Don Jaume
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Tanto en Bizancio como en los ambientes que gozaron de su influencia, las imágenes tenían un alcance preciso: eran la expresión de la FE.
Por su elección y por su disposición formaban un comentario pictórico de la liturgia y del simbolismo de esa liturgia (al tiempo que del simbolismo de la iglesia como edificio, vraiment...). No hay que olvidar, tampoco, cómo las imágenes sagradas, al ser portadoras de una parte de la energia divina, invitaban a su contemplación por los beneficios que reportaban cara a la salvación de los fieles.
Tengo en mi mente ahora mismo los bellos monasterios del siglo XI de Hosios Meletios, en el Himeto, cerca de Mégara... Quizá uno de los lugares más HERMOSOS que conozco...
Al parecer, a los ojos de los teólogos, la iglesia contaba con dos lugares de honor. En la cúpula, que figura el Cielo, aparecía Cristo, imagen del Dios invisible rodeado de la milicia angélica. En la concha del ábside, la Virgen sostiene al Niño sentado entre ambas rodillas, recordándonos la Divina Encarnación de Dios Nuestro Señor. La conexión entre ambas representaciones se produce por medio de una composición original, la Hetimasía: en un trono vacío, preparado para el Juicio Final, están dispuestos los instrumentos de la Pasión. Es el recuerdo de la primera venida de Cristo al mundo y el anuncio de la segunda.
El resto del santuario está dedicado al misterio que se celebra cada día tras las puertas cerradas del iconostasio: la EUCARISTÍA. La escena más notable es la Divina Liturgia: Cristo, servido por los ángeles que llevan los atributos de los diáconos, celebra por sí mismo la liturgia, o da la comunión, bajo las especies del pan y del vino, a los Apóstoles alineados en dos filas a derecha e izquierda del altar. En los muros, cerca del altar, se sitúan los grandes sacerdotes del Antiguo Testamento que prefiguran a Cristo: Abraham, Aarón... En los ábsides laterales, escenas que se relacionan con el divino sacrificio.
Las naves se dedican, esencialmente, al ciclo de las doce grandes fiestas de la Iglesia, que resumen toda la enseñanza del dogma. En el nártex, temas alusivos a la vida de la Virgen Nuestra Señora (frecuentemente inspirados en los evangelios apócrifos). En el timpano de la puerta que va del nártex a la iglesia, figura la Deesis. Allí, la Virgen y San Juan interceden ante Cristo por la humanidad (se ha permitido la presencia del fundador de la iglesia, humildemente arrodillado...). Finalmente, numerosísimas figuras de monjes, mártires, obispos, profetas, santos y venerables personajes están repartidas por todos los muros según estrictísima jerarquía. De tales figuras, las más atractivas (y, también, las más nuevas) son esos retratos de anacoretas, de padres del desierto, de larguísima barba, mejillas hiper-hundidas y mirado tope fija (los monjes sienten, de siempre, particularísima devoción por estos ascetas en los que se veían y se ven reflejados...).
Se trata, mes amis/es, de un programa cristiano cuidadosamente establecido y deliberadamente elegido. Las imágenes que decoran estos edificios (como los de CUALQUIER edificio religioso ortodoxo) tienen por objeto REPRESENTAR, cada una en su preciso lugar, a los habitantes del reino de Dios Nuestro Señor. Y como éste no comprende la Tierra y el género humano más que desde la Divina Encarnación, que, renueva místicamente cada misa celebrada por los hombres. La Historia de la Encarnación (ergo, un ciclo de imágenes evangélicas) se añade a continuación con el objetivo de recordar el retorno de la Humanidad a la unión con Dios Nuestro Señor y su derecho en adelante a un lugar en el Universo que representa cada iglesia de la ortodoxia.
Todas estas obras se distinguen por la limpieza de la composición, por los grandes espacios vacíos juiciosamente dispuestos alrededor de las figuras y por la transformación de las propias figuras en el eje y módulo de toda representación.
Las imágenes, al estar concebidas como un espejo en el cual se refleja el mundo inteligible, han de EVITAR todo aquello que recuerde la tierra como tal: la tercera dimensión, la perspectiva, los adornos perturbadores y los paisajes evocadores de lo lejano. Incluso a veces se prescinde por completo del paisaje, para que no haya nada que rompa la unidad del fondo de oro. Las proporciones, los ritmos, los equilibrios que definen una composición pintada son efectivamente determinados de esta manera.
