Ronda 4:
Después de mi injusta derrota, era hora de reponerse mental y físicamente. La COCAÍNA seguía corriendo por mis venas como litros de alcohol, y sí, ese cerco blancuzco que me dejé a propósito alrededor de las fosas nasales me daba un porte de hombre adinerado, pero necesitaba algo más, ese último empujón que me reenganchara de nuevo a la dinámica de la competición, después de tan duro golpe. Qué mejor para paliar el cansancio físico que algo de comida, esos potitos que CLARIVIDENTEMENTE había metido en la mochila horas atrás. He de decir que la semana que estuvieron expuestos al sol en mi habitación les dieron un BOUQUET inesperado, como de roquefort. No tardé en dar buena cuenta de ellos en una de las mesas que quedaron vacías, ayudándome de una carta doblada a modo de cuchara, y ante la atónita mirada del gentío, envidiosos de tan OPÍPARO banquete. Ternera a la jardinera, merluza hervida con verduras y fruta con galleta como postre. SUPERB. En cuanto a la parte anímica, me bastó con recordar a la damisela con la que me crucé saliendo de los servicios. Desanudé el trozo de papel higiénico de mi brazo, me lo llevé a la nariz, cerré los ojos e inspiré. Una melodía de aromas invadió mi pituitaria que, saturada por la superposición de sensaciones, apenas daba abasto a distinguir las distintas notas de nueces, amoniaco y Smacks de Kellogs. Me lo volví a atar y busqué a mi próximo contrincante.
Llegué a la mesa con antelación, con lo que disfruté de una valiosísima VENTANA TEMPORAL para charlar con mi oponente y conocer sus debilidades. Me encontraba ante otro primerizo, al que la fortuna había dotado con un muy buen pool de cartas inicial, de modo que su baraja se jugaba prácticamente sola. Eso sí, me dijo que no dominaba muy bien las reglas, y que si se le pasaba algo, que supiera que no lo hacía con maldad. Ya comenté que a uno de estos Grand Prix se puede presentar cualquiera, y como tales, la mayoría son jugadores casuales, bastante condescendientes con los posibles fallos del otro, dando marcha atrás si es necesario o avisándole de eventuales acciones irregulares. Pero a pesar de todo sigue siendo un Grand Prix, en el que hay gente como yo que se juega LEVIATANESCAS sumas de dinero, por lo que el nivel de reglas (REL) que se aplica es Competitivo, con duras sanciones si se denuncian situaciones antirreglamentarias a un juez. A mí me hicieron trampas en la primera partida y pagué la misma moneda. Perdí mi tercera ronda en una decisión demasiado rigurosa, de modo que ahora me tocaría a mí demostrar mi ABISAL conocimiento de las reglas de Magic: The Gathering.
Barajamos nuestros mazos y los pusimos a disposición del otro para que hiciera lo propio, tal y como dictan las reglas. Así lo hice yo, mientras que él se limitó a cortar mi baraja, en lo que supongo un gesto de confianza hacia mi RANDOMIZACIÓN o quizá un acto de extremo n00bismo. Levanté la mano y pronuncié enérgicamente "Judge!". Se acercó un juez y le expliqué que mi oponente se había negado a barajar y había optado por cortar, al tiempo que miraba la carta de abajo. Para eliminar a la gente cuando llega tarde tenían la mano muy larga, pero para estas cosas parece preferían la zanahoria al palo, pues se limitó a indicarle que su obligación era barajar mi mazo. La verdad, no di crédito ante tamaño despropósito, así que inicié un elaborado alegato en pro de una amonestación, apoyándome en el REL Competitivo del GP, con amplias referencias a la jurisprudencia y una EXQUISITA sintaxis y dicción fruto de mis ASOMBROSAS habilidades verbales, potenciadas por los efectos de la COCAÍNA. No tuvo más remedio que amonestarle, aunque me dirigió una mirada cargada de odio, seguramente porque le había dejado en evidencia.
El tipo me estaba machacando en la primera partida, y yo estaría a unas pocas vidas de perder, mientras que él gozaba de un amplia ventaja en todos los aspectos. En todos menos uno. Puse todos mis sentidos en seguir sus acciones METICULOSAMENTE, en lugar de intentar defender lo que quedaba. Y efectivamente, en uno de sus turnos se olvidó de enderezar una tierra y robó carta, se dio cuenta de su error y la enderezó lanzándome una mirada cómplice.
