La escopeta no falló. Froilán se pegó un tiro en el pie cuando su padre se lo llevó ilegalmente de caza, pero el chico era demasiado torpe para manejar el arma. No olvidemos que el anterior rey de España mató a su hermano por jugar con armas de fuego. Ningún joven debería tener acceso a armas de fuego en la vivienda familiar, pues legalmente sólo quien tenga licencia puede manejarlas y tiene la responsabilidad de guardar su arsenal bajo llave en una armería, justificando en qué gasta la munición. Sin embargo, pese al supuesto control que hay en España, muchos menores tienen acceso a armas con la excusa de que el padre es cazador o miembro de un cuerpo de seguridad estatal. Ya sabemos lo que ocurre en aquellos países que presumen de ser un modelo para el mundo, y que tienen el mayor grado de libertad porque sus ciudadanos pueden tener las armas de fuego que quieran como derecho inalienable por la segunda enmienda a la Constitución.
Ojalá la cicatriz que le dejó el disparo en su propio pie le sirviera a Froilán para recapacitar sobre si matar animales con armas -pues cuerpo a cuerpo es un matao- está justificado por especismo. Le quedará ese estigma como vergonzoso recuerdo, a diferencia de cuando Odiseo, camuflado de mendigo por Atenea antes de entrar a su palacio, es identificado por una de las criadas al observar mientras le lava los pies al itacense, la cicatriz que le dejó el colmillo de un jabalí cuando en sus años mozos salió con el ya achacoso Argos en el monte Parnaso.