No solamente no hace nada, sino que ni siquiera tiene unas características particularmente pensadas para influir en el espectador en un sentido u otro. Es un mero rectángulo negro, que podría ser de plástico, de piedra, de metal o de papel… y daría lo mismo. ¿Qué nos produciría el monolito si lo vemos desprovisto de la música y el argumento del film? Exacto: no nos produciría absolutamente nada. En realidad el monolito es, cinematográficamente hablando, una metáfora dentro de una metáfora. Es un objeto convertido en personaje, pero es un personaje que a la vez es un no-personaje. Suena enrevesado, pero me explico: sabemos que el monolito es un personaje únicamente por los efectos que su presencia tiene en el entorno. Si no fuera por eso, parecería un mero adorno de atrezzo sin importancia. Es más, el monolito ni siquiera se relaciona activamente con los personajes humanos como sí suelen hacer los objetos de casi todas las demás películas. O mejor dicho, su relación es —a nuestros ojos— completamente pasiva en el nivel visual: los personajes se acercan a él y lo tocan; él no se acerca ni toca a nadie. Sólo se relaciona activamente en el nivel abstracto, fuera de nuestra vista como espectadores, y tenemos que deducir sus acciones, más que ser testigos directos de ellas. En ese sentido, es el fetiche llevado al extremo, aunque no es un fetiche por sus características o por lo que puede ofrecer. No es un halcón maltés, ni un anillo mágico: en realidad es un fetiche sin que sepamos muy bien por qué. No hay nada lo suficientemente atractivo en él ni ninguna ventaja aparente en desear poseerlo. Pero la exquisita neutralidad de su diseño, su casi total ausencia de características distintivas, es precisamente lo que le confiere su grandeza. El monolito puede ser cualquier cosa según quién lo contemple, porque, en realidad, no es nada. Un rectángulo negro no es nada ni significa nada. Sólo sus acciones significan algo, pero tampoco podemos ver directamente esas acciones y nunca estamos seguros de cuáles son los sucesos de los que es directamente responsable, y cuáles no. Como no podemos definirlo con claridad tampoco podemos delimitarlo, y por eso mismo acaba estando presente en toda la película. Cuando lo vemos en pantalla y cuando no, siempre está allí, porque no sabemos hasta dónde llegan sus efectos y no sabríamos precisar cuándo de verdad no está. En definitiva, el monolito acaba por apoderarse de todo el metraje y al final la película se convierte en el personaje (con permiso de HAL 9000 y sus minutos de gloria en la parte intermedia de 2001, que es como otra película dentro de la película). El monolito negro es el origen, el medio y la finalidad de todo cuanto sucede en 2001: una odisea del espacio, y lo es sin necesidad de causar ninguna impresión concreta en nosotros, porque obviamente ni Kubrick ni Arthur C. Clarke podían prever qué le parecería el diseño del monolito a cada una de las personas que fuesen a ver el film. Cuando lo miramos no es un objeto terrorífico, ni gracioso, ni amenazante, ni entrañable, ni bondadoso, ni malvado… ni ninguna otra cosa. En realidad es sólo un espejo donde cada uno de nosotros puede proyectar sus propias interpretaciones. O mejor dicho, un vacío que cada uno de nosotros puede llenar a su manera. El monolito es la cumbre del personaje inanimado porque como tal personaje, no existe… y sin embargo, desde que aparece, no podemos ver un solo segundo de la película sin sentir que de algún modo está manejando los hilos de todo cuanto sucede. Es lo más trascendente que puede aspirar a ser cualquier personaje de ficción: el Dios de un argumento, un dios sin rostro, ni voz, ni personalidad, ni —que sepamos— alma.