- ¿Qué pollas haces? - espeté.
- Se me ha pasado tío, jeje, perdona.
- ¿Es que no sabes las fases del turno? Enderezar-mantenimiento-robar. A veces me pregunto de dónde coño os sacan, joder.
- Oye, que ha sido un error, además no he podido verla porque le habías puesto encima la manga de tu jersey.
- ¿Encima me echas la culpa a mí? ¿Qué pasa, que tengo yo que estar pendiente de mantener no sólo mi GAME STATE sino también el tuyo? Mira, chaval, no tienes ni PUTA idea de con quién te estás jugando los cuartos. JUDGE!
Se acercó el mismo juez y le expliqué la situación. No tuvo más remedio que amonestarle de nuevo, a pesar de los ruegos del chaval. Esto, amigo, no es la tienda de tu puto barrio, esto es Magic: The Gathering Competitivo, esto es SERIOUS BUSINESS. Más miradas de odio por parte del árbitro, retirándose a hablar con en un corrillo con otros de los suyos, mientras me miraban de reojo.
Finiquité el asunto al principio de la segunda partida. En Magic: The Gathering se roban siete cartas de inicio, pero si no te gusta tu mano puedes hacer mulligan, que es barajarla y robar tantas como la vez anterior menos una. Como podéis adivinar, mi NÉMESIS decidió hacerlo pero se le pasó y volvió a robar otras siete. Y aquí hice mi última llamada al juez, que no tuvo más cojones que concederme la ronda, por reiteración de faltas de mi oponente, aunque intentó darme una moralina sobre el juego limpio y la caballerosidad. Mira tío, - le dije - esta MARCIAL victoria que acabas de contemplar es tan válida como si hubiese sido obtenida pasándole por encima. ¿Qué más da si he ganado en los despachos? ¿Acaso no hay un ciclista español que ganó el Tour meses después porque descalificaron al primero por dopaje? Da exactamente lo mismo, y si no fíjate en su caso y dime si no es igual de famoso que cualquier otro vencedor. Y ahora aparta de mi camino, que tengo un GP que ganar.
3-1
Ronda 5
Una vez más, había terminado mi enfrentamiento con EXTREMA antelación, así que me di una vuelta por el interior del recinto, para hacer un poco de negocio. Hice mi primera parada en un par de chavalillos de unos diez o doce años, que ni siquiera llevaban las cartas para cambiar en un archivador, sino en un taco directamente. Me acerqué a ellos y les pedí que me las enseñaran. Receloso, el más valiente de los dos empezó a pasar cartas y yo iba diciéndole cuáles me interesaban. La verdad es que fue todo un reto para mí resolver esa situación, porque sin tener contacto directo con el material, me es imposible desarrollar todas mis destrezas PRESTIDIGITACIONALES. Finalmente, resolví con un jugada que, sin ningún ánimo de falsa modestia, cabría calificarla como DETERMINANTE. Me vino un flashback de mi etapa escolar, cuando iba con mi taquito de cromos y los niños, ya fuesen mayores, pequeños, amigos míos e incluso niñas, me daban una hostia por debajo de él cuando se los estaba enseñando, haciendo que cayesen al suelo, momento que aprovechaban para lanzarse a por ellos cual jauría. Cuánto aprendí en esa época, estudiando todos sus movimientos para desarrollar la técnica más refinada, día tras día, perdiendo MONOLÍTICAS cantidades de Zubizarretas, Butragueños, Ricardos, Ricardos IIs, Ricardos IIIs u Onésimos. Buen rendimiento he sacado a la larga de esos días, marcados por cientos de recreos en que era solicitado a cada paso por grupos de críos para que les enseñara el cambio, en los que era el niño más popular del colegio. Total, que fingí un estornudo, saqué mi pañuelo de tela con la F bordada del bolsillo del pantalón, y en el camino de subida hacia mi nariz aproveché para dar el toque MAESTRO y hacer saltar por los aires todas sus cartitas. Ruborizado, le ayudé a recogerlas, aunque al final recuperó una versión del taco original cuidadosamente LOBOTOMIZADA por mi parte, aprovechando la confusión del momento.
