En mis tiempos mozos, pasé alguna temporada de verano en San Sebastián.
De eso hace tiempo, y no sé cómo estará ahora la cosa, pero entonces ligar con una vasca (del círculo pijorro en que me movía) era algo tan o más difícil que hacer un rizo triangular con tonel en aeromodelismo.
Para empezar, debías ingeniártelas de alguna forma para llamar su atención (por supuesto, nada de tropezar delante de ella, derramarle la copa, o mostrarte patoso), a la vez que tratar de buscar la forma de equivar a las amigas (tarea harto complicada).
Si uno superaba ambas dificultades, tenías que encontrar la forma de hacerla creer que eras un ser especial, digno de merecer su conversación: mínimo, un par de carreras (una de ellas, a ser posible ingeniería de telecomunicaciones, con realización posterior de un doctorado en sistemas electrónicos para entornos inteligentes), dominio perfecto de varios idiomas (imprescindible, inglés y frances nativos), propietario de un Porsche (que no tenías aquella noche porque lo estaban pintando), dueño de un par de apartamentos (si era uno en Santander y otro en Torrevieja, mejor), y con trabajo fijo en una multinacional americana (lo que te obligaba a volar continuamente, de un país a otro).
Ojo, para llevar a cabo dicha árdua labor, tenías que utilizar una verborrea intachable (pero a la vez desganada), había que intercalar alguna ocurrencia divertida (pero sin pasarte), hacerla ver que su tierra era maravillosa (y la conocías a la perfeccción), y era muy conveniente dejarle caer que estabas abrumado por su exquisita belleza (con delicadeza, sin brusquedades, obviamente).
Entremedias, lo suyo es que aprovechando que pagaba uno las copas, al sacar la cartera, le dejaras ver por lo menos el carnet del club marítimo o de tenis, una tarjeta de color oro, y una fotografía tuya cenando con el Papa en una dependencia privada de la Basílica de San Pedro, rodeados de la guardia suiza pontificia con uniforme de gala.
Sólo después de todo eso, si habías logrado engatusarla, obtenía uno su recompensa... acercarla a su casa, y que se despidiera de tí antes de llegar, dándote un suave beso en la mejilla.
Moraleja que aprendí aquellos años: Si vas a San Sebatián, no pierdas el tiempo con una vasca, que al final siempre acabarás haciéndote una paja.
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Asiduo
Freak
Forero del todo a cien
Veterano
:121
Frikazo.
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Clásico