Pero, el programa de la pintura bizantina debe otro tanto al manejo de los colores (y, en este dominio su MAESTRÍA todavía nos deja a cuadretes escoceses púrpura hasta hoy). El color sirve, NO para imitar la tonalidad de las cosas, sino para componer frases o melodías que, aplicadas a un tema que definen las líneas, las armonizan y las reflejan a su manera. Y, en ocasiones, se utiliza como un leiv motiv aplicado a personajes determinados: Cristo y los tonos blue y rojo cereza; San Pablo con el verde y el rouge Bordeaux.
Aparte de rasgos más generales del Arte de la época, se pueden observar también las divergencias que dan un acento peculiar a cada uno de los monumentos del conjunto señalado en particular... En Hosios Lucas, el colorido es apagado y la composición se funda en una simetría solamente interrumpida por el ritmo agitado de las vestiduras. En la Nea Moní de Quío, el dibujo encuentra aquí una nueva capacidad: fuertes círculos negros localizan los personajes y determinan la acción; ésta, por su parte, se ve influida por el movimiento enérgico de los planos de color que se encuentra, avanzan y retroceden en el espacio luminoso.
Una cincuentena de años separa, por lo que me dijeron los que allá te explican.., la decoración de Quío de la más célebre de Dafni (que, se fecha alrededor de 1100...). A la audacia brutal y al rigor de Quío, Dafni opone la belleza graciosa de un Arte humanista; es el momento del feliz equilibrio entre la fuerza monumental y el refinamiento de la forma. En las escenas cristológicas puede verse de qué modo Bizancio expresa la "unión sin mezcla" de Dios Nuestro Señor y la Humanidad. En la Natividad, la impasibilidad divina de la Virgen Nuestra Señora responde a las imágenes emotivas de la espera de San José y el Anuncio a los pastores.
El movimiento de humanización hallaría su expresión más grandiosa en los hermosísimos frescos que Alejo Comneno, sobrino del basileus Manuel, hizo ejecutar en 1164, en el convento de Neresi, obra de refinadísimos artistas profesionales procedentes de la corte. Las pinturas de Neresi marcan un hito en la Historia de la pintura tanto por la bella distribución de los vacíos como por la intensidad casi mágica de los rostros. Aquí, mes amis/es, se encuentran los FUNDAMENTOS de la pintura italiana del XIII y, también un camino más libre y espontáneo, que caracterizará las artes cromáticas en la siguiente etapa artística (la misma trayectoria puede observarse en el esmalte o el libro ilustrado, puesto de moda por los basileus; el Salterio de París o el Menologio de Basilio II -1100- jalonan fehacientemente meo quidem animo esta dinámica artística).
Es decir: que, NO conocer Hosios Meletios y pretender hablar, pongo por caso.., del Renacimiento es como pretender hablar de la dinastía de los Borbón si no se sabe que Felipe V era, antes, duc d'Anjou.
Aviso...
Siempre, sin duda, a su disposición.
post scriptum.- justo es decir que, de una manera general, puede, sin duda, decirse que el Arte bizantino NO tuvo la irradiación que podía esperarse de su gran y continuado prestigio, de su innegable superioridad durante siglos y siglos y de su vigorosísima personalidad... Ser ubre renacentista, en realidad, para lo que podía, en justicia, esperarse, es, realmente, POCO... Donde, sí, la influencia bizantina fué verdaderamente grande fué en los países eslavos con un fondo religioso común. El hecho inicial es de todo quisqui conocido: en el último tercio del IX, San Cirilo y San Metodio, griegos originarios de Salónica, partieron para evangelizar Moravia y Bohemia; y, las conquistaron definitivamente para la ortodoxia. Gracias a su misión, los pueblos balcánicos, serbios y búlgaros se sometieron a perpetuidad al dominio espiritual de Constantinopla ("allí, ¡oh!, Dios Nuestro Señor mora entre los hombres..; ¡no podremos JAMÁS olvidar tanta y tanta belleza!"; escribió un enviado de Kiev en 980...). Si bien fueron aceptadas algunas pocas licencias en el terreno constructivo, al igual que con la incorporación de la escultura monumental, en particular en los monasterios del Anillo de Oro ruso, NO ocurrió lo mismo con la pintura, siempre fiel a su origo bizantino. De un extremo a otro de ese gran espacio geográfico -Batchkovo en tierra de magiares, Vladimir en tierras rusas...-, volvemos a encontrar los mismos temas, tratados del mismo modo y situados en el mismo orden (¿saben?; en Hosios Lukas y en Santa Sofia de Kiev casi se puede superponer a los Apóstoles...). La sorprendente homogeneidad ha de atribuirse, sin duda, a la severísima vigilancia de la Iglesia y al rigor de la concepción icónica de la imagen.
