SIN CASTELLANO NO HAY CASTILLA
El pasado año circuló un manifiesto, avalado por numerosas firmas, bajo la idea y la denominación de defensa del español o castellano, aunque en realidad se trataba de una cuestión bien diversa: la del derecho a utilizar el español o castellano y a enseñarlo a los niños españoles en España. Es decir, se trataba de una cuestión política; pero lo cierto es que el intento de liquidar el español o castellano para imponer otras lenguas no tendrá ningún éxito como no lo ha tenido nunca en los pocos intentos que ha habido de gobernar la lengua, desde el emperador Claudio hasta los señores Stalin y Mao Zedong.
¿Cómo es posible que una colectividad o un sátrapa puedan pensar siquiera que una lengua es suya y pueden gobernarla? Son delirios de poder, sin duda; pero una lengua puede ser destruida, sin embargo, y, con su destrucción, arrastrar un mundo cultural entero, porque puede sostenerlo, como el empobrecimiento cultural liquida la lengua. Y hay que decir que, en este momento, este riesgo cuenta tanto para España como para Castilla.
Castilla será lo que sea su lengua, y no puede ocultarse que la calidad de la lengua castellana al uso deja mucho que desear, aunque esto ha ocurrido muchas veces, y la lengua y la cultura se han refugiado en las minorías muy cultivadas o en las clases iletradas. En Inglaterra, estas capas sociales, que hablan y escriben “cokney”, no entienden por ejemplo a Shakespeare, pero entre nosotros son las gentes académicamente educadas las que no entienden ahora mismo a Cervantes.
Y es cierto que el lenguaje culto estuvo aquí sucesivamente lleno de latinismos, galicismos o anglicismos, e ignoraba el castellano mismo; pero tal fenómeno era relativo y estaba socialmente circunscrito, mientras que hoy nuestra lengua hasta en su cuna de Castilla está en riesgo total de ser destruida o adulterada –a la vez que los contenidos culturales inseparables del lenguaje mismo- principalmente por la corrección política lingüística.
La cosa es tan vieja como las terribles advertencias de Tucídides al efecto y, dos mil años más atrás de éste, la pretensión del rey Nimrod de que todo el mundo hablase igual para que pensase igual. No es imaginable siquiera el desastre que se asegura, si la administración y las instituciones educativas mismas utilizasen ese lenguaje políticamente correcto, liquidador de la lengua y de su humus cultural.
Aquí se juega nuestro destino colectivo. Si no se consolidara el castellano como lenguaje verdadero, para expresar el interior del ánima y el poder del pensamiento, y se conformara como mero lenguaje comunicativo, cada vez más mediado, además, por lo políticamente correcto, y los desechos del inglés americano adoptado como “koiné”, no habría castellano, ni Castilla. Y sin Castilla no habría tampoco España; tenía razón Ortega.