Gina Gross
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- 4 Mar 2006
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-Te lo digo yo, que entiendo de belleza… Bla bla bla, a ver si vamos un día a mi finca, a mí me encanta el rejoneo… porque los hombres también rejoneamos, ¿lo sabias? La conquista es un arte bla bla bla, bla bla bla, bla bla bla.
Lo peor de estos seres es cuando se ponen en plan paternal e intentan darte lecciones de la vida usando su propia jerga con palabros como "reina" o "pequeña". Explotan el lado paternal al máximo, hasta en una ocasión uno de ellos pretendió que me sentara en sus rodillas, la confusión fue tal que estuve a punto de pedirle un regalo de navidad.
El último me atacó el sábado pasado, hacía años que no vislumbraba a ninguno en las noches madrileñas, pero ahí estaba, además este era de los cutres, henchido su rostro por la ingesta masiva de alcohol durante años, gomina Giorgi line a raudales y un traje de estos que parece que si le abres la chaqueta va a tener un trozo de queso pegado en el bolsillo interior.
De repente paso por su lado y me quita la cerveza de las manos cambiándola por otra recién servida, un, dos, tres splash! - No ves, pequeña, que esa ya estaba caliente. Y yo confundida -¿Donde está mi cerveza? Qué has hecho con el alcohol..? Necesito el alcohol... para aguantar el reaggeton... (como una auténtica yonki la verdad es que daba pena) - Pero no ves que te he dado una nueva, anda bébela, reina. Yo estaba bastante mareada pero le miraba y la verdad es que juraría que llevaba un bombín y una capa negra, a mis ojos era como el maldito David Copperfield haciendo un truco tras de otro.
Entonces desperté y comprendí todo, cogí las dos cervezas, la caliente y la fría y me largué de allí con viento fresco mientras él me maldecía haciendo gestos raros como los sevillanos cuando ven a la virgen en la semana santa.