También me pasé por un stand en el que había multitud de cajas con sobres. La atenta mirada de los dependientes exigía un nivel de refinamiento mucho mayor. Nada, no obstante, que no solucionase tras ojear un par de minutos la mercancía, para simular a continuación un ataque epiléptico, cayendo encima de la enclenque mesa donde descansaba el codiciado tesoro. A razón de un sobre capturado por convulsión, podéis imaginar el tremendo botín con el que me hice, puesto a buen recaudo en el interior de mi amplio jersey. Recuperé la compostura paulatinamente, a medida que la multitud que se agolpaba alrededor empezaba a ser considerable. Una actuación digna de la mejor escuela de actores.
Nuevamente, me dirigí a la mesa donde disputaría la ronda. Un 3-1 es un resultado excepcional, y considerando lo tramposa, como he venido demostrando, que era la gente allí, no merecía la pena jugársela en un entorno hostil. Así que en cuanto se sentó el tipo saqué doscientos de los mil euros que llevé y le propuse que me concediera la ronda. Tras un primer momento de extrañeza, cogió sin dudar el dinero y me estrechó la mano. Teniendo en cuenta que el reparto de premios era el siguiente, fue un acto sabio por su parte, ya que, sabiéndose mal jugador, las posibilidades de acabar entre los 64 primeros serían muy escasas.
<table cellpadding="3" cellspacing="0" width="450"><tbody><tr style="color: black; font-weight: bold;" bgcolor="silver"><td colspan="2">Regular Grand Prix </td> <td colspan="2">Summer Series</td> </tr> <tr style="color: black; font-weight: bold;" bgcolor="#e5e5e5"><td>Place</td> <td>Prize Money</td> <td>Pro Points</td> <td>Prize Money</td> <td>Pro Points</td> </tr> <tr><td>1</td> <td>$3,500 </td> <td>8</td> <td>$4,000 </td> <td>10</td> </tr> <tr bgcolor="#e5e5e5"><td>2</td> <td>$2,300 </td> <td>6</td> <td>$3,000 </td> <td>8</td> </tr> <tr><td>3-4</td> <td>$1,500 </td> <td>5</td> <td>$2,000 </td> <td>6</td> </tr> <tr bgcolor="#e5e5e5"><td>5-8</td> <td>$1,000 </td> <td>4</td> <td>$1,500 </td> <td>5</td> </tr> <tr><td>9-12</td> <td>$600 </td> <td>3</td> <td>$1,000 </td> <td>4</td> </tr> <tr bgcolor="#e5e5e5"><td>13-16</td> <td>$600 </td> <td>3</td> <td>$750</td> <td>3</td> </tr> <tr><td>17-32</td> <td>$400 </td> <td>2</td> <td>$500 </td> <td>2</td> </tr> <tr bgcolor="#e5e5e5"><td>33-64</td> <td>$200 </td> <td>1</td> <td>$250 </td> <td>1</td></tr></tbody></table>
Desgraciadamente, los cuatro jugadores que teníamos alrededor se dieron cuenta del trato, y amenazaron con llamar a un juez. Magnánimo, le di doscientos euros a cada uno, consumiendo los ahorros de toda una vida, pero asegurándome estar una victoria más cerca de mi consagración como jugador profesional de Magic: The Gathering, y amortizando la inversión llevándome los 4000 dólares de premio.
4-1
Ronda 6
Permitidme contar una trágica historia antes de narrar los ULTRAJANTES acontecimientos que se dieron en esta sexta y FATÍDICA ronda.
