SIMBOLISMO FALANGISTA: LA BANDERA DE - POR ANTONIO MEDRANO
LA BANDERA DE LA FALANGE.
La bandera de la falange, que es heredada de las J.O.N.S., está formada por tres franjas verticales: dos laterales de color rojo y una central negra, sobre la cual se destaca en yugo y las flechas en rojo.
Los colores rojo y negro fueron tomados por el movimiento jonsista del anarcosindicalismo ibérico, en donde la bandera de combate estaba formada por tres franjas horizontales: roja, negra y roja. Las J.O.N.S. cambiaron el sentido de las franjas, puestas verticalmente donde lo estaban en horizontal. El movimiento jonsista adoptó el emblema del yugo y las flechas, antigua insignia del Imperio Español, y lo colocó en el centro del estandarte, como signo visible de la posición central que ocuparía en el nuevo movimiento la idea nacional. Se quería de este modo concretizar en la bandera la síntesis de lo nacional y de lo sindical que constituía el mensaje primero del movimiento jonsista, y más tarde falangista, y que recibe por esta razón el nombre de nacional-sindicalismo.
En la bandera falangista el negro representa la tradición española: el color de la vestimenta de los hidalgos y de los reyes del Siglo de Oro, el color dominante en el traje popular de numerosas regiones españolas y que distingue también a diferentes órdenes religiosas o caballerescas; el color austero, riguroso, serio, profundo y religioso que conviene perfectamente al ser castellano, elemento formador y núcleo central de la realidad histórica que es España. Y el centro negro, que simboliza la tradición, es guardado y protegido como por dos columnas de fuego, por las dos franjas verticales rojas, que simbolizan la revolución. El rojo de fuego y de sangre: de fuego que destruye y purifica, que transforma y eleva, y de sangre que vivifica y renueva, que es fuente de fuerza y santidad. El fuego del entusiasmo y del sacrificio; la sangre de la generosidad, de la acción heroica. El fuego y la sangre de la revolución interior, en vistas de la afirmación de nuestra vida y de la vida de la Patria sobre el camino de la Tradición.
Desde otro punto de vista, los significados se invierten, conservando los mismos, en todo el conjunto, el mismo valor. El negro es ahora el símbolo de la revolución: de la revolución que procede de la nada en relación con el presente inmediato, que parte de cero en consideración con la realidad social, política y espiritual en el seno de la cual nace, y que viene a destruir y transformar sus mismos fundamentos; de la revolución que es la negación del sistema y del estado de cosas reinante, que quiere dar a la muerte un orden injusto, decrépito y tiránico que no es más que el caos organizado. El negro de la negación y de la muerte: negación que, en tanto que es la negación de la negación, es el punto de partida de una afirmación superior y radical; muerte que, en tanto que está animada por el amor y por una intención creadora esencial, contiene el germen de una nueva vida más rica y más fuerte. Y el rojo, en este caso, simboliza la tradición: la tradición como fuente eterna de vida, como crisol y fuerza espiritual que hace que el negro negador y destructor, mensajero de la muerte, devenga creador y edificador, sembrador de vida. Es el rojo de la mejor tradición española y europea: el rojo presente en tantos y tantos elementos de la historia de la Patria (el rojo de las pinturas rupestres -mágicas y sacrales- de Altamira, el de los arcos de la mezquita de Córdoba, el de las banderas de los antiguos reinos peninsulares -las barras catalanas, el león de León, el carmesí castellano, la cruz aragonesa, el estandarte navarro-, el de las insignias de las órdenes de caballería -Calatrava, Montesa, Santiago-, el del tradicionalismo carlista); el rojo de la tradición solar, real e imperial; el rojo de la sangre de los ancestros, de los que hemos recibido el legado de la tradición; el rojo de la sangre del Verbo divino, origen de toda verdad y de toda tradición. Rojo y negro: la Tradición como la más grande fuerza revolucionaria. De esta interpretación deduce -bien que sin percibir sus enormes posibilidades, en el estrecho marco nacional y político- el antiguo jonsista Juan Aparicio, cuando, comentando el significado de la bandera roja y negra, escribe: “El nacional-sindicalismo recupera la bandera enlutada de los anarquistas -el oriflama de una justicia muy exigente, de la emoción popular y profunda de España- y la fiebre insurreccional y patriótica de las boinas rojas”. El rojo a los dos flancos del negro y en su mismo centro: la Tradición orientando la revolución, como suprema garantía de su eficacia, de su autenticidad, como su centro inspirador y su savia animadora.
