Agarejo
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El oscuro y anhelado noviembre, casi en su final, nos evoca, a todo amigo de las tineblas, ese sabor, ese regusto, incluso placer que produce la nocturnidad temprana, el tumbarse con una manta para mirar al techo. Decia Thomas De Quincey en sus Confesiones de un Comedor de Opio, que nada más idóneo que las tardes de noviembre con una taza de té en las manos.
Pero que bueno, que eso lo pongo para cagarme en los muertos de los playeros y de su asqueroso verano, de los gilipollas que les gusta el calor y el olor a salitre y el hedor del bañador meao, sobreviví a este verano a duras penas, con síntomas escleróticos, Señor, no me proporciones otro enero en que los días empiecen a ser más largos.
Aunque el mal siempre triunfa:
Pero que bueno, que eso lo pongo para cagarme en los muertos de los playeros y de su asqueroso verano, de los gilipollas que les gusta el calor y el olor a salitre y el hedor del bañador meao, sobreviví a este verano a duras penas, con síntomas escleróticos, Señor, no me proporciones otro enero en que los días empiecen a ser más largos.
Aunque el mal siempre triunfa:
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