afueras y del buen hacer de la justicia divina que nos ponga en el trono que merecemos.Viaje de novios al Caribe, pajas clandestinas en pijama y calcetines deportivos salpicando contra la pantalla del portátil antes de acostarse. Cumpleaños, navidades y barbacoas en familia. Una mierda plácida, domesticada, una mierda conocida y reconocible donde agostarnos anestesiados. Si Cimerio, la vida deprime, los objetos evocan estados concretos de vacuidad insoportable, de vulgaridad pegajosa. No, no es la visión lo que deprime, lo deprimente es reconocerlas, tenerlas cerca, saber que forman parte de nuestro ecosistema vital.
El tedio pastoso, la rutina letárgica, los solares vacíos, el barrio obrero bajo la lluvia los domingos por la tarde. La vida aprieta duro, aprieta justo ahí, en esos lugares, cuando la nihilismo es un lujo que uno no se puede permitir, incide con saña en el centro del estómago, como un zarpazo ácido. La expectativas congeladas de una vida vulgar, previsible y sin opciones. Lo que se tiene agota, y lo que se desea es imposible o cuesta un esfuerzo que da espanto y sueño. Estas cansado quieres emociones vivificantes, quieres una vida mejor, más luminosa, que huela a limpio, que huela a nuevo, a jovencitas de vulva reluciente y colegio privado. Pero la quieres ya, la quieres mañana por la mañana, esta misma tarde, al regresar a casa y encontrarte una quiniela de 14, un cupón de los ciegos con un premio multiplicado por mil, una Primitiva con el bote del milenio.
El gotelé, el terrazo, la tartera y la caja de herramientas azul, de metal, con olor a goma y óxido. Los nikis, que no camisetas, de Almacenes Higuero, las playeras, la gente del barrio desvencijándose como momias fuera del sarcófago, el olor a comida al subir la escalera...el horror del día a día, la desgana, la congelación emocional. Evocaciones oscuras, trallazos de nostalgia, la insoportable vulgaridad. No, ya no vamos a ser estrellas de rock con la saliva de mil vírgenes encerando nuestra polla. No, la camiseta del Madrid no llevará nuestro nombre a la espalda. No, no cantaremos canciones de amor haciendo duetos con el Yulio. Nos espera una oficina donde poder marchitarnos bajo la luz desnutrida de los fluorescentes. Nos esperan atascos a la entrada del polígono, nos espera un taller, un cobertizo, los andamios, gente feroz al otro lado del teléfono, las interminables autopistas de la noche regresando a casa.
Las vacaciones, en Torrevieja. Las putas, una vez al mes. Los partidos, en el palco de honor del Bar El Andaluz. Una mujer para rescatar, ¡yo que sé! ¿un poco de ternura? Un niño, dos tal vez para que jueguen juntos, para consolarse con el mito de una eternidad ficticia. Un perro, la esperanza del adosado en las afueras y del buen hacer de la justicia divina que nos ponga en el trono que merecemos.Viaje de novios al Caribe, pajas clandestinas en pijama y calcetines deportivos salpicando contra la pantalla del portátil antes de acostarse. Cumpleaños, navidades y barbacoas en familia. Una mierda plácida, domesticada, una mierda conocida y reconocible donde agostarnos anestesiados. Si Cimerio, la vida deprime, los objetos evocan estados concretos de vacuidad insoportable, de vulgaridad pegajosa. No, no es la visión lo que deprime, lo deprimente es reconocerlas, tenerlas cerca, saber que forman parte de nuestro ecosistema vital.