Por su elección y por su disposición formaban un comentario pictórico de la liturgia y del simbolismo de esa liturgia (al tiempo que del simbolismo de la iglesia como edificio, vraiment...). No hay que olvidar, tampoco, cómo las imágenes sagradas, al ser portadoras de una parte de la energia divina, invitaban a su contemplación por los beneficios que reportaban cara a la salvación de los fieles.
Tengo en mi mente ahora mismo los bellos monasterios del siglo XI de Hosios Meletios, en el Himeto, cerca de Mégara... Quizá uno de los lugares más HERMOSOS que conozco...
Al parecer, a los ojos de los teólogos, la iglesia contaba con dos lugares de honor. En la cúpula, que figura el Cielo, aparecía Cristo, imagen del Dios invisible rodeado de la milicia angélica. En la concha del ábside, la Virgen sostiene al Niño sentado entre ambas rodillas, recordándonos la Divina Encarnación de Dios Nuestro Señor. La conexión entre ambas representaciones se produce por medio de una composición original, la Hetimasía: en un trono vacío, preparado para el Juicio Final, están dispuestos los instrumentos de la Pasión. Es el recuerdo de la primera venida de Cristo al mundo y el anuncio de la segunda.
El resto del santuario está dedicado al misterio que se celebra cada día tras las puertas cerradas del iconostasio: la EUCARISTÍA. La escena más notable es la Divina Liturgia: Cristo, servido por los ángeles que llevan los atributos de los diáconos, celebra por sí mismo la liturgia, o da la comunión, bajo las especies del pan y del vino, a los Apóstoles alineados en dos filas a derecha e izquierda del altar. En los muros, cerca del altar, se sitúan los grandes sacerdotes del Antiguo Testamento que prefiguran a Cristo: Abraham, Aarón... En los ábsides laterales, escenas que se relacionan con el divino sacrificio.
Las naves se dedican, esencialmente, al ciclo de las doce grandes fiestas de la Iglesia, que resumen toda la enseñanza del dogma. En el nártex, temas alusivos a la vida de la Virgen Nuestra Señora (frecuentemente inspirados en los evangelios apócrifos). En el timpano de la puerta que va del nártex a la iglesia, figura la Deesis. Allí, la Virgen y San Juan interceden ante Cristo por la humanidad (se ha permitido la presencia del fundador de la iglesia, humildemente arrodillado...). Finalmente, numerosísimas figuras de monjes, mártires, obispos, profetas, santos y venerables personajes están repartidas por todos los muros según estrictísima jerarquía. De tales figuras, las más atractivas (y, también, las más nuevas) son esos retratos de anacoretas, de padres del desierto, de larguísima barba, mejillas hiper-hundidas y mirado tope fija (los monjes sienten, de siempre, particularísima devoción por estos ascetas en los que se veían y se ven reflejados...).
Se trata, mes amis/es, de un programa cristiano cuidadosamente establecido y deliberadamente elegido. Las imágenes que decoran estos edificios (como los de CUALQUIER edificio religioso ortodoxo) tienen por objeto REPRESENTAR, cada una en su preciso lugar, a los habitantes del reino de Dios Nuestro Señor. Y como éste no comprende la Tierra y el género humano más que desde la Divina Encarnación, que, renueva místicamente cada misa celebrada por los hombres. La Historia de la Encarnación (ergo, un ciclo de imágenes evangélicas) se añade a continuación con el objetivo de recordar el retorno de la Humanidad a la unión con Dios Nuestro Señor y su derecho en adelante a un lugar en el Universo que representa cada iglesia de la ortodoxia.
Todas estas obras se distinguen por la limpieza de la composición, por los grandes espacios vacíos juiciosamente dispuestos alrededor de las figuras y por la transformación de las propias figuras en el eje y módulo de toda representación.
Las imágenes, al estar concebidas como un espejo en el cual se refleja el mundo inteligible, han de EVITAR todo aquello que recuerde la tierra como tal: la tercera dimensión, la perspectiva, los adornos perturbadores y los paisajes evocadores de lo lejano. Incluso a veces se prescinde por completo del paisaje, para que no haya nada que rompa la unidad del fondo de oro. Las proporciones, los ritmos, los equilibrios que definen una composición pintada son efectivamente determinados de esta manera.
