CAPÍTULO 3
Llegué primero a la Viblioteca porque a ella la entretuvieron en el trabajo, ni siquiera iba a poder pasar por casa. Además el sitio estaba vacío por ser primera hora. Iba a ser un encuentro algo violento ya que no habría ruido de fondo que aliviase algún silencio incómodo, ni lugar al que escapar la mirada entre tanta silla vacía. Pero servidor ya cuenta muchas primaveras como para arredrarse. También tenía yo curiosidad por verla en persona, que ya sabemos que las mujeres son expertas en filtros y ángulos de cámara, iluminación y maquillaje. Quizá después de todo fuera yo el decepcionado.
Entró, tímida, pelín azorada y nerviosa. Saludó y fue directa al baño. Recogí su abrigo y lo puse en una percha junto a nuestra mesa (primer acierto galante). A la vuelta la tuve por fin enfrente y constaté que era al 95% como en las fotos y vídeos: muy guapa, expresivos ojos enormes, barbilla marcada, labios gruesos, cabello alborotado y rizado, una imagen tierna que me recordaba a la Meg Ryan de Cuando Harry encontró a Sally.
Me encargué de que la conversación progresara a pesar de su evidente timidez. Recuperé el tono del chat y fuimos contándonos episodios de nuestra vida, graciosos, tristes, eróticos, familiares, con la misma fluidez que ya teníamos online. Poco a poco me fui acercando a ella: le ofreces un bocado para picar, le coges su mano con la excusa de que las tiene frías, dejas la tuya sobre su rodilla a mitad de una frase para enfatizar algo, le pellizcas con suavidad una mejilla llamándola traviesa por algún comentario salaz... en fin, el abc de la seducción cara a cara. Y ella lo encajaba todo con una sonrisa, así que, tras un par de horas de conversación (y una botella y media de vino) en cuanto me halagó diciendo lo audaz que había sido yendo a conocerla, a pesar de todo, pensé que había venido a jugar fuerte, así que le sujeté la barbilla y le planté un beso en la boca. Lo recibió con agrado y en cuanto me separé de sus labios para mirarla, fue ella la que se apresuró a dejar su taburete y venir a mi encuentro.
Yo no daba crédito pero, por supuesto, no le pedí explicaciones, me limité a seguir con la charla mezclando cada vez más besos, hasta que el clima se iba calentando y consideramos prudente salir a la calle antes de que nos llamaran la atención. En un soportal fuimos como dos adolescentes en celo, no recordaba tantos besos y tantas caricias callejeras desde que tenía 16 años. Y me encantó. Me sentí un puñetero crío y disfruté de ello, quizá porque pensaba que era algo que, camino de la cincuentena, no iba a experimentar nunca más.
Ganado ya el partido, osé preguntarle qué había cambiado, si tan diferente era mi aspecto en persona respecto al del vídeo o qué demonios había sucedido. Me confesó avergonzada que el rechazo al vídeo fue una mentira, que me desanimó porque sentía vértigo ante una posible relación a distancia, que tenía muchos problemas en su vida (ya sabemos que las mujeres siempre están cargadas de problemas, siempre) y no quería empezar algo así, por tanto, utilizó el vídeo como excusa. Pero que ahora, en persona, se había sentido tan a gusto, se lo había pasado tan bien, que se moría de ganas de que la besara. (Teorema: nunca te creas nada de lo que dicen las mujeres y sólo la mitad de lo que veas; corolario: hay que tentar la suerte siempre, las mujeres viven de sensaciones, no de razones).
La acompañé a la puerta de su casa, como buen caballero español, ni me ofreció subir ni se lo insinué yo, pero quedamos en vernos al día siguiente. Me fui a casa con una sonrisa de oreja a oreja, tan eufórico que, a pesar de llevar 48 horas despierto, me costó dormirme. Con lo vivido ya daba por amortizada la locura del viaje. Y antes de dormir tarareaba "Christmas is all around"...
PRÓXIMO CAPÍTULO: dry Martini, Windsor y Boca Chica o de como sacarle la polla de la boca a una mujer puede sellar tu destino.