Pobre Akutagawa, qué mala suerte tuvo. Se dejó llevar por el entusiasmo, por su carácter depresivo, sin darse tiempo para conocer las excelentes degeneraciones que iban a acontecerse a lo largo de su vida. Se suicidó en 1927, después de haber dejado para la posteridad algunos de los relatos más descarnados sobre la naturaleza humana que he leido. Le perdieron las prisas, tan solo dos años más y hubiera oido de los inversores arruinados que saltaban desde los rascacielos. Unos años después, hubiera visto como se alzaban las dictaduras de corte fascista en Europa, entre vítores y aplausos. Menos de 30 años, tan solo 30 años de espera, y habría visto las mayores atrocidades en su propio país, en la puerta de su casa. Gente ardiendo hasta consumirse, saqueadores violando y robando a sus compatriotas hundidos, funcionarios arengando a la gente a una muerte heroica. Sólo la imaginación nos dirá que bellos relatos hubiera escrito sobre aquellas horribles escenas.
Qué hubiera dicho cuando viera su tradición vendida al que hasta hace unos meses era el enemigo, el diablo occidental. Al orgulloso samurai doblar su espalda y poner sus rodillas en el suelo ante quien le ha derrotado. ¿Y si por obra de sus dioses orientales y su magia, hubiera vivido más de cien años y estuviera vivo ahora? ¿Qué escribiría? ¿Qué diría al ver como nos tratamos ahora entre nosotros, como nos degradamos por agradar, como nos vendemos por nada y a cambio de nada, de cosas que serán polvo antes de que tengamos canas en el pelo? Se me ponen los pelos de punta sólo al pensarlo, pero jamás llegaré a siquiera aproximarme con mi débil imaginación. En fin, sigan con sus debates, perdón por hacerles perder el tiempo.