En el arte heráldico, el negro es símbolo de “prudencia, sabiduría y constancia en la tristeza y la adversidad”, y en la simbología tradicional representa la pobreza iniciática, la indiferenciación primordial, la noche y el invierno que contiene la promesa redentora de la aurora y de la primavera (que nos trae a la memoria el nacimiento de Cristo, Sol del mundo, tras la noche del solsticio invernal); cuando el rojo es el color del Sol y del fuego, del “amor santificador y regenerador”, del amor que el hombre siente por el Creador y por toda su creación.
Las dos franjas rojas son como las columnas de fuego que, selladas por la autenticidad de la sangre, guardan el misterio del secreto (el color negro) del principio divino y solar, el núcleo de la majestad interior, del corazón o centro del amor (el yugo y las flechas) capaz de incendiar con su fuego vivificante el universo entero. Amor que encuentra su más grande expresión en el sacrificio, en la negación del “yo”(color negro), y que transforma el invierno en primavera y la noche oscura en alba radiante.
El negro es el color simbólico de la muerte, de la noche, del frío, de la oscuridad, y el rojo lo es de la vida, del fuego, del calor, del Sol y de la aurora; la bandera roja y negra nos sugiere la integración de los contrarios, la síntesis de los opuestos, el equilibrio perfecto. Nos ofrece una imagen semejante a aquella del Tai-Ki, el círculo en el cual se funden indisociablemente los dos motivos yin y yang, respectiva y originariamente en rojo y negro.
Los colores rojo y negro pueden también ser vistos como una alusión simbólica de la realización interior. En este sentido, el negro se presenta, en una primera perspectiva, como símbolo de la inmolación del “yo”, de la muerte iniciática, de la “noche oscura del alma”, que decía san Juan de la Cruz: la Nigredo u “obra al negro” de la terminología alquímica. Muerte del “yo” -de la individualidad efímera y contingente, que es tanto como decir impulso egocéntrico, pasión egoísta- que trae el renacimiento, la regeneración, el despertar y la iluminación, la liberación espiritual y la realización metafísica, simbolizadas por el rojo, el color real y solar por excelencia. es lo que se designa en la alquimia con el nombre de Rubedo, la “obra al rojo”, y que se identifica con la obtención del “oro de inmortalidad” o “Piedra Filosofal”: el “Oro Rojo”.
Desde otra perspectiva, el rojo simboliza el combate espiritual, la donación amorosa y total del ser, la efusión de sangre sobre la vía de la “guerra santa”, cuya culminación es el negro que es el “negro absoluto”, la negación de todos los colores y al mismo tiempo su culminación y su síntesis; el símbolo de la perfección y de la luz que brilla por encima de toda luz y sobre la noche eterna. En la mística islámica, el negro brillante y ardiente, y no el rojo, representa la luz divina, que tiene como referencia a la “piedra negra” de la Kaaba.
He aquí el mensaje que oculta el estandarte rojo y negro de la Falange: vida y muerte, combate y regeneración, inmolación y resurrección, sacrificio e inmortalidad. Conquista solar a lo ancho de la noche destructiva del “yo”; la “guerra santa” como vía hacia la realidad suprema representada por el negro central de la bandera. Y en el centro del negro central, misterioso y luminoso, resplandeciente, victorioso, corazón lleno de fuego y de luz, se encuentra el emblema del fuego solar del yugo y las flechas, como un Sol en el medio de la noche. Señalemos que la contemplación del Sol de medianoche, meteoro propio de las regiones polares, punto de origen de la Tradición primordial, simboliza, como nos ha explicado Guènon, el grado supremo de la realización metafísica, la elevación al estado incondicionado, la percepción de la luz divina en su estado primordial de no-manifestación.
En fin, la disposición vertical de las tres franjas de la bandera falangista nos habla de la orientación espiritual del credo nacional-sindicalista, de su vocación de verticalidad, de trascendentalidad, de norma y de jerarquía; vocación clásica y aristocrática. tres franjas cuyos colores son los colores de la inmortalidad y de la vida eterna, donde parece estar concretizado ese “paraíso difícil, recto, implacable”, guardado por dos ángeles armados con espadas -espadas verticales de fuego- del que hablara José Antonio.
El mismo número de franjas que forman la bandera no deja de conservar una alusión a la idea de realización espiritual, de perfección y de reintegración primordial. En efecto, el número 3 significa precisamente la reducción de la dualidad a la unidad: 3 = 2+1. En otros términos, la unidad en la multiplicidad y la multiplicidad en la unidad. El retorno al Uno divino, desde el plano dual de la creación y de la existencia temporal, desde el reino de la multiplicidad, para volver, con una vida unificada, arraigados en el Principio uno y supremo, a esta realidad creada y temporal, en el enriquecimiento, en la renovación y en la regeneración de sus mismas raíces.