Pero, el programa de la pintura bizantina debe otro tanto al manejo de los colores (y, en este dominio su MAESTRÍA todavía nos deja a cuadretes escoceses púrpura hasta hoy). El color sirve, NO para imitar la tonalidad de las cosas, sino para componer frases o melodías que, aplicadas a un tema que definen las líneas, las armonizan y las reflejan a su manera. Y, en ocasiones, se utiliza como un leiv motiv aplicado a personajes determinados: Cristo y los tonos blue y rojo cereza; San Pablo con el verde y el rouge Bordeaux.
Aparte de rasgos más generales del Arte de la época, se pueden observar también las divergencias que dan un acento peculiar a cada uno de los monumentos del conjunto señalado en particular... En Hosios Lucas, el colorido es apagado y la composición se funda en una simetría solamente interrumpida por el ritmo agitado de las vestiduras. En la Nea Moní de Quío, el dibujo encuentra aquí una nueva capacidad: fuertes círculos negros localizan los personajes y determinan la acción; ésta, por su parte, se ve influida por el movimiento enérgico de los planos de color que se encuentra, avanzan y retroceden en el espacio luminoso.
Una cincuentena de años separa, por lo que me dijeron los que allá te explican.., la decoración de Quío de la más célebre de Dafni (que, se fecha alrededor de 1100...). A la audacia brutal y al rigor de Quío, Dafni opone la belleza graciosa de un Arte humanista; es el momento del feliz equilibrio entre la fuerza monumental y el refinamiento de la forma. En las escenas cristológicas puede verse de qué modo Bizancio expresa la "unión sin mezcla" de Dios Nuestro Señor y la Humanidad. En la Natividad, la impasibilidad divina de la Virgen Nuestra Señora responde a las imágenes emotivas de la espera de San José y el Anuncio a los pastores.
El movimiento de humanización hallaría su expresión más grandiosa en los hermosísimos frescos que Alejo Comneno, sobrino del basileus Manuel, hizo ejecutar en 1164, en el convento de Neresi, obra de refinadísimos artistas profesionales procedentes de la corte. Las pinturas de Neresi marcan un hito en la Historia de la pintura tanto por la bella distribución de los vacíos como por la intensidad casi mágica de los rostros. Aquí, mes amis/es, se encuentran los FUNDAMENTOS de la pintura italiana del XIII y, también un camino más libre y espontáneo, que caracterizará las artes cromáticas en la siguiente etapa artística (la misma trayectoria puede observarse en el esmalte o el libro ilustrado, puesto de moda por los basileus; el Salterio de París o el Menologio de Basilio II -1100- jalonan fehacientemente meo quidem animo esta dinámica artística).
Es decir: que, NO conocer Hosios Meletios y pretender hablar, pongo por caso.., del Renacimiento es como pretender hablar de la dinastía de los Borbón si no se sabe que Felipe V era, antes, duc d'Anjou.
Aviso...
Siempre, sin duda, a su disposición.
post scriptum.- justo es decir que, de una manera general, puede, sin duda, decirse que el Arte bizantino NO tuvo la irradiación que podía esperarse de su gran y continuado prestigio, de su innegable superioridad durante siglos y siglos y de su vigorosísima personalidad... Ser ubre renacentista, en realidad, para lo que podía, en justicia, esperarse, es, realmente, POCO... Donde, sí, la influencia bizantina fué verdaderamente grande fué en los países eslavos con un fondo religioso común. El hecho inicial es de todo quisqui conocido: en el último tercio del IX, San Cirilo y San Metodio, griegos originarios de Salónica, partieron para evangelizar Moravia y Bohemia; y, las conquistaron definitivamente para la ortodoxia. Gracias a su misión, los pueblos balcánicos, serbios y búlgaros se sometieron a perpetuidad al dominio espiritual de Constantinopla ("allí, ¡oh!, Dios Nuestro Señor mora entre los hombres..; ¡no podremos JAMÁS olvidar tanta y tanta belleza!"; escribió un enviado de Kiev en 980...). Si bien fueron aceptadas algunas pocas licencias en el terreno constructivo, al igual que con la incorporación de la escultura monumental, en particular en los monasterios del Anillo de Oro ruso, NO ocurrió lo mismo con la pintura, siempre fiel a su origo bizantino. De un extremo a otro de ese gran espacio geográfico -Batchkovo en tierra de magiares, Vladimir en tierras rusas...-, volvemos a encontrar los mismos temas, tratados del mismo modo y situados en el mismo orden (¿saben?; en Hosios Lukas y en Santa Sofia de Kiev casi se puede superponer a los Apóstoles...). La sorprendente homogeneidad ha de atribuirse, sin duda, a la severísima vigilancia de la Iglesia y al rigor de la concepción icónica de la imagen.