Tal y como he contado alguna vez, sólo he jugado una vez un torneo fuera de mi tienda. El formato era Tipo I, en el que se pueden usar prácticamente todas las cartas de Magic: The Gathering. Esto incluye las más caras, del orden de los miles de euros. En una ocasión me dieron de hostias por la calle, pues una banda de chavales intentó atracarme, y montaron en cólera al ver que sólo llevaba encima mis cartas. Me las arrancaron de las manos y las arrojaron al suelo, al tiempo que me derribaban y cosían a patadas. Después las recogieron, las rompieron y me arrojaron encima los pedazos. Afortunadamente pude salvar unas tierras básicas, ya que cuando caí procuré caer sobre ellas para salvarlas. Por este motivo, considero esa INTENSA pelea como un empate técnico, pues yo siempre río el último. Con este precedente, no iba a arriesgarme a sacar de mi casa mi valiosa baraja de 6000 euros de Tipo I para ir a una tienducha de mierda a jugar un torneo sin importancia, así que me imprimí unas fotocopias, las pegué encima de algunas cartas que no me servían y marché para allá. El dueño ejercía también como juez, y parece ser que se dio cuenta de que era el único que llevaba todos los pepinos carísimos, así que estuvo todo el rato detrás de mí, hasta que en un descuido cogió una de las cartas y descubrió lo que en realidad era. De nada me sirvió argumentar que tenía en casa las originales y que no las había traído debido a motivos de seguridad. Me echó a empellones para regocijo de los asistentes.
Pues bien, este hijo de la gran puta resultó ser juez de la DCI, y por lo visto debió llegar a sus oídos mi METEÓRICA actuación en el GP, con lo que le tuve encima toda la ronda. Mi victoria fue rápida y AUTORITARIA, pero en el momento de darle el papelito con el resultado, me agarró de la mano y subió la manga de mi jersey, escapándose de ella todas las cartas que había usado para destrozar limpiamente a mi oponente. A pesar de mi increíble fuerza, no pude zafarme de su poderosa ligadura, así que empecé a lloriquear, en un esfuerzo por ablandar su corazón. No dio resultado, pero tuve la suerte de recordar esos documentales en los que el león tiene cogida por el cuello a la cebra y ésta se hace la muerta para que le suelte y pueda escapar. Y así hice, me desplomé en el suelo, con lo que no tuvo más remedio que liberarme. Hierático, pude oír cómo el cabrón pedía que trajeran la lista de mis cartas, y cómo se reía al comprobar que lo que había entregado no coincidía con mi baraja.
Fue entonces cuando comprendí que mi sueño había acabado, pero a la vez supe que aún no había jugado todas mis cartas. Saqué lo poco que quedaba de la COCAÍNA que me quedaba, me levanté, me puse frente a él, introduje la nariz en el fundita y esnifé todo su contenido, en su PUTA CARA. Una fracción de segundo después, mis piernas cobraron vida nuevo, y proferí un terrible grito de batalla: JUMANJI!!!!!!111. Salí de allí saltando por encima de las mesas, sembrando el caos y la destrucción por donde pasaba, entre alaridos y ESTERTORES. Corrí y corrí sin saber adónde iba, pues eran mis extremidades las que mandaban. Crucé medio Madrid en FRENÉTICO trote, hasta llegar al que iba a ser mi penúltimo destino: la tienda del juez. Evidentemente estaba cerrada, pues él aún se encontraba en el GP. Me senté en la puerta sin saber muy bien qué hacer, hasta que mis INTESTINOS trajeron consigo la respuesta. Los potitos que tanto disfruté en el mediodía habían completado ya su tránsito por mi interior, motivados quizá por los extraños fermentos que habían desarrollado tras tantos días expuestos al sol. Bajé mis pantalones y solté una de las mayores cagadas de mi vida. No sólo estaba EXCRETANDO los pútridos potitos del mediodía, sino toda la rabia y frustración que me había generado el dueño de aquel antro. Comprendí entonces cómo a Kilgore en Apocalipse Now el repugnante hedor del Napalm le olía a victoria.
Epílogo
Poco más recuerdo de aquella noche. Después de efectuar la gran cagada mis piernas volvieron a hacerse las dueñas de mi cuerpo y se pusieron en marcha. Desperté a la mañana siguiente en Plaza de España, con los bolsillos rajados, sin la cartera y sin rastro de mi mochila. Posiblemente había sido víctima de un atraco mientras dormía. Apoyé la cabeza en mi brazo y comencé a llorar. Pero amigos, justo en ese momento descubrí que no se habían llevado la tira de papel higiénico. Una vez más, la desaté y aspiré su perfume. Y allí, en pleno centro de Madrid, sólo existíamos ella (la tira) y yo. Me bajé los pantalones y me masturbé en esa extraña intimidad, sabiendo que, de nuevo, volvía a reír el último.